El gobierno del ‘ojalá funcione’

En el 2006, Felipe Calderón Hinojosa se autoconvenció de haber encontrado la solución para la violencia al sacar al Ejército a las calles apoyado por una Secretaría de Seguridad Pública estructurada bajo el perfil de Genaro García Luna.

En el 2012 le costó la Presidencia de la República al PAN con 121 mil muertes dolosas, según datos del INEGI.

Calderón la entregó a Enrique Peña Nieto, quien también creyó encontrar la fórmula anticrimen con la creación de la supersecretaría de Gobernación, pero la dejó en manos de Miguel Ángel Osorio Chong, un perfil que desde la toma de posesión la convirtió en plataforma presidencial.

Los números de muertes dolosas, extorsión, robos y más, escalaron niveles nunca vistos desde registros; el 2017 fue récord de los últimos dos sexenios con más de 29 mil asesinatos dolosos.

Ahora, el rumbo es totalmente desconocido, a tientas, lleno de ocurrencias que tratan de ajustar la realidad a las tesis de pacificación de Andrés Manuel López Obrador, de Alfonso Durazo Montaño y de Olga Sánchez Cordero.

Sin embargo, la realidad se impone y suele poner límites, uno de ellos provocado por la rabia de las víctimas de la violencia, absolutamente negados a perdonar a sus victimarios, en pro de un modelo de la Cuarta Transformación diseñado en el camino, con lápiz y papel en las piernas, y con fórmulas de prueba y error, donde la confianza en la efectividad de la legalización de ciertas drogas, es parte de la esperanza.

El peligro en esta transición es que no hay miramiento alguno en violentar el Estado de derecho al comerciar con la aplicación de la ley, a partir de una propuesta metafórica de amnistía.

Tampoco hay pudor en pasar por encima de un sinnúmero de normas constitucionales y orgánicas de las Fuerzas Armadas y las policías de los tres niveles de gobierno, con el propósito de inventar una Guardia Nacional amorfa, con el riesgo de grandes repercusiones en la estructura del Estado mexicano.

Ojalá funcione.

Me aterra el “ojalá” porque de estos están llenos los proyectos del equipo de transición, como el “ojalá” funcione el aeropuerto en Santa Lucía, o el “ojalá” se terminen las refinerías antes de quedar obsoletas, y el “ojalá” el Tren Maya no sea un mero capricho del presidente electo por el cariño que le tiene al sureste de México.

Ojalá funcionen estas cosas, porque los Foros Escucha, o de Pacificación, reventados por el mismo Durazo Montaño simplemente no funcionaron, y ni siquiera terminó la ronda de los estados para mantener las formas. Se quedaron en espera entidades clave en la inseguridad, como Tamaulipas, Morelos, Veracruz, Sinaloa y Tabasco.

Ante problemas tan complejos no hay más que apegarse a la metodología científica. La criminología está llena de estas disciplinas, apoyadas en tecnologías muy dinámicas que evolucionan día a día.

La frase trillada de cada sexenio mantiene su reiterada vigencia: NO podemos reinventar a México en cada sexenio; NO podemos sepultar el conocimiento generado por borrar las huellas de los anteriores.

No lo entendió Enrique Peña Nieto y mantuvo fusionada a la SSP con Gobernación, simplemente porque Osorio Chong no aceptó su equivocación, evidente, desde el 2015, y cuando el PRI lo desechó como candidato presidencial, para abrirle las puertas al simpatizante José Antonio Meade Kuribreña, se concentró en vender su derrota por la coordinación del PRI en el Senado.

La historia del fracaso contra la inseguridad está llena de intereses particulares, de prioridades políticas y de feudos estatales y municipales.

En el 2006, Calderón creyó encontrar la fórmula; de igual forma, en el 2012, Peña Nieto; ahora ni siquiera están de acuerdo López Obrador, Durazo y Sánchez Cordero, los últimos dos enfrascados en una guerra de poder por la división de la supersecretaría de Gobernación.

Y cuando creemos que ya pasamos lo peor, debemos recordar que NO hay límites para el deterioro.

No quiero imaginar los números del crimen organizado y la inseguridad en el 2024, con la tendencia del 2006 y del 2012. El Papa Francisco ya encontró culpable por los abusos sexuales de sus huestes en la Iglesia católica: El Diablo. Espero que el Diablo no se aparezca por acá; seguramente le da miedo.

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