Sin categorizar

Dueño de nada.

La pertenencia de las cosas nunca pueden tener como encuentro hermanado a ese algo con algún alguien, dado que para que las cosas sean o no de una manera por decisión, y para que esa decisión se consagre como tal en pro de la justicia (más allá de la ley) forzosamente debe haber un acuerdo entre ambas partes.

Es por eso que la imposibilidad de pertenencia es existente aun previo a la idea, dado que ambas partes tendrán que estar de acuerdo en dicho acuerdo: la parte en pertenecer a ese alguien, y el alguien en ser dueño de esa cosa.
Bien podríamos afirmar que la cosa puede ser ya una pertenencia, y aquel dueño lo es tanto que cuenta con la facultad de deshacerse de su industria a fin de relegarla a otro dueño. Pero para que eso sea posible, previamente debió existir un acuerdo entre esa cosa y su antiguo dueño.
Y así nos podríamos continuar en la cadena sucesoria de la cronología hasta dar con el primer dueño de la cosa, que, indudablemente sería el mismo dueño de ese alguien. Por lo tanto, ni somos dueños de ninguna cosa ni de nadie. Al afirmar “ni de nadie” nos incluímos a nosotros mismos.
Es por eso que El Dueño de Todas Las Cosas, DIOS, nos ha otorgado estatutos y leyes a fin de usufructuar provechosamente de Sus Creaciones, incluyéndonos a nosotros mismos.
Para conocer esas leyes, antes debemos contemplar la idea que hay algo por lo cual nosotros podemos adueñarnos sin permiso de nadie, y eso son nuestras ideas, nuestros pensamientos. Recién luego, es cuando entonces nos asignemos humildemente a aprender tales legislaciones a fin de hacer uso fructuoso y de provecho de las demás cosas.
En esas legislaciones se aclara de manera rotunda e indiscutible que hay cosas de las que nunca podremos adueñarnos, no por imposibilidad económica, sino por honor a nosotros mismos, a la cosa en sí misma y al Dueño de Todas Las cosas. Por ejemplo, jamás podremos ser dueños de otra persona; jamás podremos ser dueños de los astros y todo cuerpo celeste; jamás podremos ser dueños de algo que es de uso común en la sociedad del mundo, sea viviente o no, como las aguas de los océanos, los desiertos y muchas cosas más.
Y, el ser dueños de algo permitido, tampoco nos colma de derechos sobre ese algo. Aun siendo dueños, contamos con permiciones y prohibiciones para su sano uso. No por ser dueño de un arma, entonces puedo disparar a donde quiera. No por ser dueños de drogas, puedo drogarme. En definitiva, lo que podemos o no podemos va a depender del daño o perjuicio que provoquemos con su uso. Lo mismo aplica tanto a otras cosas, a otros seres vivos, o a seres inertes como las piedras. No tenemos permiso de dañar nada que no sea nuestro, y nosotros mismos no somos nuestros. Tatuarse es pintarrajear algo que no nos pertenece. Drogarse es dañar algo que no nos pertenece.
Los seres humanos no somos nuestros cuerpo, sino que somos jinetes que manejamos nuestro cuerpo como aquel jinete que monta un caballo. El jinete no es el caballo y el caballo no es el jinete. Si el jinete es adiestrado en su oficio, así el caballo sea feo, lo sabrá manejar. Si el caballo es hermoso, jamás podrá decirse que por la misma razón lo es el jinete, pues son dos cosas muy diferentes. Nuestro cuerpo es un caballo jineteado por nuestra mente. Y ni una ni la otra es totalmente propia, sino un préstamo de un “kit de herramientas” para vivir en este lapso.
Cuando regalas cosas tuyas a una persona necesitada, debes saber que aunque tu intención fue maravillosa, no has dado nada totalmente propio, pues nunca fue del todo propio. Eso no quiere decir que no sea tuyo, sino que no del todo. Tuya es la posibilidad de elección en ese camino de libertad al decidir si lo regalas o te lo quedas. Incluso, me atrevo a afirmar que si alguien necesita eso que a ti te sobra, no estás obligado a regalarlo, pero sí a cuidarlo, ya que si optas por destruirlo, ahí sí, considero yo, que es un acto criminal por partida triple: le robaste al necesitado, te robaste a ti mismo (y como hemos descrito, tampoco tienes derecho de hacerte daño a ti pues tú no eres tuyo) y destruiste una obra que Su Dueño hizo para que sea utilizada con provecho. En resumen: no le diste importancia ni valor a Su Creación.
En esta lista interminable de cosas, hay una de ellas que prolifera sobre las demás, una que nunca será de nadie ni pagando por ella, una que tenemos prohibido destruir, desperdiciar y no valorar. Esa “cosa” es sagrada, en español se le denomina “el tiempo”.
By Rob Dagán.

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