Buenas noticias

*Crónica de la reserva moral de México

El 28 de marzo de 2011 siete cuerpos fueron encontrados dentro de un automóvil a pocos kilómetros de Cuernavaca. Como en tantos otros casos, el crimen fue aberrante, y las víctimas, inocentes. Pero un factor va a impedir que el caso se olvide: uno de los jóvenes asesinados era hijo del escritor y poeta Javier Sicilia, quien a raíz de esa tragedia formó junto con otros ciudadanos el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. A casi siete años de aquellos hechos, el libro El país del dolor, de Jesús Suaste y puesto en circulación por Ediciones Proceso, ofrece un relato histórico de esa movilización que cimbró a la sociedad mexicana al revelarla absolutamente vulnerable y que puso en la mira las incompetencias y complicidades de los tres niveles de gobierno respecto del crimen organizado. Aquí se adelantan fragmentos del volumen.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La noche del 9 de abril de 2011, apenas tres días después de la exitosa manifestación en Cuernavaca, una decena de estudiantes de la UNAM acudió al centro de la ciudad de Cuernavaca para entrevistarse con Javier Sicilia. Convertida en ofrenda, plantón, asamblea permanente, la plaza de una de las ciudades más peligrosas del país ha recuperado su carácter público. Al cobijo de la noche, la fraternidad es la única actitud posible y en el estrecho círculo que forman los visitantes, Javier Sicilia recupera la comodidad que el templete le resta. Las preguntas de la comitiva expresaban las inquietudes que su discurso de tres días antes –donde ya se enunciaba la idea de un pacto– había despertado entre los simpatizantes. En las respuestas de Sicilia concurren la reflexión sobre el estado de la sociedad, digresiones espirituales y literarias. “Ya no sentimos el suelo bajo nuestros pies”, cita al poeta ruso Mandelstam, en una especie de fundamentación poética de las largas caminatas y recorridos que le esperan al Movimiento. “La casa está derruida; es preciso volver a la tierra. Y no podemos llegar a la Ciudad de México sin un plan. ¿No es eso lo que le pasó a Espartaco? Le partió la madre a los romanos, pero al llegar a la ciudad no supo qué hacer”. Finalmente Javier se detiene en la descripción de su propuesta: convocar a todos los poderes del país a suscribir un Pacto Nacional que, articulado sobre ejes fundamentales (justicia, educación, seguridad, entre otros) buscaría instituir un “suelo mínimo”, un consenso elemental, primigenio, anterior a las agendas políticas cualesquiera, sobre el que la nación podría aspirar a ponerse nuevamente en pie. Una intuición rubrica sus cavilaciones: el primer aviso del incendio vino desde la frontera sur, en 1994, a través de la resistencia de los indios zapatistas; hoy la reconciliación nacional habría de tener lugar en la frontera norte, Ciudad Juárez, el rincón más lacerado del país.

Lo que un tanto improvisadamente Javier Sicilia expone esa noche al grupo de estudiantes es un esbozo del plan que un mes más tarde se presenta en el centro de la Ciudad de México a nombre del MPJD. Lo notable es lo siguiente: en apenas seis días, sumido en el estupor de la tragedia personal, Sicilia tenía listo un plan de ruta para un movimiento que ni siquiera había surgido; un plan diseñado casi en solitario y que aspiraba nada menos que a la reconstrucción del país. Y este proceder será, para el movimiento, fuente de su fuerza y de sus limitaciones: si la personalización del poder de convocatoria dota al movimiento de una contundencia que la deliberación le descontaría, su primacía inhibe el desarrollo de mecanismos de decisión colectiva y la estabilidad de las alianzas. El MPJD tendrá que lidiar después con los problemas inherentes a este modo de organización. (…)

La unidad en la diferencia

Si bien hasta ahora la tónica ha sido el consenso casi sin fisuras, el movimiento ya está habitado por desacuerdos que cobrarán fuerza en las semanas por venir. Los cinco minutos de unanimidad que el silencio crea han terminado y toca ahora lidiar con los avatares propios de la diversidad. Una instantánea de lo que se avecina: en la marcha del 8 de mayo, los miembros de alguna facción trotskista alzan el puño ante la antigua casa del revolucionario ruso y con solemnidad entonan el himno de la Cuarta Internacional (“Somos el azote del capital…”). Mientras tanto, una mujer camina con el siguiente cartel: “Emergencia: ¡Cascos Azules a México!”. De la disparidad al disparate. Los vicarios de la revolución socialista y la petición de una intervención extranjera. Y en medio Javier Sicilia, terco o cándido, usted elija, llama a la concordia.

Sucede que los grupos que se han solidarizado con el MPJD cubren casi la totalidad del espectro político: el EZLN, la Policía Comunitaria de Guerrero, representantes del pueblo de San Salvador Atenco, partidos socialistas, el Sindicato Mexicano de Electricistas, el activismo universitario, los partidarios del lopezobradorismo, diversas organizaciones no gubernamentales, agrupaciones religiosas, la ciudadanía solidaria y sin identificación ideológica ni partidista, y hasta organizaciones civiles de origen empresarial y en buena relación con el calderonismo (como Alto al Secuestro y Causa en Común). La unidad de esta cadena depende de las simpatías que cada grupo guarda con sus vecinos más próximos. Pero si cada región de la cadena mantiene su coherencia propia, el conjunto es plenamente contradictorio. De diferencia en diferencia se construye un galimatías colectivo.

Para mantener a flote esta improbable unidad, el MPJD cuenta con un discurso que de tan incluyente desconcierta a los incluidos. A nadie faltan razones para adscribirse o abandonar la nave: para agobio de la izquierda partidista, Sicilia condena a toda la clase política sin reservarle concesiones especiales a Andrés Manuel López Obrador, el candidato de oposición con mayores probabilidades de ganar en la competencia electoral un año más tarde; para desesperación de las izquierdas radicales, Sicilia condena a todos los partidos políticos, pero sin extraer de ello una conclusión antagonista –en su lugar, apela a la conciliación, a una ciudadanía sin bandera y a la refundación de la confianza entre sociedad y gobierno–; para aversión de la derecha, Sicilia traba alianzas con grupos demasiado radicales para el buen gusto de la ciudadanía que se asume o cree neutral: los zapatistas, la Policía Comunitaria de Guerrero, los campesinos de San Salvador Atenco y otras tantas piedras en las botas del progreso en su segura marcha rumbo al desfiladero. Para preocupación del calderonismo, Sicilia es el punto en el que se acuerpan y potencian fuerzas hostiles a su gobierno; para su tranquilidad, es también el canal que las reconduce hacia un diálogo que, confrontándolo, lo legitima. Por ahora el movimiento avanza, arrastra tras su paso voluntades y simpatías, y sus éxitos posponen la hora de los desencuentros.

La propuesta del 8 de mayo agrega elementos a la definición y estructura del MPJD. Entre los grupos organizadores la polémica más encendida va a centrarse en la pertinencia de un encuentro entre la ciudadanía y el gobierno: ¿qué utilidad puede tener un diálogo con semejante interlocutor? ¿Y por qué, a sabiendas de que no hay garantías de cumplimiento, el vocero del movimiento insiste tanto en su realización? (…)

De Juárez a Chapultepec. Corte de caja

La pregunta se impone: ¿qué es, a casi un mes de su nacimiento, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad? En su forma de aparición primera, es la repuesta multitudinaria a un llamado que es protesta y petición de transformación del país, con el dilatado margen de indeterminación que ambos términos dejan a la interpretación. Por su génesis carece de una dirección organizada y los esfuerzos por construirla se ven siempre desestabilizados por la premura con que se suceden los acontecimientos. En condiciones tales, las simpatías afectivas tienen más importancia que los acuerdos programáticos.

El movimiento es producto del pluralismo que la convocatoria incluyente permite (con su respectivo peligro: la dispersión más allá de lo conciliable), y de la fuerza unificadora proveniente de la dirección (con su respectivo peligro: la personalización de las decisiones). La virtud de este formato es que permite lanzar convocatorias velozmente. Su debilidad, como fue patente en Ciudad Juárez, es que el tipo de vínculos a los que propende buscan la ratificación menos que la construcción consensuada. Partiendo de esta base la caravana ha servido para delinear rasgos esenciales del MPJD:

Uno. En cuanto a la tipología de sus participantes podemos ahora distinguir tres grupos:

a. La caravana ha reunido a una serie de víctimas aisladas que encuentran en el MPJD el respaldo para exigir justicia en los casos de sus familiares. Suelen ser personas sin adscripción ni experiencia política, ajenas a la discusión que se suscita en torno al régimen y cuyo interés reside mucho menos en los puntos del pacto, sean 6 o 72, que en la resolución de su caso particular. Y serán los primeros interesados en acudir a un diálogo cara a cara con las autoridades.

b. Ha dado cabida a grupos con posicionamientos políticos mejor articulados y que por ende pueden divergir con el plan de los seis puntos, traduciendo a sus propios términos las exigencias de paz y justicia que las víctimas blanden.

c. Y ha recibido a una ciudadanía que acude al llamado por empatía y por encontrar allí un medio para verter la protesta contra una situación considerada intolerable. Aspira simplemente a acompañar el proceso y supedita su postura política al imperativo de solidarizarse con las víctimas.

Dos. Por la centralidad que ocupa Javier Sicilia en la organización, sus posiciones políticas perfilan el juego de puentes y distancias del MPJD con otros actores. En cuanto a su origen ideológico, la adscripción a la izquierda de Javier Sicilia no proviene de la matriz marxista-obrera, con la que mantiene irreductibles diferencias y con la que se entusiasma poco; tampoco proviene de la matriz nacional y popular, aunque con ésta puede tener aproximaciones coyunturales. Proviene principalmente de la tradición comunitarista y de la defensa y valorización de los modos de existencia social que, anclados en economías de autosustento, se resisten a la mercantilización del mundo. Como radiografía del ideario de Javier Sicilia cabe revisar su “además opino”, una coda con la que culmina todos sus artículos políticos y donde con el paso de los años compila las causas que considera de mayor relevancia para la nación. Antes del asesinato de su hijo este catálogo contiene las demandas siguientes: “Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costo-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Ciudad Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz”. Las causas que respalda tienden a ser luchas cuyo protagonista es, en un nivel general, una sustancia común e histórica contrapuesta a la subjetividad de la modernidad capitalista. Por otra parte, siendo devoto católico (la totalidad de su obra poética es mística y gran parte de su prosa se concentra en personajes históricos del catolicismo), tiene relaciones amistosas con personajes destacados del clero y de las comunidades eclesiales de base. La presencia de tres sacerdotes destacará en el movimiento: Alejandro Solalinde, Miguel Concha y Raúl Vera.

Por último, su concepción de la acción política se nutre de las ideas de Iván Ilich y de la tradición de la desobediencia civil y la lucha no violenta, particularmente del pensamiento de Gandhi. Definitiva será para el destino del MPJD la decisión de no llamar a la desobediencia civil hasta haber agotado la instancia de la cooperación con las autoridades. En el acto de San Luis Potosí, el escritor asienta claramente este itinerario: ahora se lucha por tocar los corazones de la clase política; si esto no se logra, se pasará a las acciones de boicot y desobediencia.

Este orden de proximidades y rechazos ideológicos va a expresarse en el grado de solidez de las alianzas que conocerá el MPJD: facilidad para entenderse con las luchas campesinas y reivindicar los valores de la vida comunitaria (Ostula, Cherán, Wirikuta, el zapatismo); dificultad para dialogar con la izquierda partidista (el lopezobradorismo); y poca disposición para vincularse con ciertos grupos de la izquierda de raigambre socialista y revolucionaria (la difusa pero persistente red de agrupaciones que para desfilar se organizan en siglas de tres letras). Y en el círculo cercano de Javier Sicilia se reproduce la tensión entre la tendencia hacia la conciliación con el gobierno y la tendencia hacia la alianza con grupos opositores a éste. Personajes como Emilio Álvarez Icaza o Tomás Calvillo son puentes hacia las vías institucionales; Pietro Ameglio, Magdiel Sánchez o Ignacio Suárez Huape ponen al movimiento en contacto con actores claramente identificados con la izquierda y de declarada animadversión hacia el gobierno (la CNTE, el SME, el EZLN).

En cuanto a las funciones de Javier Sicilia como protagonista del MPJD, contrasta la atención franca y solidaria que brinda a las víctimas, con la actitud distante hacia los simpatizantes congregados. Tal vez es esto lo criticable de su liderazgo. Durante el viaje convive poco con los caravaneros y no establece con ellos canales directos de discusión. Es cierto que la atención a los medios y los mítines lo absorben, y que por razones de seguridad pernocta en sitios alejados de la caravana. Pero también es cierto que, en el intento de blindar al movimiento del oportunismo y de las deliberaciones ad eternum, confía la dirección del movimiento a su instinto. Esto define su rol doble: por una parte ha abierto el espacio para la construcción de un discurso que rebate al oficial; por otra, es el muro de contención contra las fuerzas que presionan hacia la radicalización.

Tres. A través de la caravana el MPJD ha consolidado también los dos ejes de su acción:

a) Es un sitio de cobijo, consuelo y organización para las víctimas. A la caravana se han acercado decenas de familias en espera de ayuda y cuya demanda urgente es la resolución de sus casos.

b) Al mismo tiempo corre el peligro de convertirse en una procuraduría social de atención a víctimas, un sustituto cívico del Estado. Y en este punto cobra relevancia el proyecto del pacto: si en la visibilización de las víctimas el MPJD reivindica su especificidad, el pacto lo proyecta al exterior, le confiere un estatuto político y lo articula con las demás fuerzas de su entorno; convierte la particularidad de la víctima en sujeto de una política que busca una posición universal (lo que no quiere decir hegemónica pero sí igualitaria) y aspira a rehacer los pactos elementales entre la ciudadanía y el gobierno.

Este adelanto se publicó el 4 de marzo de 2018 en la edición 2157 de la revista Proceso.

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