La noche estrellada es uno de los cuadros más admirados de la pintura occidental, y para muchos, la obra maestra de Vincent van Gogh. Fue pintado en el sanatorio Saint–Rémy–de–Provence, en el sur de Francia, un año antes de su muerte. Hasta ahí había llegado Van Gogh por su propio pie para hacerse internar después de que en vísperas de la navidad él mismo se cortó la oreja.

Fue desde la ventana de este asilo que contempló el cielo nocturno para luego reproducir con “aceites húmedos y pinceles finos” la mirada poética de un firmamento azul iluminado por espirales en arabesco.

Un cielo de rizos encendidos es la huella del dolor, el colapso nervioso, la razón destruida de una mente extasiada, genial, desesperada y triste.

El magnum opus de Van Gogh es la representación memorizada de la noche y quién sabe, quizá también la de formas que habitaban su mente desde que Lord Rosse y otros  publicaran, 44 años antes, los primeros dibujos de una Galaxia espiral. La Galaxia Remolino, también conocida como Messier 51ª, fue la primera en ser clasificada como tal y una de las imágenes astronómicas más populares entre las que publicaba Camille Flammarion en sus libros ilustrados. Este famoso divulgador francés del siglo XIX dio a conocer  la imagen de la  “nebulosa espiral” como se la llamó entonces. 

La primera Galaxia en ser dibujada se encuentra a 23 millones de años luz de nosotros en la constelación Canes Venatici  (perro cazador). Es una de las más brillantes del firmamento, tanto, que resulta visible con binoculares. Es un objeto hermoso en la oscuridad de la noche y una de las que más ha impactado al público en general, quizá porque mostró la posibilidad de caprichosas formas celestes que las fuerzas de la naturaleza pueden producir. La conmoción científica del siglo XIX no podía ser ajena a la centellante imaginación de un genio. La figura  no pudo escapar a la vista ni a la sensibilidad de Van Gogh. ¿Fue quizá por eso que en su delirio atribulado dejó los trazos de una hélice fulgurante?

No lo sabemos pero bien puede ser que en esa pintura secular encontraron albergue dos marcas del recuerdo: la sensibilidad acribillada que mira al cielo por la ventana de un manicomio y la Galaxia Remolino.  

Mucho se ha comentado de la inquietud que Pablo Picasso tenía sobre el significado de la cuarta dimensión espacial. El matemático francés Henri Poincaré decía que si uno pudiese transportarse por una cuarta dimensión estaría en posición de ver todas las perspectivas de una escena al mismo tiempo. De la misma manera como cuando nos subimos a un edificio escapando a las dos dimensiones de la superficie, por la tercera que nos lleva a lo alto. Desde arriba, ya dentro de la tercera dimensión que es la altura, podemos ver todos los aspectos de las dos dimensiones que abandonamos al subir. Así podríamos, desde la cuarta dimensión, ver todas las caras de las tres dimensiones espaciales que abandonamos cuando nos internamos en la cuarta.

El dilema de Picasso, entonces, fue cómo proyectar todas las perspectivas de un objeto en un lienzo. Cómo plasmar al óleo nuestro mundo tridimensional cuando se lo ve desde una cuarta dimensión. Este acertijo lo llevó a la creación del cubismo, la simultaneidad, la mirada múltiple que asume todas las perspectivas para describir la realidad.

El cubismo es la observación desde todos los puntos de vista cuando éstos han dejado la línea, abandonado el plano, abdicado del volumen para, una vez dentro de la cuarta dimensión, mirarlo todo de un solo vistazo.

Salvador Dalí estuvo siempre bien informado del acontecer en las ciencias, donde encontró la fuente de su inspiración. En 1958 publicó Anti–matter manifesto, y ahí escribió: “en el periodo surrealista quise crear una iconografía del mundo interior y el mundo de lo maravilloso, de mi padre Freud… Hoy el mundo exterior y el de la física han trascendido al de la psicología. Mi padre hoy es el Dr. Heisenberg”. Así se refería a su relación con Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, y a Werner Heisenberg, padre fundador de la mecánica cuántica que descubrió el principio de incertidumbre al que se someten los objetos microscópicos en el mundo interior de la materia.

Salvador Dalí también se propuso pintar la cuarta dimensión cuando realizó Corpus Hypercubus en 1954, cuadro en el que hizo levitar a Cristo en una cruz mística. No fue ajeno a la relatividad del tiempo cuando pintó La persistencia de la memoria, para luego decir: “Desde ellos soy históricamente aquel que ha sabido resolver la ecuación espacio–tiempo, pero todo mi arte traduce la calidad de la angustia más moderna, en cuanto expresión de un delirio que rebasa todos los dinamismos de lo real. El tiempo no se puede concebir sin el espacio”.

En nuestros días, David Hockney disfruta de la tecnología en sus cuadros paisajistas y se sirve de aplicaciones informáticas para generarlos. Su obsesión está en el movimiento de fotos captadas con una cámara polaroid y en el gran formato de sus cuadros que un iPad le permite manipular, moldear, pintar en el gran formato que aspira a duplicar, uno a uno, la realidad. Así como en el siglo XIX los impresionistas pudieron salir al aire libre para la realización de sus cuadros gracias a la invención de los tubos de pintura, el iPad viene a cambiar nuestra manera de ver el mundo. Ayudado por cámaras de video que permiten experimentar el transcurrir del tiempo y la naturaleza que se mueve, David Hockney nos ofrece una visión distinta.

Desde siempre las artes  plásticas han contado con la presencia de la Física, la más exacta de las ciencias. La Física que se encuentra lo mismo en la técnica que hace posible la grandeza de un cuadro que habitando la imagen de un óleo. Aparece en el recuerdo de una espiral y en la paleta de colores de un iPad que resume en sus aplicaciones nuestra mejor teoría del color.      

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http://milenio.com/cultura/laberinto/ciencia_y_arte-ciencia_en_pinturas-ciencia_del_arte-ciencia_dali-ciencia_picasso_0_1173482794.html

Ciudadano Mexicano

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