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Inclusión Educativa en la UAEM – Alfred Binet y la medida de la inteligencia: Edad Mental Vs Cociente Intelectual – Noticias de El Regional del Sur

A Alfred Binet se le atribuye una frase inconcebible “la inteligencia es lo que miden mis pruebas”. Él fue el creador del primer Test de Inteligencia en el mundo. Esto, se sabe, ocurrió en Paris, Francia en 1905. Luego, se hizo la primera revisión en 1911 junto con Théodore Simon. A partir de ahí se le conoció como Test de Inteligencia Binet-Simon. En México para 1925 ya se estaba aplicando por el Dr. Rafael Santamarina, para detectar alumnos que tuvieran debilidad y deficiencia mental en las escuelas públicas.

Binet con su Prueba o Test iniciaba un enfoque innovador en la ciencia, el de la Psicología Individual. Existía una psicología atomista con el estudio acerca de las sensaciones visuales, auditivas, táctiles, etcétera. Era una psicología general sobre las reacciones psicofisiológicas elementales. Mientras que Binet, exploraba una actividad compleja ante ejecuciones diversas que buscaban respuestas correctas ante situaciones controladas. Mediante una combinación de estrategias, la clínicas, la experimental y la de comparación estadística básica.

Los resultados de la Prueba Binet permitían obtener una “Edad Mental”. Ésta era heterocrónica, esto es, que no era uniforme a lo largo del desarrollo del niño. El ritmo podía variar en función de las diferencias individuales y eso era parte de la virtud de la Prueba. La inteligencia para Binet era tan compleja, que no podía medirse. Sólo era posible tener una aproximación. Por ello, era una frase apócrifa la que se le adjudica acerca de que la inteligencia era lo que media su prueba. En primer lugar, porque Binet no creía que la inteligencia podía medirse, al menos no con su Prueba. Así lo afirmó el psicogenético René Zazzo en más de una ocasión, en defensa de Bient. Se trataba de una “fake news” como se diría ahora.

Entre la Primera y la Segunda Guerras Mundiales apareció el Movimiento de la Escuela Nueva en la que militaban personalidades como Decroly, Claparéde, Maurice Debesse, Gaston Mialaret, Paul Langevin, Henri Wallon y Jean Piaget, entre otros. La escuela tradicional tenía los días contados. Se trataba, en esencia, en poner al centro de la educación básica elemental al niño. La psicología infantil estaba teniendo un gran desarrollo en todo el primer tercio del Siglo XX que duró ese impulso hasta muy avanzada dicha centuria.

Pero ocurrió un fenómeno que a la postre vino a fortalecer a la Escuela Tradicional y frenar a la naciente Escuela Nueva. William Stern y Terman Merril, dos psicólogos estadunidenses afinaron la Prueba Bient-Simon, en 1916. Aplicaron el algoritmo de dividir la Edad Mental sobre la Edad Cronológica (la multiplicaron por 100 para no manejarse con fracciones), obteniendo el cociente. Al cual le denominaron Cociente Intelectual (C. I.). Así, el número ya no es variable, ni de aproximación, sino que preciso. Si variaba la edad y los reactivos para ello, se obtenía el mismo cociente. Entonces, el diagnóstico se convirtió en pronóstico. Pero sobre todo cambió la concepción de que la inteligencia no se podía medir, ahora resulta que sí se puede medir, a diferencia de lo que pensaba Binet (fallecido en 1912). Con sus propias herramientas se combatió su idea acerca de la complejidad de la inteligencia y su evolución. Con la triunfalista idea de que el C. I. medía y de una vez y para siempre.

Lo más grave es que la Escuela Tradicional encontró una herramienta tecnológica de alta precisión estadística, el Test de Inteligencia. Si la inteligencia se puede medir, entonces, el niño puede estar a la medida de la escuela y no a la inversa. Así la Escuela Tradicional llega hasta nuestros días.

Jean Piaget, en sus años de mozos, trabajó con Thédore Simon verificando reactivos de la célebre Prueba. Pero narra Piaget que él se fijaba no en las respuestas correctas, sino en las erróneas. Y pudo constar que estas eran sistemáticas y agrupables. Eran respuestas de aproximación a las correctas. O, correctas desde el punto de vista del niño, aunque erróneas desde el criterio del adulto. Hizo un informe sobre la lógica infantil de estas respuestas “erróneas” que le dio a conocer a Éduard Claparéde, en ese entonces, director del Instituto Juan Jacobo Roussaeau de Ginebra. Le impactó tan bien este informe que propició que  lo invitaran a desarrollar un programa de investigación libre de cualquier obstáculo. Ahí comenzó Piaget con sus investigaciones sobre el desarrollo de la inteligencia en el niño de O a 12 o 13 años, que le llevara más de 60 años.

Conociendo la monumental obra de Piaget se puede afirmar con Binet que no se puede medir la inteligencia, se mide lo medible de la inteligencia, pero no todo lo que ella comprende. Además, los que pretendieron medirla lo hicieron, paradójicamente, sin que se supiera todavía lo que era la inteligencia.

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