Mucho antes de que se comenzara a hablar de la inteligencia emocional, de la inteligencia genial, de los siete tipos de inteligencia de Gardner, entre otros conceptos actuales, el simple y sencillo concepto de inteligencia marcó las creencias sociales y la vida de muchas personas: «Fulanito es un niño muy inteligente», «deberías sacar calificaciones como Menganita, que es muy inteligente». Por generaciones hemos vivido bajo el mito de la inteligencia y los indicadores de la misma.
Los mitos sobre la inteligencia resultan casi irrefutables, pues se basan en creencias arraigadas en la cultura y aunque lo que se considere «inteligente» puede variar entre una cultura y otra, la respuesta social varía en mucha menos medida.
Algunos de los mitos más conocidos en relación a la inteligencia son:
Aclaremos todos estos puntos de una vez: la inteligencia no se hereda tal cual. La influencia genética no determina respuestas específicas, impacta en cuanto a la probabilidad, pero no es determinista. La inteligencia dependerá, en mayor medida, del ambiente, de las creencias familiares, los estímulos y las experiencias del individuo. Contrario a la creencia popular —con sus honrosas excepciones, claro está—, las características humanas no son determinadas solamente por los genes, ya que el ambiente ocupa un lugar importantísimo en el desarrollo de todas ellas.
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