La semana pasada, en unas excavaciones que se hicieron en el Centro Histórico de la Ciudad de México, cerca de un metro, con la finalidad de hacer una reparaciones, se han encontrado piezas arqueológicas de la era prehispánica, desde vasijas de arcilla y barro hasta esqueletos de personas de corta edad. El hallazgo no trascendió dado que se presume que no eran piezas importantes de personas de la alta sociedad, ni deidades ni nada, sino simplemente la costumbre que en esa época había de enterrar cosas o seres queridos donde sea mientras sea cercano al lugar de residencia de los deudos o el lugar que el fallecido, según la tradición estuviera más cómodo.

A diferencia de otro hallazgos egipcios que, en zonas cercanas a las pirámides, que datan de más de 4000 años de antigüedad, nos brindan muchos datos históricos. Estos últimos, como tantos otros, nos hacen vibrar pies nos brindan datos muy relevantes para conocer la historia, saber los motivos de muchos presentes, conocer el pensamiento futuro de aquel pasado y hasta entender cuestiones astrológicas y cosmogónica de la época, mediciones y filosofías que hoy suelen ser de vital importancia.
Hay piezas que llegan a valorarse en millones de dólares mientras otras carecen de valor, no por no tenerlo, sino al ser que es imposible valorar algo invaluable por su altísimo contenido impactante en todo el mundo.
Cada vez que vamos a la playa y pisamos la arena, jugamos con los niños, tomamos el sol, nos bañamos en el mar; ya sea que vayamos a las montañas a esquiar y veamos que hay rocas, tierra, y todo en rededor de lo que Nuestra Madre
Naturaleza nos ha brindado y nos sigue brindando; en cada ocasión que pisamos la tierra, que regamos nuestra maceta, que abrimos la llave de agua de casa, en todo momento estamos en contacto con la naturaleza, que es la pieza arqueológica más antigua que existe. Esas “piezas” tienen miles de años más de antigüedad que cualquier estatuilla o esqueleto, que cualquier momia u osamenta.
La naturaleza nos deja que la pisoteemos, que la disfrutemos, que la vivamos, y a su vez nos exige que la cuidemos, que la respetemos. Y si no lo hacemos así, ella solita se encarga de aleccionarnos para que aprendamos. Y no a modo de venganza, sino a modo de justicia. Porque maltratar la naturaleza es maltratar la historia, es querer modificar nuestro entorno, es dañar a nuestra descendencia, es dar ejemplo de ser y estar de acuerdo con las peores de las injusticias.
En mi opinión personal, alguien que maltrata la naturaleza no se le puede confiar nada.
Si bien la confianza tiene varias características, dado que puedo confiar en un desconocido que pasa a mi lado en la calle que no me va a golpear sólo así porque sí, no por eso confío en esa persona a grado tal de darle mi billetera o el cuidado de mis hijos. La confianza plena es casi inexistente. Esa sólo es a Dios y a nadie más. Mas no por eso quiere decir que se debe confiar abiertamente para muchas cosas en muchas personas. Y no se debe confundir la desconfianza con el respeto. Hay cosas que no se le dicen a ciertas personas, incluyendo los parientes más cercanos, y no por desconfianza, sino por respeto o por amor.
En cambio, alguien que maltrata la naturaleza es digno de la total desconfianza en todo sentido, ya que está atentando contra el pasado y el futuro, contra el presente y las raíces, contra las personas que aún no nacieron y contra aquellos que ya se nos adelantaron, incluso contra aquellos que fallecieron miles de años antes que nosotros naciéramos.
La semana pasada hubo una trumba muy fuerte con granizada en algunas delegaciones de la Ciudad de México. Los periódicos reportaron, en primer lugar las inundaciones y el caos vial que la caída de árboles han causado, pero nadie lamentó el fallecimiento de seres vivos tan valuados como los árboles que ya no están con nosotros. Nadie se lastimó en llantos por esos eucaliptos de más de 200 años que se nos han adelantado. Nadie puso a rodar ni una lágrima en sus mejillas por la emoción y tristeza de esos vegetales que tanto han hecho por nosotros.
Los árboles también son piezas arqueológicas, y son invaluables, tanto por su edad como por la variedad de beneficios que, desde su quietud aparente nos han brindado con tanto amor.
Ellos, aparte de otorgar nos sombra y una bonita estética adornando la ciudad, también nos protegen contra polvos, pestes, insectos, ruidos, enfermedades, retienen y almacenan el vital líquido para la sobrevivencia. Además, como si todo eso fuera poco, son “lavadoras” de oxígeno.
–¡Toma, yo te doy oxígeno y me quedo con el dióxido de carbono para que tú, humano o animal, puedas vivir, puedas respirar aire fresco y vivas más!
Muchos de esos “soldados de apariencia inmóvil”, hasta nos dan de comer o de beber.
¡Ah, pero las afectaciones del tráfico por las inundaciones se le atribuyen a la caída de árboles, como si éstos fueran cosas, columnas, y culpables por el tráfico pesado.
Ellos eran seres vivos que nos han dado tanto que ni con la vida eterna les podríamos devolver siquiera un segundo de vida de todo lo que nos han brindado. Y encima les clavamos carteles, les atamos cuerdas, les colgamos globos, le arrancamos sus partes para leña u les echamos la culpa de las inundaciones y el tráfico.
Murieron montones de seres vivos y nuestra queja es el tráfico. Es como quejarse que las carreteras de Bucha están imposibles de transitar por tantos cuerpos muertos a manos del asesino de Putin. (Y digo Putin y no sus soldados porque estos eran muchachos que fueron engañados. Muchachos de 18, 19 o 20 años, jóvenes con una bellísima vida por delante).
¿Acaso es lógico pensar así? ¡Por supuesto que no! ¡Es aberrante, es inhumano!
Este pasado domingo, 22 de abril de 2022, a las 23:00 horas, se quitó un árbol icónico en nuestra ciudad: ¡La palmera de La Glorieta de La Palma”, que lleva ese nombre justamente por esa magnánima palmera que ya es un fue, que ya nunca será un será, que ya descansa y no en paz, pues le hemos dado una vida atormentada con los humos de nuestros camiones.
Hacerle daño a un árbol es como lastimar a una persona indefensa, inmóvil en su silla de ruedas. Así de cruel es maltratar un árbol, así de fuerte.
Por eso hoy, más que agradecimiento a esa palma que tanto nos ha dado y ha servido de ícono, de símbolo, de punto de referencia, testigo de la hostoria, quiero ofrecerle disculpas por todo el daño que le hemos hecho.
Palmera querida:
No tengo cara ara acercarme ante ti, ni siquiera para ofrecerte una sincera disculpa. Puedo excusarme alegando que “fue sin querer queriendo” pero me tildarías de mentiroso con justa razón, porque sé, y siempre supe, que todo ese gas tóxico te haría mucho daño. Sé muy bien que necesitas mucho más que el cuidado de especialistas para tu vida, ya que también necesitas amor como yo necesito el oxígeno que tú me has dado.
Muchas veces pasé a tu lado y ni siquiera volteéa verte ni a saludarte, creyendo que no oyes. Y lo importante no es si tú oyes o no, sino que yo sí hablo al menos con mi pensamiento. Y he pasado a tu lado y jamás pensé en detenerme a decirte ¡Gracias! Nunca me he detenido siquiera a llevarte una ofrenda como un vasito de agua, le he dejado esa responsabilidad a otras personas o a la lluvia de la cual tontamente me quejo. Te he echado la culpa por el espacio que ocupas en medio de la avenida, como si estuvieras ahí nomás sin hacer nada, sin pensar en todo lo que haces.
Y ahora, no tengo cara ni siquiera para decirte que estoy verdaderamente arrepentido y sé que tú sí perdonas porque eres puro como árbol, pura como palma.
Palmerita querida que hoy te nos has ido: no me despido de ti porque tú no lo harías nunca de mi. No sé si tengas o no un lugar en el cielo, aunque no sé por qué siempre creí que sí. Pues donde sea que te encuentres te pido me perdones y agradezco de todo corazón la enseñanza y vida que me has brindado desinteresadamente eztendiéndote hacia el sol, con tus hojas tan hermosas y peinadas cual fiesta de lujo.
Palmera de mi tierra: te prometo que a cambio de todo lo que me has dado, aunque sé que es impagable, desde ahora en adelante respetaré a cada árbol, a cada planta, a cada flor, a cada pasto, y a cada ser vivo de éste, nuestro hermoso planeta que tú has habitado antes que nosotros. Tú fuiste creado antes que los humanos, eres mayor que nosotros y ese es un motivo más para respetarte.
Palmera de mi vida: perdón, gracias y buen viaje.
Te amo y te amaré por siempre.
¡Gracias por todo y por tanto!
Dios te bendiga. Buen viaje.
By Rob Dagán.
Isaac

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