Al hablar de su casa familiar, Andrea Martínez dice: “Era un templo a la lectura”. Se muestra satisfecha de que diversas instituciones hayan rendido homenaje a su padre, el historiador, ensayista y crítico literario José Luis Martínez, quien nació en Atoyac, Jalisco, el 19 de enero de 1918. Los festejos finalizan con varias actividades en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en las que estarán presentes ella y sus hermanos José Luis y Rodrigo.
Es precisamente acerca del autor de La literatura mexicana del siglo, sobre el premio que lleva su nombre y que será entregado a Enrique Florescano, sobre su vida familia, de lo que habla Andrea Martínez, profesora investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), en esta entrevista.
—¿Qué piensan, usted y sus hermanos, de los homenajes a su padre en su centenario?
Nos sentimos muy honrados por la atención que recibe y conscientes de la obra de mi padre, una obra benemérita. Nunca trabajó para sí mismo sino para dar a conocer libros y obras, fuentes valiosas. Trabajó para difundir la cultura mexicana, principalmente, y lo hizo con sistema y con buena fortuna, y como tal lo recordamos con mucho respeto y amor. Comenzamos los homenajes el 19 de enero, día de su nacimiento, y se nos ha hecho corto el año.
Ahora, en la FIL, el Premio José Luis Martínez se ha otorgado por primera vez a Enrique Florescano. Algunas cosas que mi padre publicó cuando fue director del Fondo de Cultura Económica, como la colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas del siglo XX, ahora se están editando en formato digital. Se reeditará su libro Hernán Cortés, uno de los más importantes de su obra y del que solo había una versión reducida; ahora se va a publicar completo. En la FIL, Enrique Krauze dictó una conferencia magistral sobre mi padre y mis hermanos, con Nelly Palafox.
—¿Cómo recuerda a su padre? ¿Cómo lo imagina?
Siempre conversando. Las conversaciones en casa siempre eran sobre libros, sobre lo que estábamos leyendo y también, por lo menos, mi hermano Rodrigo, mi padre y yo compartíamos la vocación por la historia. Nos atraía la historia de la época colonial, sobre todo los temas indígenas en el Virreinato. Me gustaba hablar con él sobre códices, de fuentes de los clásicos del siglo XIX y el siglo XX. Eso era algo muy frecuente entre nosotros. Finalmente, en la biblioteca había muchos libros de arte, muchos libros de temas generales, de cultura, de astrología, de la Ciudad de México, de literatura y de historia. Mi padre tenía una colección muy grande de libros franceses.
—¿Cómo describiría a su padre?
Mi padre no era solemne. Era serio, pero no era una persona rígida o aburrida. Tenía un plan de trabajo muy estricto; trabajaba todo el día, aunque con horarios especiales, hasta muy entrada la noche. Digamos que comenzaba a trabajar a las once, doce, comida, siesta y luego de corrido hasta las dos de la mañana. Eran los horarios de la casa y era muy bonito verlo trabajar porque usaba unos blocks de papel blanco y escribía con una letra pequeña y uniforme. Era poco lo que corregía, alguien que sabía exactamente lo que quería hacer y lo que podía hacer y, por lo tanto, escribía mucho y con mucha eficacia y buena fortuna. Su letra era difícil de leer, pero su secretaria, María Guadalupe Ramírez, sabía descifrarla.
Fuera de su trabajo era una persona afable, tranquila. Era un poco estricto en lo que le gustaba y en lo que no le gustaba. No le gustaban los aspavientos, no le gustaban las exageraciones, y como padre fue tolerante con los relajos de sus hijos.
—¿Por qué se fue de Atoyac a la Ciudad de México?
Para estudiar, desde la preparatoria, me parece. Se fue con toda su familia y ya no regresó a vivir a Jalisco, pero mantuvo la relación cercana con sus hermanas.
—¿Qué está haciendo la familia con respecto al legado del maestro José Luis Martínez?
Mi padre dejó una biblioteca enorme, de 60 mil volúmenes, y fue adquirida por el entonces Conaculta, ahora Secretaría de Cultura, y está dentro de la Biblioteca de México, en la Ciudadela. Es una biblioteca de acceso público. La vendimos completa, incluso hasta se fueron algunos libros de mis hijos con cosas personales; todo está ahí y nos da mucho gusto. Por otro lado, estamos viendo su archivo personal con María Guadalupe Ramírez. Tenemos la correspondencia y los manuscritos en un solo sitio y ella lo está organizando con mucha seriedad y un buen sistema.
—¿Cómo ha sido la labor de conservación y difusión de los archivos?
Mi hermano Rodrigo ya publicó la correspondencia con Alfonso Reyes y la correspondencia con Octavio Paz. Mi padre dejó muchos manuscritos incompletos. Por ejemplo, quería hacer una historia de los cronistas de la Conquista y ya tenía monografías sobre varios. Es un proyecto que quiso hacer pero que dejó incompleto.
Mi papá también fue aficionado a la fotografía, a coleccionar tarjetas postales. Retrataba sitios arqueológicos y a mi madre, Lydia Baracs de Martínez, la fotografiaba con frecuencia.
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http://www.milenio.com/cultura/fil/andrea-martinez-las-conversaciones-de-mi-padre
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