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La antigua leyenda de Chichén Itzá – Blog Xcaret – Lee sobre viajes, gastronomía, naturaleza y cultura en Blog Xcaret

Conoce el nacimiento y caída de un imperio

A través de una leyenda de amor en Chichén Itzá

El nombre Chichén Itzá no es secreto para nadie. Sobresale como uno de los centros culturales y políticos más influyentes y como la ciudad más poderosa en la Península de Yucatán. Se dice que en ella, muchos años atrás, habitaron los itzaes, brujos del agua que irguieron una gran civilización en el corazón de la selva maya. Esta es la trágica historia de uno de ellos que, con coraje y determinación, se reencontró con su amada.  

Cuenta la leyenda que tiempo atrás, por ahí de los periodos contemporáneos de ciudades como Uxmal y Dzibilchaltún, se irguió justo en la boca del pozo de los brujos del agua, una imponente civilización maya ancestral. 

Dicho pozo no era meramente metafórico, sino un ojo de agua real. Un sagrado cenote, corazón y fuente de vida para los itzaes que decidieron asentarse en la zona y llamarla su hogar, bautizándola como la gran Chichén Itzá. En ella habitaron importantes miembros de la élite, asentados en el centro religioso, cultural y administrativo. Mientras, en los alrededores, el resto de los campesinos, artesanos y agricultores.  

Uno de aquellos agricultores fue Nuscaa, conocido entre el pueblo como aquel que escuchaba la tierra para hacerla crecer, aquel que les cantaba a las semillas antes de plantarlas y que agradecía al rocío en cada amanecer. 

Fue en uno de aquellos amaneceres en el que el joven Nuscaa encontró a una joven bañada con la cálida luz de los primeros rayos del Sol. Nuscaa creía imposible que existiera algo en el universo capaz de opacar a los rayos del dios Kinich Ahau hasta esa mañana. Fue testigo de una belleza incomparable, muy distinta a todo lo que él había conocido anteriormente. Su nombre era Itzanami. 

Esta mujer de cabellera larga y ojos color chocolate se convirtió en su motivo de devoción y, para fortuna del joven Nuscaa, el sentimiento era mutuo. Los enamorados acordaron verse cada amanecer en las cercanías del cenote sagrado, donde rendían ofrendas a los dioses con tal de que su apasionado amor no encontrará el fin. 

Desafortunadamente, existía un obstáculo que los separaba. Itzanami era hija de uno de los miembros más importantes de la élite de Chichén Itzá y por su linaje, su unión a un joven y humilde agricultor estaba prohibida.  

Mantuvieron sus encuentros en secreto tanto como pudieron, arropados por la exuberante vegetación de la selva maya. Sin embargo, estaba fuera del conocimiento de ambos que la ciudad sería pronto invadida por un pueblo de fuertes guerreros que amenazaban con traer consigo un nuevo esplendor al sitio.  

Fue durante dicho periodo que los jóvenes Nuscaa e Itzanami tuvieron que separarse durante una cantidad de noches que al joven enamorado le parecieron eternas. Aunado a ello, el dominio que tenían los mayas putunes, quienes originalmente habían erguido la ciudad, pasó a manos de los poderosos guerreros toltecas. 

Pasaron años, pero el corazón de Nuscaa no dejaba de latir descontroladamente, anhelando las caricias de su amada Itzanami. A su alrededor, la ciudad a la que él llamaba hogar cambió drásticamente. Se abría paso un auge que volvió a poner en alto a Chichén Itzá, convirtiéndola en símbolo de poder de la cultura maya. Acompañado esto de fuertes influencias de ciudades cercanas como Tula, Uxmal, Monte Albán y especialmente Teotihuacán. Cosa que para un hombre sufriendo de desamor significaba poco. 

Una noche desoladora en la que ni la diosa Ixchel, con su luz de Luna, pudo tranquilizar al pobre Nuscaa, este recibió una misteriosa visita. No fue una persona, ni nada que pudiera ver él con sus ojos. Se dice que fue el viento el que le susurró al oído y le hizo saber que su amada se encontraba en la pirámide El Castillo, incapaz de poder salir y reencontrarse con él. 

“Entrelazada con el Chac Mool, ahí la encontrarás”. Esas fueron las últimas palabras que escuchó Nuscaa justo antes de embarcar en un viaje hacia el centro de la ciudad y liberar a la dueña de sus anhelos. 

Guiado por su fuerte convicción, el joven Nuscaa llegó al interior de El Castillo. Se dice que en él encontró un edificio piramidal que guardaba un secreto. Era una estatua del Chac Mool labrada en piedra, con piezas pulidas y brillantes incrustadas para decorar sus ojos, dientes y uñas. Sin embargo, no había rastro alguno de Itzanami. 

Tras recorrer cada rincón del lugar, el joven Nuscaa se desplomó vencido junto al Chac Mool y rompió en llanto. Fue con la caída de sus lágrimas que sintió por primera vez la presencia de su amada como si estuviera abrazándolo con fuerza. Sin embargo, al abrir los ojos no había nadie más que el Chac Mool a su lado. Entonces recordó lo que el viento le susurró al oído y al ver con detenimiento la estatua, se dio cuenta de la realidad que estaba frente a él. 

Aquellas piezas brillantes que decoraban la superficie de la piedra no eran gemas preciosas, ni tampoco oro. Eran los huesos de una joven de belleza indescriptible con palabras, eran los huesos de su amada. Nuscaa solo podía pensar en desgarrar su corazón del pecho y entregarlo a los dioses que le habían quitado a Itzanami. Sin embargo, al intentar hundir la daga en su pecho, no logró hacerlo. Volvió a intentarlo con todas sus fuerzas, pero una fuerza externa se lo impedía. Nuscaa comprendió que su momento aún no llegaba y que, en su lugar, debía dejar ir a Itzanami. 

El joven agricultor regresó a su hogar y continúo haciendo lo que hacía mejor. Con los años volvió a escuchar la tierra para hacerla crecer, a cantarle a las semillas antes de plantarlas y agradecerle al rocío en cada amanecer. 

Fue en uno de aquellos amaneceres que el joven Nuscaa volvió a encontrar a una joven bañada con la cálida luz de los primeros rayos del Sol. Volvió a presenciar aquello que creía imposible, algo capaz de opacar a los rayos del dios Kinich Ahau. Fue nuevamente testigo de una belleza incomparable que ya había conocido anteriormente. Su nombre era Itzanami. 

Nuscaa se acercó a esa figura parada frente a él y la envolvió con calidez en sus brazos. “Es hora”, le dijo ella al oído y lleno de paz cerró los ojos con su amada junto a él. Una niebla gruesa, de aquella que nubla la vista de cualquiera que quede atrapado entre su densa atmósfera los envolvió. Se dice que, al esclarecerse, se llevó consigo algo importante y esencial sin dejar rastro alguno: a la civilización que habitaba Chichén Itzá.  

Hoy en día, las razones por las que se abandonó la ciudad son aún un misterio para muchos académicos y exploradores en busca de respuestas, dejando solo a la imaginación como encargada de generar una explicación a lo sucedido. Sin embargo, algo que podemos asegurar sin necesidad de racionalizaciones, es que los enamorados, Nuscaa e Itzanami, lograron reencontrarse y emprender el viaje que continúa después de la vida. 

Lo que no se olvida nunca muere, siendo Chichén Itzá un claro ejemplo de ello. Incluso siglos después de su decadencia, el sitio continuó siendo considerado punto de peregrinación y adoración para las generaciones futuras. 

*La leyenda aquí descrita, así como sus personajes, son parte de un relato ficticio basado en elementos reales de la historia de la gran Chichén Itzá.

Si de aquí despertó tu curiosidad por conocer Chichén Itzá, hazlo de la mano de los expertos en el mundo maya

Ávida lectora y escritora creativa que disfruta compartir lo que le apasiona.

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Ciudadano por México

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