Ciudades del futuro

Inteligencia artificial: ¿brutalidad humana? – Las2orillas.co

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“¿Tanta tecnología para qué? Para mentes tan vacías.”

Pablo Hasél

Los avances tecnológicos que se dan a pasos agigantados en el mundo van en contravía con la violenta irrupción de la estupidez humana en muchos aspectos. Aunque la memez ha sido parte de la historia desde que el animal racional llamado “ser humano” comenzó su avance en la historia del planeta hoy los signos de embotamiento intelectual son alarmantes. Bastan unas breves pulgadas de pantalla y una conexión a internet para que caigamos embobados ante el último chiste recalentado de tik tok o se produzcan oleadas de baba ante las declaraciones del progresista de turno.

Mientras en China se utilizan las herramientas tecnológicas con fines educativos (aun cuando también siga existiendo una brutal dictadura política en medio de un mar interminable de economía de mercado) y en Finlandia la educación avance a pasos agigantados en nuestra sufrida Latinoamérica los índices de lectura crítica se desploman y la capacidad de análisis se desvanece en una población que destaca la ruidosa perorata cargada de ignorancia de un ruidoso conejo malo (bad bunny) o la inclinación a seguir las ideas de una manada de majaderos de izquierda o de una derecha populista que son electos para seguir destrozando las frágiles economías de nuestras naciones.

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En ese entorno vale más la consigna facilona que la reflexión aguda, convence más la bailo terapia en una marcha de protesta que el discurso que obligue a mover la mente y es asombroso escuchar como en un colegio se coloca reguetón a un volumen ensordecedor en los descansos de los estudiantes o en actividades mal llamadas culturales. Los líderes carentes de discurso improvisan monsergas llenas de lugares comunes o fantasías delirantes; en los colegios se escucha a docentes derramar en las frágiles cabecitas de sus estudiantes un torrente ideológico espantable de lenguaje inclusivo, refritos de izquierda y de ideología de género y, en los hogares, se cambia el momento de juego con los hijos por el interminable desfile de contenido de Disney (inclusivo) Channel y Netflix o se resuelve la pataleta, no con un abrazo y una breve reflexión, sino soltándole al menor un chupete tecnológico llamado dispositivo móvil.

Para muchos jóvenes leer es un suplicio, redactar es caer en el más profundo infierno y reflexionar genera una angustia comparable al suplicio infinito de Sísifo o al terrible destino de Prometeo (y algunos que han llegado hasta aquí tal vez no conozcan a esos dos seres mitológicos). Todo lo resuelve en un santiamén San Google y recitamos el enlatado concepto de Wikipedia. No atinamos a crear algo nuevo y, para terminar, con la llegada de la inteligencia artificial terminaremos dejando a un algoritmo complejo de programación las decisiones más complejas o más banales.

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Y, aunque la inteligencia artificial es la muestra de un avance significativo desde lo tecnológico, seguiremos decreciendo intelectualmente porque en la busca de esa calidad de vida tan necesaria olvidaremos el pensamiento reflexivo y la humana condición de errar con nuestras propias decisiones. Le preguntaremos al refrigerador que es lo que nos sugiere para desayunar y dejaremos que el automóvil nos lleve de manera automática a algún lugar donde vegetaremos sin pensar ejerciendo labores rutinarias que dejaran lo complejo del proceso a un equipo electrónico de avanzada que pensara, racionalizara matemáticamente y ejecutara su decisión sin tomar, tal vez, en cuenta el aspecto más importante que nos hace realmente humanos, las emociones.

Decía un filósofo contemporáneo (Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes 1911-1993)  que “…Estamos viviendo un momento histórico en que el hombre científica e intelectualmente es un gigante, pero moralmente es un pigmeo”; pero, yendo un poco más allá podemos concluir que, además, hoy en día, la tecnología está creciendo a pasos agigantados convirtiéndose en un gigante que nos avasallará dejando a los hombres (termino genérico de ser humano aclarando al progre de lenguaje inclusivo) como pigmeos en lo moral y también en lo intelectual. La inteligencia artificial asusta, pero la estupidez y la atrofia de la inteligencia natural aterra.

Esta no es una crítica brutal contra la tecnología que debe ser una herramienta y que de ser utilizada con prudencia nos puede impulsar hacía las estrellas; es una reflexión contra la pereza de pensar, es un grito de alerta para que desarrollemos nuestras mentes de manera positiva porque lo que nos ayudará a crecer como naciones no es el balbuceo del conejo malo sino la melodía enriquecedora de Mozart y aquello que nos ayudará a ser críticos no es el lenguaje progre sino la lectura profunda de los excelentes contenidos que aun nacen de la reflexión intelectual de muchos y notables escritores. Si llegamos al punto en que la pluma se reemplace por el algoritmo matemático que redactara una novela o un ensayo sin la profunda reflexión o emotividad humana estaremos al borde de la definitiva caída en desgracia del pensamiento y la inteligencia humana.

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