AMLOMETRO

AMLO y la política económica del coronavirus. ¿Apoyar a la gente o a las empresas?

Está presionado Andrés Manuel. Se le exige que apoye al sector productivo en momentos que ya son de parálisis. Tienen lógica las peticiones empresariales, pero… la verdad de las cosas es que no solo los hombres y las mujeres de negocios merecen que se les ayude. La gente que no es propietaria también cuenta, sobre todo la que será despedida o no ha logrado participar en los mercados formales de trabajo.

Leo en la prensa especializada en negocios, inclusive en el ortodoxo Financial Times, que “los tabúes convencionales” en materia de política económica “están siendo rápidamente barridos”. Y es que, en una economía en guerra —sí, guerra contra la pandemia del coronavirus—, nadie debe preocuparse por los déficit a corto plazo, tal como expresó el encargado de supervisar la disciplina fiscal en el Reino Unido. Es un punto de vista que comparte gente del sector privado mexicano, como Carlos Salazar, del Consejo Coordinador Empresarial, quien recientemente propuso al gobierno del presidente AMLO abandonar el objetivo de lograr el 1 por ciento del PIB en superávit primario e inclusive, para apoyar la reactivación económica, tomar deuda pública.

Ya nadie en el mundo considera un error económico que el gobierno tome dinero y, simplemente, lo entregue a la gente. Es lo que ha estado haciendo Andrés Manuel López Obrador con los programas sociales desde que inició su gobierno. Es lo que debe seguir haciendo. Primero la gente, la de abajo. Es decir, nunca fue más necesario transformar en política económica el lema de la campaña electoral presidencial de 2006: “por el bien de todos, primero los pobres”.

Para apoyar a al sociedad en la crisis del Covid-19, el presidente AMLO ha dado adelantos en las pensiones a los adultos mayores. El resto de los apoyos que ya reciben otros sectores de la sociedad —becas, “Jóvenes Construyendo el Futuro”, “Sembrando vida”, las tandas— deben no solo sostenerse, sino reforzarse. Llegan al menos al 80 por ciento de la sociedad mexicana y no pueden por ningún motivo suspenderse.

¿Y las empresas?

Van a sobrar compañías que sufrirán por causa de la recesión, que ya es global. Algunas tendrán que ser apoyadas por el gobierno, las que lo merezcan, pero otras no.

Paradójicamente los empresarios que más chillan y gritan exigiendo ayuda son quienes menos lo necesitan, los que más han ganado durante décadas, los que podrían sostener por sí mismos la paralización de sus negocios durante meses, los que —irresponsables con la sociedad a la que se deben… ¡que les ha dado todo!— ya diseñaron esquemas de despido temporal o definitivo de trabajadores; en síntesis, los que hoy alzan la voz y se organizan políticamente porque no quieren perder ni siquiera en la crisis más fuerte desde las guerras mundiales.

Una minoría entre los grandes hombres y mujeres de negocios de México se prepara para resistir, sin echar a la calle a sus empleados, financiando durante los malos tiempos lo que deba financiarse con sus propios recursos, que les alcanzan para eso y para más. Quiero pensar que en esa categoría empresarial y ética está Carlos Slim. Sería inaceptable otra actitud de parte de un hombre tan enriquecido. Merecen los buenos empresarios toda mi admiración y todo mi respeto. ¿Cómo están enfrentando la crisis? Con mentalidad positiva y, sin, duda, planeando para ganar en el futuro. Simplemente están tomando la tormenta con filosofía: algún día volverá el crecimiento y para ese momento deben prepararse manteniendo en la actualidad sus negocios operativos con todo el personal en sus puestos de trabajo. Saben que tienen con qué pagar lo que sea necesario para que sus empresas se mantengan de pie, y lo aceptan: pagarán y se pondrán a hacer planes de negocios. Los que diseñen la mejor estrategia para cuando la recesión pase y recuperación llegue, son los que más van a beneficiarse. Ese, y no otro, debe ser el pensamiento de la gente verdaderamente emprendedora.

Los que pueden mantener los puestos de trabajo, deben hacerlo. Dinero tienen, acéptenlo. Hasta para invertir en la parálisis. La relajación de la actividad les liberará tiempo para analizar el futuro y hacer planes —y ejecutarlos de inmediato iniciando nuevos proyectos— para cuando las cosas mejoren, que mejorarán. Los emprendedores que piensen de esta manera, merecerían lo que propuso Carlos Salazar, presidente del CCE, y que el gobierno no tendría por qué negarles: deducción de las inversiones que se realicen durante este 2020 de espanto.

Pero, ¿y las empresas que nomás no van a poder hacer nada para defenderse? El gobierno tendrá que apoyarlas caso por caso. Este pequeño negocio sí, este otro no. Sus propietarios, si no son pobres, están muy lejos de la prosperidad. Merecen un nuevo programa social, específico para ellos. Tendrá Andrés Manuel que sacar dinero de alguna parte —de deuda, de la suspensión de otros proyectos del gobierno, de donde pueda— para mantenerlos de pie mientras se va la tormenta del coronavirus.

¿Qué hacer con los desempleados que tristemente habrá ya sea porque algunas empresas no tendrán con qué sostenerlos, o bien porque los malos empresarios no pensarán en el bienestar de la gente? Antes de que vayan a la calle los trabajadores, las trabajadoras, el gobierno debe hacer suya la sensatez de otra propuesta del CCE: pactar con los hombres y mujeres de negocios que acepten hacerlo, entregar un salario mínimo, de subsistencia: 50 por ciento pagado por el gobierno y 50 por ciento por cada compañía. Si aun así, hay gente que pierde su trabajo, incluirla en los programas sociales ya en marcha.

Qué suerte tiene México. Durante un año instrumentó programas sociales que ya llegan a la mayoría de la población. Sería terrible en esta crisis que además de buscar dinero para apoyar directamente a la gente, se tuvieran que empezar a diseñar mecanismos —y a gastar en instrumentarlos— para llevar la ayuda a todos los rincones del país

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