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Europa revisa el tabú del precio fijo | Cultura | EL PAÍS

Los libreros madrileños denunciaron ayer ante la Subdirección General del Libro de la Comunidad de Madrid a Amazon por considerar que su campaña de descuentos del 25% aplicable a un número limitado de títulos (no reeditados en los últimos dos años y ofertados durante seis meses) vulnera la ley del libro y atenta contra la normativa del precio fijo. El gremio reclama la apertura de un expediente sancionador.

Esta iniciativa reabre el debate sobre la regulación del precio fijo, todo un tabú en el mundo del comercio de los libros, que también está en revisión en otros países europeos (pero no en todos; no hay una ley de ese tipo en territorios como Polonia, Finlandia, Suiza o Suecia).

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Italia. La Cámara de los diputados aprobó por unanimidad en julio el proyecto de ley de promoción y apoyo a la lectura, que reducirá los descuentos a un máximo del 5 % frente al 15 % vigente desde 2011. El texto trata de acabar con la ambigüedad de la normativa actual que ha permitido a las grandes cadenas y a plataformas digitales sortear el precio fijo sin problema. El borrador especifica que el límite máximo de descuentos “se aplicará también a la venta de libros por correo o a través de plataformas digitales”. Entre 2011 y 2016 cerraron 2.038 librerías y papelerías en Italia. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, más de 13 millones de italianos no tienen una librería cerca. Las ventas por Internet (21 %) son casi equiparables a las que realizan las librerías independientes (25 %). Amazon, que abrió su primer centro logístico en 2011, está ofreciendo desde el verano un servicio para suministrar libros a las pequeñas librerías con descuentos de hasta el 35 % y sin gastos de distribución. Las asociaciones de libreros creen que esta iniciativa puede llevar a que las librerías se conviertan en meros centros de entrega de Amazon. Por su parte, los pequeños editores han cargado contra la plataforma digital, a la que acusan de intentar acaparar la distribución.

Alemania. La primera versión del precio fijo se aplicó en 1888, en respuesta a un principio: la protección del libro como bien cultural. La ley en vigor es de 2002. Además, en febrero de 2016, el Gobierno federal aprobó una enmienda que obligó a todos los editores a establecer también un “precio de venta al público vinculante” para los libros electrónicos. La unanimidad política en el Bundestag sobre este asunto impidió que, en mayo de 2018, saliese adelante la propuesta de la Comisión de Monopolios, que asesora al Gobierno federal en cuestiones de competencia, para abolir el precio fijo. En Alemania, el comercio de libros por Internet representa el 20 % de las ventas totales, mientras que las librerías independientes gestionan el 30 %. Amazon ha chocado contra la legislación al tratar de vadearla con medidas indirectas, como regalar 5 euros para nuevos clientes, una medida que fue prohibida por la justicia alemana en 2016.

Francia. Las librerías aguantan bien el tirón de Amazon, gracias, en gran parte, a la solidez de la ley que controla los descuentos, en vigor desde 1982. La llamada Ley Lang, por el nombre del entonces ministro de Cultura, Jack Lang, establece que “toda persona física o moral que edite o importe libros debe fijar, para los libros que edite o importe, un precio de venta”. Todos los vendedores deben respetarlo con un margen de rebaja del 5 %, un descuento que suele aplicarse para los clientes con tarjetas de fidelidad de las librerías, pero no en las plataformas online. El objetivo de la ley, que rompe la libertad de precios y la libre competencia, se basa en la idea según la cual el libro no es un producto cualquier sino un bien cultural. Además, trataba de proteger a los comercios de proximidad en todo el territorio y la diversidad de los títulos.

El éxito indudable de la ley de precio único no significa que los libreros franceses no vean a las plataformas digitales como un peligro. Las quejas del sector sobre las triquiñuelas del gigante estadounidense Amazon para eludir las restricciones son recurrentes. Consideran, por ejemplo, que en su web no distingue claramente entre libros nuevos y de ocasión. Los primeros están sometidos al precio fijo; los segundos, no. El Mediador del libro —cargo público dedicado a mediar en los litigios sobre el precio del libro— ha propuesto una enmienda que obligue a distinguir “claramente la oferta de libros nuevos de libros de segunda mano”.

Como recordaba el columnista cultural de Le Monde, Michel Guerrin, en un artículo de 2017, “Francia es el país del mundo con más librerías, más editores y más libros publicados cada año”. El número de librerías independientes ronda las 3.500, mil más que en EE. UU., que cuenta con un población cinco veces mayor que la de Francia.

Portugal. La ley de precio fijo se aprobó en 1996 para “revitalizar el sector”. Durante los primeros 18 meses de la publicación de un título está prohibido realizar descuentos —excepto puntuales, con un máximo del 10 %—. Pero el sector no ha ido a mejor, pues han cerrado la mayoría de las librerías independientes y las que aguantan o se abren son actos de resistencia. Los tres principales canales de venta son las tiendas FNAC, los hipermercados —que en Portugal tienen una larga tradición en venta de libros—, y la cadena de librerías Bertrand. La primera fue inaugurada en 1732 en el número 73 de la calle lisboeta de Garrett por una familia francesa y ahí sigue abierta, salvo un pequeño paréntesis por el terremoto de 1755, cuando se trasladó a la iglesia vecina. Está considerada la más antigua del mundo.

Amazon no parece una amenaza para el sector, pues ni siquiera tiene web portuguesa. Sus servicios de distribución se realizan desde almacenes españoles, lo que encarece el envío. En Portugal, la mejor librería online se llama Wook.

Reino Unido. Los libreros londinenses en el año 1829 defendieron la prohibición de los descuentos porque las rebajas dañaban la “respetabilidad del negocio”. Aquel fue el origen del llamado Net Book Agreement (NBA), el precio fijo derogado finalmente en 1997. Una larga y cruenta campaña emprendida por la cadena de librerías, Dillon’s, y su ejecutivo, Terry Maher, precedió la muerte del precio fijo. Los establecimientos de más peso burlaban la ley convirtiendo los libros nuevos en ejemplares de segunda mano (un pequeño orificio en la portada o el subrayado negro en el canto), para poder aplicar descuentos mayores, pero Maher se lanzó a rebajar agresivamente los éxitos de ventas y a ventilar ataques contra editoriales y libreros. La batalla atrajo la atención de los medios, y se aprovecharon los vientos neoliberales para acabar con el precio fijo.

El efecto inmediato fue la desaparición de las librerías independientes en el Reino Unido (hasta 500 en una década) y la explosión de las grandes cadenas, como la propia Dillon’s, Waterstone’s o la estadounidense Border’s. Y la irrupción en esta competición de los supermercados, que escogieron también para sus estanterías los títulos más sugerentes y tiraron los precios. El exceso de oferta acabó volviéndose en contra de lo que lo provocaron. Dillon’s ya no existe y Border’s se fue del Reino Unido. Los libros mantienen aún en su solapa el precio mínimo recomendado por la editorial, aunque no tiene ninguna fuerza legal. La llegada de Amazon ha obligado a los supervivientes —Waterstone’s— a reinventarse como espacio de lujo.

Con información de Peio H. Riaño, Lorena Pacho, Enrique Müller, Marc Bassets, Javier Martín y Rafa de Miguel.

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