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CDMX Noviembre 18 del 2028.La relación entre Donald Trump y Elon Musk, dos de las figuras más disruptivas y polarizadoras de Estados Unidos, ha construido un pragmático y peculiar “bromance” que, aunque parece improbable, define ya aspectos clave de la economía y el futuro industrial de América del Norte. Trump, con su enfoque en el nacionalismo económico, y Musk, con su visión de un mundo movido por la energía limpia, encuentran puntos de encuentro estratégicos, pero también profundas tensiones. México, por su rol clave en la estrategia de Musk, queda en el centro de esta alianza ambigua.
Desde que Trump ingresó a la política, ha sido un defensor tenaz de los combustibles fósiles, desestimando el cambio climático y promoviendo políticas de “energía estadounidense” que priorizan el petróleo y el gas. Musk, por el contrario, ha dedicado su carrera a construir un futuro sin carbono, en el que Tesla sea el emblema global de la movilidad sostenible. Esta diferencia en cuanto al enfoque sobre los autos eléctricos no puede ser más evidente: mientras Musk busca que el mundo abandone el petróleo, Trump sigue abogando por su defensa y ha cuestionado incluso el subsidio a los vehículos eléctricos.
México, que en marzo de 2023 fue elegido como sede de una gigafábrica de Tesla en Nuevo León, enfrenta ahora la incertidumbre sobre esta inversión. Las recientes propuestas de Trump de imponer aranceles del 200% a los autos importados desde México alarman tanto al gobierno mexicano como a Tesla. Para Musk, quien desea que los autos eléctricos sean accesibles en todo el mundo, esta política de Trump supone un fuerte revés. La planta de Tesla en México, inicialmente diseñada para abastecer al mercado estadounidense, podría convertirse en un costo problemático, y Musk ya ha insinuado que la inversión podría ser inviable bajo estas nuevas condiciones arancelarias.
Sin embargo, ambos líderes también comparten una visión en la que Estados Unidos recupera su lugar como potencia industrial y tecnológica. En este sentido, los dos buscan implementar políticas que fortalezcan la manufactura en suelo estadounidense. Musk, sin embargo, extiende su nacionalismo a un nivel más global, y su interés por México refleja una estrategia adaptable y favorable a la integración norteamericana.
Con estas diferencias en juego, México queda en una posición compleja. El gobierno mexicano, encabezado por el Ministro de Economía, Marcelo Ebrard, ha pedido ya una reunión con Musk para discutir el futuro de la planta en Nuevo León y buscar alternativas que garanticen la permanencia de esta inversión en el país. Idealmente, Musk desearía que el gobierno de EE. UU. comprendiera y apoyara su misión de transición energética, pero Trump, con su enfoque en el petróleo y gas, podría presionar a Musk a replantear su estrategia.
La relación entre Trump y Musk, aunque pragmática, podría sostenerse mientras sus objetivos sigan alineados, aunque las diferencias fundamentales en energía y política industrial bien podrían fracturar esta alianza en el futuro. Para México, esta relación representa tanto oportunidades como riesgos, subrayando la importancia de diversificar sus relaciones comerciales y fortalecer su independencia en sectores clave, como la tecnología y las energías renovables. La gran pregunta: ¿Cuánto durará la relación del hombre más rico y el Presidente más poderoso del mundo ?