Año 69. Habían pasado solo unos meses de la muerte de Nerón cuando una de sus parejas, Esporo, se enfrentaba nuevamente a la pérdida. El ascenso al poder de Vitelio por encima de su nuevo consorte, el fallecido emperador Otón, puso al efebo en la indefensión total. Esto llevó a quien fuera castrado para casarse con el gobernante romano a considerar todas sus opciones, incluido el suicidio.
Esporo, el joven que fue castrado para casarse con el emperador romano Nerón
Sin embargo, es posible que el joven no hubiera decidido acabar con su vida, de no ser por la condena que lo perseguía. Y es que Vitelio, como forma de humillar al que fuera esposo de Nerón, ordenó un terrible castigo que no solo terminaría por dilapidar la imagen y fama de Esporo, también acabaría con todas sus esperanzas de vivir en el cada vez más disminuido Imperio Romano.
Tras la muerte de Nerón, Esporo intentó continuar con la vida de lujos y elegancia que había llevado gracias a su belleza y su cercanía con el emperador.
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Mientras el Imperio Romano era disputado por diversos actores, el joven buscó refugio en figuras estables. El primer hombre al que atrajo fue Cayo Ninfidio Sabino, un notable militar que había participado en la conspiración contra Nerón al persuadir a la Guardia Pretoriana de abandonar al gobernante. Durante meses, Sabino trató a Esporo como esposa llamándolo Poppaea. Por desgracia, la suerte del efebo terminó cuando su pareja fue asesinado por sus propios guardias mientras intentaba convertirse en emperador.
Solo unos días después, Esporo se reencontró con Otón, perteneciente a una familia de origen etrusco que gozó de la gracia de Nerón. De hecho, Otón y el emperador habían sido amigos hasta que el último condenó al noble al exilio, otorgándole la gobernatura de Lusitania. En las primeras semanas del año 69, Otón organizó un golpe de estado que derrocó al autoproclamado emperador Galba y lo llevó a liderar el Imperio Romano. Para ese entonces, el flamante gobernante ya había convertido a Esporo en su esposo.
En abril del año 69, el Imperio se enfrentó a otra revuelta. Vitelio había sido proclamado emperador por las tropas de Germania y lucharía contra quienes impidieran su dominio en Roma. Otón y las tropas que le eran leales –desde la Guardia Pretoriana hasta la Legio VII Galbiana– decidieron enfrentarlos.
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Superados en número por las fuerzas comandadas por Flavio Valente y Cecina Alieno, los soldados de Otón cayeron en Bedriacum, una pequeña ciudad romana cerca de Calvatone. Incapaz de mantener su poder, el gobernante acabó con su vida en el lugar. El triunfo de las tropas de Vitelio rápidamente llegó a Roma, donde ya se esperaba al nuevo emperador.
Al llegar al centro del Imperio, Vitelio lanzó una agresiva campaña de humillación pública contra todos los aliados y cercanos a Otón. Uno de los objetivos de su furia era Esporo, a quien había condenado a un espectáculo público donde tendría que recrear la Violación de Proserpina, frente a miles de personas reunidas para ver una batalla de gladiadores.
De acuerdo con el mito romano descrito en ‘La metamorfosis de Ovidio’, Proserpina –hija de Júpiter y Ceres– fue raptada y violada por un enviado del dios del inframundo, quien deseaba convertir a la joven en su reina.
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Al notar su ausencia, su madre –la diosa de la agricultura– cayó en una terrible depresión que provocó que la tierra se secara, matando con ello a todas las cosechas. Su padre, al notar la tierra seca, bajó de los cielos y negoció con Plutón. Al final llegaron a un arreglo: Proserpina pasaría la mitad del año con su madre en la Tierra y la otra mitad en el Inframundo con Plutón. Desafortunadamente, el daño estaba hecho.
Esporo entendió la humillación y las vejaciones a las que sería expuesto si aceptaba interpretar a Proserpina. Era un plan perfecto para acabar con él y todo lo que representaba: su imagen, su ánimo y, posiblemente, su vida. Así fue como el joven decidió evitar el escarnio. Cuando las nuevas fuerzas romanas fueron a buscarlo, Esporo ya había terminado con su vida. El eterno efebo que había sido controlado por algunos de los hombres más poderosos de la historia había tenido un último acto de libertad consigo mismo. No habría humillación, pero tampoco habría más de lo que hubo.
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