López Obrador ya no vive en la realidad. Se encuentra en algún otro lado, en el cual Otis nunca golpeó a Acapulco, que apenas recibió “lluvia severa y vientos fuertes” que produjeron daños menores, de forma que el día 2 de noviembre (10 días después del meteoro), la emergencia ya había terminado. Tardaron una semana en oficializarlo, pero ayer ya se publicó la declaración del término de la emergencia. Recordará usted que la emisión original cubría 47 municipios, que luego se redujeron a dos, y ahora a cero.
Si no le importó que murieran cientos de miles de mexicanos cuando dijo que la pandemia había terminado, menos le importan ahora los acapulqueños. Si se ha reído de las masacres y ha ocultado homicidios, manipulando cifras, mucho menos le importará lo que ocurra en otras esferas de la vida nacional que no implican muertes directas. Por eso sigue adelante con su decreto para frenar la importación de petrolíferos, incluyendo combustibles, lubricantes, fertilizantes, jabones y lo que se le ocurra. Por eso quiere ahora decretar que los ferrocarriles transporten pasajeros, y seguramente querrá que sea a un menor precio del que cobran los autobuses, como dice que ocurrirá en el Tren Maya, que va a inaugurar el próximo mes, aunque posiblemente jamás se termine de construir.
Él construye una realidad alterna, a la que invita todas las mañanas en su acto propagandístico, que desgraciadamente es repetido por medios que temen que su concesión pudiera ser eliminada de la misma forma que la emergencia en Acapulco: de un plumazo.
Hemos llegado al momento en el que, incluso para sus más fieles acólitos y seguidores, ya no es posible tragar el sapo. Se puede fingir, se le puede dar una mordidita, pero tragarlo es imposible. Como le ha ocurrido a tantos autócratas antes, López ha perdido cualquier contacto con el piso. Por eso no percibe problema alguno en jalarle el tapete a su sucesora, debilitarle sus candidatos, imponerle funcionarios, escribirle el guion que ella deberá seguir.
Usted sabrá hoy mismo los nombres de los candidatos de Morena y aliados a las gubernaturas que se disputan en 2024. Seguirá a ese anuncio un reacomodo del zoológico, porque se habrán abierto las rejas. Lo que impedía que grupos con diferente historia, ideología, prácticas políticas y objetivos se destruyesen dejará de existir. En la lucha por el poder, mientras haya opciones es posible contener las ambiciones. Cuando llega el momento de la definición, todo cambia. Hemos llegado ahí.
El enfermo piensa que tiene el control absoluto de lo que ocurre, y que sus deseos se convertirán en órdenes inapelables. No concibe que, para prácticamente todos, hay más vida de la que él puede ofrecer. En su afán de quedarse en el poder hasta su muerte, no se da cuenta de que está a 315 días de entregar el poder, y apenas a 205 de enterarse del nombre de su sucesora. Son menos de cinco mil horas las que le quedan con “poder”.
En los tiempos del régimen de la Revolución, este fenómeno se controlaba (más o menos) con una estructura que garantizaba la continuidad para el sistema, aunque no necesariamente para todos los grupos. Ahora, cada uno de éstos buscará sobrevivir solo, si es necesario, porque el sistema, al depender de una sola persona, que además está trastornada, no es probable que sobreviva. Las señales ya son claras: Sheinbaum no tiene asegurado el triunfo, pero en caso de obtenerlo no podrá gobernar: ¿para qué apoyarla? Resulta mejor asegurarse en lo local.
Mientras abandona el mundo real, y es todopoderoso en el país de los sueños, los grupos estarán buscando acomodarse para sobrevivir. No va a ser algo agradable.
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