Hay que admirarle a Andrés Manuel López Obrador la manera en que se cree lo que dice. Está convencido, por ejemplo, de que luego de su arribo a la Presidencia de la República en el mundo a México se le respeta, y quien lo dude, o proceda con descreimiento, será acreedor a una admonición desde la mañanera porque… a México se le respeta.
Si por las decisiones atrabiliarias que ahuyentan la inversión privada, las calificadoras internacionales decidieran dudar de nuestro país, AMLO está decidido a salir a arengar en contra de esas entidades, y cree que esos expertos financieros se lo pensarán dos veces antes de ser balconeados por él… porque a México se le respeta.
Si en Panamá decidieron rechazar a su cuestionado, y no adecuadamente anunciado, candidato a embajador seguro fue porque el presidente de aquel país centroamericano anda desinformado –como dijo ayer López Obrador en la mañanera–, seguro fue por eso, y porque en la grilla se metió la canciller panameña; de otra manera no se entiende tal rechazo porque… a México se le respeta.
Si el beneplácito para Quirino Ordaz de parte de España tardó meses en salir no fue porque esa nación quiso cobrar al gobierno de López Obrador tantos desencuentros, no, eso ni se le ocurre pensar a Andrés Manuel; que finalmente se haya aprobado al exgobernador de Sinaloa –que ahora irremediablemente llegará con poco fuelle a Madrid– para AMLO es indicativo de que… a México se le respeta.
Vino la secretaria de Energía de Estados Unidos. Salió en las fotos en Palacio. Hubo sonrisas para la cámara. Pero a pesar de que el comunicado estadounidense de la visita de esa importante funcionaria de Biden era muy claro en que Washington ve con preocupación el “potencial impacto negativo” de la reforma energética que pretende Morena, el tabasqueño hablará del encuentro con el gesto y el tono de quien busca convencernos de que la administración estadounidense le dejó muy en claro que a México se le respeta.
Es una bendición ser así. Vivir en un Palacio y creer que lo que declara desde ahí 1) ocurre en la realidad, y que 2) por ese mismo discurso el mundo entero se ha visto forzado a cambiar de actitud frente a México, al cual ahora, parece estar genuinamente convencido, se le respeta. No es, por cierto, la primera vez que un presidente mexicano llama la atención por parlanchín.
Al analizar en 1972 a Luis Echeverría, Daniel Cosío Villegas se sorprendía del valor que le daba “a la palabra como instrumento de gobierno”. En su libro El sistema político mexicano el analista se preguntaba: “¿Es o puede ser la prédica una herramienta eficaz de gobierno? Si extremáramos la pregunta para decir si puede convertirse en la herramienta, es decir, la única, no vacilaríamos en contestar con un no sonado”.
A la mitad de aquel sexenio, Cosío Villegas pensaba que era “bien difícil imaginar cuál puede ser el resultado final de este cambio particular que ha sido bautizado ‘el monólogo público’”. Y finalmente advertía: “Se tiene la impresión de que se ha creído que un cambio se opera con sólo anunciar la buena intención de producirlo (…) el éxito de un cambio social depende, no de la buena intención de producirlo ni tampoco de la bondad intrínseca, sino de crearle condiciones propicias a su entendimiento, a su aprobación y ejecución”.
El monólogo público sirve para definir un nuevo gobierno de palabrería, el de AMLO, quien asume que por sus solas palabras, y no por logros, a México se le respeta.
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