Natalia de la Vega: “Soy mi mejor anuncio: tengo 59 años, no pretendo aparentar 25” | Gente | EL PAÍS

Todo es bueno y bonito, que no barato, en la sede de Tacha Beauty en una de las esquinas más exclusivas de Madrid. Pero eso no es especial problema para su clientela. Un martes cualquiera a mediodía, mientras la mayoría de los mortales contamos las horas para la pausa de la comida, una señora estupendísima sale de una de las capillas de ese templo recién atendida por su “terapeuta” (¿peluquera, masajista, esteticista, médica?) y se topa con la jefa de todo esto, que acaba de llegar conduciendo su cochazo y producida de pies a cabeza para esta entrevista. Se saludan, amiguísimas, lo sean o no lo sean. “Aquí me tienes, entregada a la causa”, le suelta, alborozada, la clienta a la dueña del negocio. Natalia de la Vega —Tacha o Nata para las íntimas— sonríe y replica, solícita: “Esta es tu casa”.

Más que clientas, tiene adeptas. ¿Las tiene cogidas por los pelos o por las agujas del bótox que hay que renovar cada equis meses?

Ja, ja. Bueno, digamos que la gravedad es una aliada magnífica para la fidelidad al negocio, pero el pelo también se estropea. Yo tampoco tengo mi melena de los 25. Hoy puedes hacer de todo para estar lo mejor posible. Lo que no puedes es doblegar el tiempo.

¿Es usted su propia cobaya?

Yo viajo por el mundo a la caza de nuevos productos y tratamientos y lo pruebo todo, menos lo que veo artificial. Tengo una especie de intuición para eso. No me puse jamás silicona en la cara, por ejemplo, que ya se veía que iba a ser un desastre. Tengo 59 años, soy bajita, tengo mis volúmenes, y no pretendo aparentar 25 ni parecer clónica de nadie. Lo que intento es dar la mejor versión de mí misma a cada edad. Por eso, y no por ego, creo que soy mi mejor anuncio.

Creo que usted no tenía nada que ver con el gremio de la belleza antes de meterse en él hasta la cocina.

Trabajaba en seguros, tenía una vida estupenda, un matrimonio feliz y dos hijos preciosos. Pero hace 30 años falleció de muerte súbita Gonzalo, el pequeño, un bebé de nueve meses y medio, y nos quedamos todos rotos. Decidí hacer algo distinto. Fui al ginecólogo a que me quitara el DIU. Si no era entonces, no iba a ser madre nunca más por miedo. Me formé en estética, vi lo que se hacía fuera. A los nueve meses y cuatro días nació mi hija Tacha, y abrí un centro de belleza integral en las afueras de Madrid con su nombre. De ahí vino todo. Visto ahora, creo que fue la forma de no volverme loca.

Ya ha llovido desde entonces. ¿Cómo ha evolucionado su clientela?

Antes la demanda de servicios de belleza se limitaba a taparte las canas, depilarte y darte masajes antes de acudir, si podías y querías, a la cirugía. Desde entonces, hay muchas cosas que se pueden hacer antes de operarse, que, para mí, es el último recurso. Pero el auténtico boom ha sido con los selfis y los móviles. Antes nos hacíamos fotos contadas, en ocasiones especiales. Ahora no paramos de hacérnoslas, publicarlas y compararnos con el resto, y cuando no nos gusta cómo salimos, queremos cambiarlo. Los móviles han disparado el negocio.

¿Los hombres también se pinchan?

Cada vez más, y, además, son muy disciplinados y decididos. Saben lo que quieren, no te traen una foto de un actor y te dicen que quieren eso, o te dicen que les hagas lo mismo que a su amigo equis, como hacen algunas mujeres, a las que siempre les digo, no puedo hacerte lo mismo porque sois absolutamente distintas. Huyo de esa fiebre de parecer cortados todos por el mismo patrón.

Dice en su libro que la verdadera belleza es invisible, pero sus clientas se dejan un pastón para que se vea.

Sí, pero si no estás bien contigo y tienes salud, no tienes nada.

Ve en la intimidad de la cabina, desmaquilladas y sin filtros, a alguna de las mujeres más bellas de España. ¿Cómo llevan ellas el hecho de hacerse mayores?

Hay una diferencia abismal entre quien vive de su imagen, que tiene que estar perfecta, y quien no, que se puede permitir otras cosas. Tienes que aceptar que el tiempo va pasando. Es impepinable. Pero no deja de ser doloroso. Y más cuando ahora las pantallas tienen una definición implacable, que te saca hasta el último poro. He visto a mujeres guapísimas llorar por la lozanía perdida. Pero siempre se puede hacer algo. Hay presentadoras y actrices de mucho más de 50 años que están espectaculares.

Pero ese no es el envejecimiento real y disimularlo cuesta mucho dinero. ¿Alcanzar el ideal de belleza, y de vejez retocada, va a acabar siendo una cuestión de clase?

Que cuidarse no es gratis y que los tratamientos son caros es incuestionable. Nosotros, además, cubrimos un segmento alto, igual que hay hoteles de dos y de cinco estrellas. Ofrecemos lo mejor. Vivo muy bien, pero no estoy forrada. Y doy trabajo a 80 personas. Hay otras opciones, y, ahora, también mucha información y trucos en internet. Todos podemos hacer por mejorarnos.

Ahora va y me dice que no se nota cuando alguien se toca.

Para nada, uno de mis pasatiempos preferidos es mirar a la gente en los aeropuertos. Para mí, las personas más atractivas no son siempre las más guapas, sino las que tienen personalidad. Eso no quiere decir que mire una cara y no sepa, exactamente, qué se ha hecho. Me río cuando algunas dicen que lo suyo es genética, o dormir ocho horas. En otros países tienen normalizados los retoques. Aquí, aunque cada vez menos, aún es tabú y he de respetarlo.

Además de quién se hace qué, sabrá de otros secretos. ¿Qué tiene una cabina de belleza para soltar las lenguas?

Eso es tremendo. Muchas veces, los clientes te cuentan cosas que no cuentan a nadie, ni siquiera a los suyos para no hacerles sufrir. En ese contacto piel con piel se crea una complicidad especial, en la seguridad de que lo que pasa allí no sale de allí. Mi silencio vale mucho, pero es sagrado, y mis empleados tienen contrato de confidencialidad. Todo, desde que vino Maribel. Maribel Verdú fue mi hada madrina. Fue la primera celebridad que atendimos. Un día se presentó sin avisar en mi primer local y desde entonces nos hemos hecho íntimas. ¿Ves? Maribel es una mujer bellísima sin pretender parecer lo que no es.

Creó su marca para superar el duelo por su bebé ¿Lo ha conseguido?

Lo recuerdo cada día de mi vida. Cuando Gonzalo murió me cabreé con Dios y con el mundo. En el funeral, el cura dijo que era un angelito que volvía al cielo. Lo maldije, me levanté y me fui. Este negocio, aparte de mi modo de vida, ha sido mi camino de superación. No se logra nunca del todo, pero con el tiempo he visto que puede haber belleza en la tragedia. La muerte de mi niño me hizo tener a mi hija Tacha y sacó lo mejor de mí. Esta sociedad vive de espaldas a la muerte, pero la muerte existe, y no por no hablar de ella la vamos a evitar. Por eso relativizo todo tanto. Lo peor ya me pasó.

TACHA, TE NECESITO

El nombre y el teléfono de Natalia, Tacha, de la Vega (Madrid, 59 años) circula entre las celebridades más en boga y rutilantes del país como  una especie de secreto a voces. De Maribel Verdú a David Bisbal, buena parte de los actores, cantantes, modelos y estrellas televisivas acuden a cuidarse y a retocar su físico a Tacha Beauty, el gabinete de belleza que fundó esta mujer  para superar el peor momento de su vida. Muchos, salen tan contentos que cuelgan las fotos del resultado en sus respectivas y seguidísimas redes sociales. No le hace publicidad, le basta el boca a oreja. Tiene lista de espera.

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