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Pablo en el afán de regresar | OnCubaNews

Hubo un tiempo en que los habaneros esperaban como uno de los mejores momentos del año los conciertos de Pablo Milanés durante el mes de diciembre. El trovador podría estar cumpliendo su atiborrada agenda de conciertos internacionales, encerrado por meses en los estudios para grabar un disco o alejado de los medios de comunicación, pero los cubanos sabían que, a pesar de la ausencia, ahí estaría Pablo en fin de año para cantarles y sentir que en ese momento toda la vida cobraba sentido.

El ritual duró algunos años, hasta que el peso de la realidad y las circunstancias humanas lo fueron disolviendo de la existencia de los habaneros. Lo que no se ha podido fracturar es la memoria. Todavía se escucha con añoranza en las conversaciones cotidianas el recuerdo de aquellos conciertos en los que el trovador se entregaba al público en una estrecha comunión. El tiempo no ha podido hacer polvo esa relación infranqueable existente entre una gran parte de los cubanos y Pablo. Es prácticamente un vínculo familiar. Los cubanos saben que el hombre de las canciones sube al escenario sin dobleces, sin mostrar nada que no sea, sin dejar de traicionar al Pablo que es en su vida cotidiana. Y esa persona es, muchos lo saben, un ser abocado tanto a sus conciertos, a su familia, como a Cuba.

Pablo forma parte de cualquier retrato íntimo que se haga de este país, de su pasado, de su presente y del retrato que se hará del futuro de Cuba. Cuba siempre ha estado en el centro de su obra como una de las máximas expresiones de su inspiración, y también de su dolor. Pablo le canta a Cuba en sus conciertos incluso cuando canta sobre sí mismo. Creo que en ese momento en que alcanza los cielos más altos de la poesía, descifrando al hombre que es en su relación con el tiempo y con la historia, está también hablando de su país aunque en ese lance personal no lo reconozca del todo.

Pablo lleva tiempo alejado de los escenarios nacionales. En estos años, Cuba ha dejado de ser mismo país al que le ha cantado. La nación de alguna forma también se parece un poco más a las canciones últimas en las que el trovador canta en mayor grado desde la extrañeza, la nostalgia y el dolor. Pero el público sigue siendo el mismo, aunque varíe en su composición. Para bien o mal, el trovador necesita de esos miles de cubanos para seguir en la carretera, para respirar y seguir componiendo canciones que cada vez más cobran un matiz autobiográfico.

El deseo de cantarle a los cubanos es el único motivo que trajo de regreso a Pablo a los escenarios nacionales. No ha sido fácil el proceso que desembocó en ese concierto, pero finalmente se impuso, en un inicio, el compromiso que tiene el músico con el público que lo vio ascender hasta los sitios más altos de la cultura cubana y universal. Una creciente ola de ilusión y expectativa, como no sucede desde hace años con un concierto habanero, se levantó ante la noticia de la presentación de Pablo en el Teatro Nacional.

Las personas pidieron un espacio abierto porque sabían que los poco más de 2000 asientos del teatro eran, cuando más, un espacio “simbólico” ante la cantidad de personas que querían volver a ser parte de la historia. Lo que nadie esperaba, aunque quizá fuese predecible, era la camisa de fuerza que se ha tratado de imponer ante la mirada atónita y desesperada del público. “Se vendieron unas entradas y las otras son para organismos”, dijo la directora del Teatro a cientos de personas ávidas de obtener su boleto para el encuentro con parte infranqueable de sus vidas y de la historia de Cuba. Menos de 300 boletos de unos 2056 asientos para las personas que hicieron fila el miércoles en el teatro. Protestas, reclamos e incertidumbre. Esperanzas desechas. No hubo mucho más este miércoles para los cubanos que madrugaron para obtener su entrada. Entre ellos dos mujeres de más de 80 años que aseguraron que nunca se habían perdido un concierto de Pablo. Nada más parecido a la belleza en todo su esplendor. Y nada más parecido a lo que significa Pablo para los cubanos humildes de las más diversas generaciones.

La medida nos lleva a las épocas más grises de la política cultural. En el instante de una palabra asomaron la cabeza las más tristes decisiones culturales del país. Aquellos momentos que se hicieron célebres porque las invitaciones a presentaciones de músicos “difíciles” o películas “incómodas” se entregaban por centros de trabajo o por alguna otra vía que impedía a los más auténticos seguidores del hecho artístico poder disfrutarlo en toda su magnitud. Esos años fueron bochornosos, discriminatorios y también diana de las burlas más mordaces que aún permanecen en el imaginario de los cubanos, que de repente han regresado a un pasado que algunos creían enterrado y ha vuelto a florecer en toda su denostada dimensión.

No es casual que Pablo vuelva a tocar en Cuba. Lo hace, como muchos saben, por una decisión que es mucho más fuerte que él y que todo lo que el tiempo ha hecho polvo. El trovador me lo ha confesado en varias ocasiones. “No puedo estar fuera de Cuba mucho tiempo porque me invade la nostalgia”, me dijo en uno de sus regresos al país. “Todos somos cubanos, todos pertenecemos a Cuba y tenemos el derecho de vivir en nuestra isla, donde nacimos”, agregó el trovador una tarde que compartí con él y con su amigo, Carlos Varela.

Pablo en sus conciertos deja que sus canciones hablen por él. Algunas veces bromea con el público, repasa la historia de varios temas y agradece, —siempre agradece—, a todos por estar ahí. Esa ceremonia confirma sus palabras sobre su pertenencia a Cuba, que no ha variado un ápice en el tiempo, aun cuando su relación con las autoridades de la Isla cursa desde hace décadas sobre aguas tormentosas por sus opiniones sobre el acontecer social y político del país. Sin embargo, nunca nadie había llegado a tal extremo. Pablo cantaba en grandes teatros, acompañaba a sus hijas y presentaba discos. Primaba ante todo el respeto aunque se miraba con cautela al trovador de quien no se recuerda que haya convertido el escenario en otro espacio que no fuese un refugio para sus canciones y el reencuentro.

Nadie sabe a ciencia cierta lo que será el futuro de Cuba, pero no son pocos los cubanos que se atreven a imaginar un país donde no suceda lo que sucedió en principio con este concierto de Pablo, un país donde cada artista pueda presentarse sin que sea medido por la regla de sus opiniones políticas o su posición ante un hecho determinado. Un país donde cada cual exprese con respeto lo que piensa y no haya mayores repercusiones por una actitud que, en resumen, es la más común de las actitudes humanas. No obstante, esperemos que en los actuales y urgentes diálogos recapitulen los que deban hacerlo para bien de los cubanos y se imponga, finalmente, la luz de la sabiduría para que todos por igual puedan escuchar la grandeza de las canciones del trovador.

Se conoce a Pablo como cantautor y compositor de temas antológicos. Pero hay otra faceta de la que, lógicamente, no se sabe demasiado, aunque sobresale en sus conciertos. Pablo como baluarte de familia y cultor de hábitos que identifican a muchos cubanos de los pies a la cabeza. Lector consumado, Pablo es, también, un consagrado especialista en el dominó. Yo, que solo sé mover las fichas y “tirar la gorda” y por eso casi siempre gano, lo tuve una vez como pareja en un juego en el que apenas duré unos minutos. Teníamos en contra al pintor “Chocolate» y a su esposa y Pablo, al notar que yo quería pasar gato por liebre, empezó a reír sonoramente. “¿Pero qué es eso?”, me decía entre bromas y con la seriedad de un jugador experto.

Aquella tarde Pablo conversó animadamente sobre música cubana. Lo hacía con una memoria sorprendente, a la que no escapaba ningún detalle. Pablo ha aprendido a tener una calma inamovible. Cuando uno habla, te mira a los ojos con interés y no te irrumpe, aunque estés totalmente equivocado. Aquella tarde mencionó hechos muy notorios de su vida y de la música cubana. A cada rato detenía la conversación para decirme, en tono de broma: “Michel, esto no es para publicar”. Y la sala se iba en risas.

Pablo, antes de anunciar su nuevo concierto en Cuba, retomó su gira Díaz de Luz por España tras el severo confinamiento por la COVID-19. Con su periplo hace una parada en La Habana antes de regresar a España, donde tiene agendados conciertos hasta agosto en varias provincias ibéricas. La mayoría de las presentaciones en el país europeo han estado llenas de los admiradores del trovador, entre ellos muchos cubanos que van a revivir su vida con sus canciones mientras establecen un pacto con la nostalgia inexorable del emigrante. Saben que no es lo mismo escuchar a Pablo fuera de Cuba, pero le extraen el máximo de partido emocional al reencuentro con el trovador y con el presente de la memoria.

La Habana espera a Pablo y Pablo espera a sus miles de seguidores en La Habana. No se puede andar con dobleces con el público ni con un músico que solo quiere cantarle a sus iguales, imponiéndose, incluso, a los rigores de su propia vida. Que busca reencontrarse con su gente, con sus orígenes, en un concierto en que, por muchas razones, cobra mayor fuerza el calificativo de “histórico”. Aún queda tiempo para que los funcionaros recapaciten y no mutilen los sueños de miles de cubanos de volver a ver en vivo a un músico que le ha dado lustre a la cultura de la Isla con canciones que hablan mejor de Cuba que las decisiones que tratan de enclaustrar un arte que nació libre y que, para bien del país, seguirá identificándonos en cualquier lugar del mapa hasta que exhalemos el último suspiro. Porque cuando ninguno de nosotros esté, no lo duden, Pablo seguirá por siempre estando ahí.

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