Salud y Comida

La distópica felicidad que aparentamos los mexicanos

Desde 2012 que las Naciones Unidas comenzaron a medir la felicidad de los países, nos agarra siempre con una rara mezcla entre sorpresa, orgullo, incredulidad e ironía descubrir que al parecer somos, al menos comparativamente hablando, de los más felices. Este año ocupamos el lugar 24 de una lista de 156. De la región, sólo en Costa Rica resultaron ser más felices que aquí. Hey, según el reporte somos más felices en México que, por ejemplo, España.

El Reporte se construye a partir de encuestas representativas por cada país. Los consultados deben evaluar su satisfacción general con sus vidas ubicándose en alguno de los diez peldaños de una escalera. Para tratar de explicar su nivel de felicidad, se les consultan otras cosas. Y listo: a nadie asombrará que los países más felices están en el norte atlántico junto con las lejanas Australia y Nueva Zelanda. Pero vale la pena echarle un ojo al reporte completo, porque la felicidad entre las naciones no es la misma, no se compone de las mismas cosas. Y es obvio: si México ha de estar dentro del 20% de los países más felices del mundo, no puede ser por gozar de condiciones similares a las de… Suiza, por decir algo.

Al intentar explicar qué elementos son los que hacen a un país feliz, los autores del reporte deciden compararlo con un país imaginario, Distopia, construido como el peor de los sitios posibles a través de seis parámetros: ahí tienen el PIB más raquítico de todos, la peor percepción de corrupción, no hay seguridad social, la expectativa de vida es bajísima, sus ciudadanos no son libres de tomar decisiones y no perciben generosidad entre sus habitantes. A través de un sistema de ponderaciones matemáticas, cada país es comparado en cada uno de estos sub-índices contra Distopia. Así, es posible saber en qué medida es la riqueza, o los servicios del Estado, o la libertad y demás, lo que podría explicar esa mayor felicidad. Sin embargo, siempre queda un gran remanente de felicidad que no se puede explicar por esos componentes a la hora de contrastarlo con Distopia. Y aquí es donde viene lo más interesante para México y para América Latina.

Cuando uno mira las listas del reporte donde se muestran el comparativo de barras de estos componentes, es claro que en los países más altos del índice, la felicidad se explica en mayor grado por todas estas categorías. Sin embargo, tan pronto aparece Costa Rica (lugar 13), estas barras reducen su tamaño; es decir, esta bellísima nación centroamericana se parece mucho más a Distopia y, sin embargo, sus habitantes son mucho más felices que ahí. Esta, digámosle, anomalía parece ser muy latinoamericana, pues ocurre igual en México (lugar 24) y Guatemala (lugar 30) y también, aunque con menos intensidad, en Panamá (lugar 27).

Cercanos a México en el índice están también Chile, Argentina y Uruguay, sin embargo, en esos casos la capacidad de explicar la felicidad de esos países contra Distopia por las categorías mencionadas, es más alta: ellos sí son “normales”. A la hora de arreglar las medias de felicidad por regiones del mundo, América Latina es de lo más atípico: tenemos países que se comportan de acuerdo a lo esperado y países que no. A lo mejor es que nos están queriendo medir la felicidad en términos que aquí no sirven o no sirven igual. No nos entienden.

Total que no estamos chidos, pero cómo nos divertimos. Algo así… o al menos así le hacemos a la hora que nos pregunta el encuestador con esas preguntas tan raras. La comida, las fiestas, la familia son algunos de los refugios donde los mexicanos dijeron encontrar su felicidad. Parece que no estamos muy lejos de ser nuestro propio cliché, nuestro propio estereotipo. Sabemos o pretendemos ganarle la partida a Distopia con el ánimo para bien y para mal. ¿”El mexicano se ríe hasta de la muerte… y de los índices de felicidad”?

Venimos de un año electoral y uno de cambio político. Venimos de hablar del hartazgo, de un profundo enojo contra la corrupción, el despojo, la violencia y la desigualdad que nos atraviesa. Venimos también de la gran esperanza que millones han depositado en el nuevo gobierno pero que crispa los nervios de muchísimos. Se viene complicado. Si miramos a la región, esto que algunos llaman “polarización”, que a veces creo que no consiste más que en una preocupación constante de las élites por la administración, creo que puedo ser algo más profundo que eso, permanecerá un buen tiempo. A lo mejor conviene mirarnos en esa felicidad que nos quisieron medir. No creo que convenga apostarle al buen ánimo, sino a alejarnos un poco más de Distopia, pues, ¿qué tal que ese ánimo un día se nos esfuma? En tanto, parece que, como decía esa canción de Aterciopelados, “Ay si se pone peluda la cosa, recuerde que la vida es color de rosa”. Feliz 2019.

José Ignacio Lanzagorta García es politólogo y antropólogo social.

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