Política y gobierno

Socialismo desde adentro: un viaje por el interior de Venezuela

Hace algunos días regresé de una gira de conferencias en Caracas y distintas zonas del interior de aquel país tan destrozado por las garras del socialismo. Un país que se ha convertido en la zona de las despedidas más dolorosas de la región, con un éxodo migratorio nunca antes visto y un caso de totalitarismo al que se le suman las peores mafias criminales antioccidentales del mundo: Venezuela.

Me ha tocado recorrer muchas calles en el interior del país, y lo he hecho en horas prudentes, ya que a partir de cierto horario hay una especie de toque de queda y, ante la inseguridad, ya nadie sale de su casa. Las calles de Caracas, de Mérida, de Puerto Cabello, de Naguanagua, entre otras, son sitios que reflejan los claros resultados de la ideología que más daño le ha hecho a la humanidad: el socialismo. En aquellas zonas se observa una devastación absoluta generada tras veinte años de populismo; zonas a las que parecen haberles pasado varias guerras mundiales por encima. Las fachadas de las casas están deterioradas, no hay colores, no hay materiales nuevos, todo es precario y todo se encuentra en mal estado.

Son muchos los detalles que uno puede llevarse de estas complejas visitas. Al pisar en el primer instante el Aeropuerto Internacional de Maiquetía. Una vez aterriza el avión de Copa Airlines, se pueden experimentar con claridad los resultados de las malas políticas socialistas: un aeropuerto internacional que otrora fue la cabeza aérea de América Latina, y que en pleno siglo XXI se ha convertido en un aeropuerto vacío que ya no recibe aerolíneas internacionales (solo Copa Airlines) y de resto algunas aerolíneas internas como Laser, Avior o Conviasa. Esto muestra que Venezuela se ha aislado del mundo y ha decidido acercarse a muy pocos países con los que se vincula de una manera casi carnal: Irán, Turquía, Rusia, China y Cuba. Todos ellos con grandes intereses en territorio venezolano. Respecto de la fuerte relación que tiene el régimen incluso con el terrorismo islámico, se observa que este aeropuerto cuenta con algo que se llama “Centro Islámico de Venezuela”. Aquí cabe recordar que hoy operan más de cinco campos de Hizbulá en el territorio venezolano.

Además, tuve la posibilidad de visitar otro aeropuerto: El Vigía, que queda a unos 45 minutos de Mérida, una tierra bella, repleta de paisajes naturales inigualables, pero que padece de manera todavía más cruda los nefastos resultados del chavismo. Este aeropuerto se ha convertido en un cementerio de avionetas con patentes provenientes de México. ¿Qué significa esto? Sí, lo que pensamos. Avionetas que utilizan los grupos narcotraficantes y luego dejan abandonadas allí, como sucede también con cientos de pistas ilegales que existen a lo largo del país. Mérida es la ciudad de una de las grandes cabezas del régimen de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello: Tareck El Aissami, el capo de la corporación sirio-venezolana desde donde se manejan las grandes redes del narcotráfico que se desenvuelve dentro de las Fuerzas Armadas de Venezuela. En estas ciudades opera incluso el cartel de Sinaloa, más precisamente en el estado Zulia, dentro de la Sierra de Perijá: el narcotráfico internacional hoy opera libremente en suelo venezolano con el total aval del régimen que forma parte central de aquella red que lo sostiene.

Al aterrizar en El Vigía, luego de ver aquel cementerio de avionetas narco y una gigantografía algo desgastada y sin color de Maduro, busqué el bus transfer que me llevaría hasta la ciudad de Mérida (no tuve que buscar mucho porque tan solo hay uno). A este bus le toma aproximadamente una hora arrancar, ya que debe esperar que se llene con pasajeros de varios vuelos, debido a que, como no hay gasolina, no pueden hacer muchos viajes a la vez, motivo por el cual tampoco hay viajes individuales como remises o taxis, todo por la falta de gasolina. De todos modos, este transporte deja a todos los pasajeros en un mismo punto de la ciudad de Mérida. Le consulté al conductor si había chance de que me dejara más cerca del hotel donde me hospedaría y su respuesta fue la siguiente: “Si nos alcanza la gasolina puedo llevarte, solo si nos alcanza”.

Y aquí está el otro gran problema del país petrolero: la escasez de gasolina. Como lo dijo en su momento el economista Milton Friedman: “Pongan al gobierno a cargo del desierto del Sahara y lo único que obtendrán es escasez de arena”.

Pero resulta altamente preocupante esta situación. He contemplado con mis propios ojos filas de más de treinta cuadras para poder cargar algo de gasolina y, lo peor, es que esas filas no son ni para el momento ni para cargar en el mismo día: son para mañana o pasado, nadie sabe cuándo vuelven a abrir los surtidores.

Jorge, un trabajador de la ciudad de Mérida, me contó lo siguiente: “Yo he llegado a pedir un día entero en el trabajo, una vez por semana, para poder hacer la fila para cargar gasolina. En esos días no produzco, no genero ingresos y paso el día entero en una fila, expuesto a la inseguridad”. En ciudades como Valencia (Carabobo) incluso se puede estar en una fila por más de diez horas esperando para cargar gasolina.

Además de este gran problema —que acarrea otros tantos como la imposibilidad de transportarse uno, de transportar productos para venta, de transportar a personas enfermas en ambulancias (aunque a hospitales carentes de insumos necesarios)— puede observarse otro que es la complejidad del uso de las telecomunicaciones ante la falta de señal y cobertura en todo el país. En Venezuela es casi imposible la comunicación telefónica y lo mismo sucede con el Internet (tengamos en cuenta que solo funciona el 3G y con suerte).

Los problemas que se refieren a la infraestructura y a los servicios públicos del país abundan por doquier. La infraestructura está plenamente quebrada, los puentes que no están caídos se encuentran cerrados porque están a punto de caerse ante la falta de mantenimiento e inversión. Todos los servicios públicos han colapsado en Venezuela: no hay casi agua potable, no hay acceso al gas y la electricidad se corta constantemente o se dan las típicas bajas de tensión cada dos horas.

La señora Mercedes, quien vive en la urbanización Los Caobos y con quien tuve la oportunidad de conversar, me contó con lágrimas en los ojos y un claro cansancio cómo funciona el racionamiento del agua en el condominio de aquella zona de Caracas en el que vive: “A nosotros nos hacen un aviso diario por un grupo de WhatsApp que tenemos los que vivimos en el condominio y nuestro conserje. En ese grupo el administrador del edificio nos avisa todos los días de qué hora a qué hora tendremos agua. Casi siempre hay un total de una hora de agua por día y en esa hora uno tiene que hacer todas las tareas que requieran agua, como lavar ropa, lavar platos y bañarnos. Suele haber media hora en la mañana, casi siempre de 6 a 6:30 a. m., así que uno tiene que despertarse temprano para aprovechar el agua del día, y luego nos dan otra media hora, generalmente, entre las 19 y las 19:30 p. m. A veces el agua no llega y se vacía todo el tanque, y a veces pasamos hasta dos días o tres días sin agua en todo el condominio, pero el racionamiento es algo de todos los días”.

La situación de la falta de luz también es altamente preocupante. De hecho, una de mis primeras conferencias en el estado Carabobo (Puerto Cabello) la di sin luz y con más de treinta grados de calor.

Por su parte, el profesor Gil, de la Universidad de los Andes, me dijo lo siguiente al respecto de la falta de electricidad: “En mi casa no se va la luz, a veces llega”. En Maracaibo lo más común es que la gente tenga un máximo de cinco a seis horas diarias de luz en sus hogares, lo mismo sucede en estados como Carabobo, donde el calor es agobiante y hay que sobrellevarlo sin ventiladores y sin aire acondicionado.

También me ha tocado ir a varias panaderías o algunos restaurantes (muchos de ellos con menús de comida bastante limitados ante la escasez de ciertos alimentos). En todos los sitios a los que he ido falta papel higiénico (por lo que uno siempre debe viajar con rollos encima), no hay sistemas para bajar la cadena del baño y, entonces, en muchos de aquellos baños solo hay baldes grandes con agua vieja que uno tiene que abrir y meter un balde más pequeño para botarlo en el inodoro y así hacer bajar el agua. Solo encontré dos o tres lugares con papel higiénico en Venezuela, y todos ellos tenían los baños con candado y con cajas en las que, de algún modo, se atesora el papel higiénico bajo llave.

En el viaje a Mérida tuve la oportunidad de conversar en el bus con el señor Alberto, quien se dedica a hacer trabajos de mecánica de automóviles. Me contó que ya no sale a la calle a protestar ante la falta de servicios públicos o ante la situación política del país porque está muy defraudado con como se han dado los últimos desenlaces: “Los jóvenes que protestaban ya se fueron del país, nosotros ya no podemos protestar, nos tuvimos que acostumbrar. Además, si uno molesta mucho llegan las fuerzas especiales y…”. En aquellos puntos suspensivos el señor Alberto hace una seña con la mano: la seña de un arma con el dedo pulgar y el dedo índice levantados.

Por otra parte, la señora Adela, a quien conocí en una de mis conferencias, me contó todo el proceso que llevan adelante para conseguir comida en el interior — partamos de lo siguiente: el salario promedio en Venezuela es de 50.000 bolívares, es decir, de dos dólares mensuales—: “Nosotros salimos de Mérida a Cúcuta (Colombia) en bus para comprar comida. Sale el bus en la medianoche, pasamos más de diez alcabalas con fuerzas de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y llegamos a las 4 de la madrugada a Cúcuta. Ahí esperamos hasta las 7 de la mañana que es cuando abre el mercado, compramos y tenemos que esperar con las bolsas a que salga otro bus que regresa recién a las 9 de la noche. Igual, al regresar a Venezuela, al pasar por la frontera, la GNB del régimen revisan todo lo que traemos y nos quitan buena parte de la comida o de los dólares que podemos conseguir. Nuestros ahorros ya no son en bolívares ni en dólares, son en alimento. Por ejemplo, el arroz cuesta más de 60.000 bolívares, eso es más de 2 dólares, es decir, un salario promedio no nos alcanza para comprar una bolsa de arroz, entonces tenemos que rebuscárnosla”.

El problema de la escasez de alimentos es claramente visible y mucho más en el interior de Venezuela. En mi caso, me tocó ir a un modesto bar en el interior del país y al pedir un sándwich de jamón y queso el camarero me respondió lo siguiente: “Disculpe, señorita. No tenemos queso, puede ser solo un poquito de jamón porque tampoco nos queda tanto”. A todo esto le respondo que sí, que por supuesto, que no pasa nada, pero que si podía poner un poco de mayonesa al sándwich. La respuesta del señor que atendía el bar fue la siguiente: “Es que tampoco tenemos mayonesa, pero puedo ver si queda algo de mantequilla”. Esta es la realidad de las consecuencias del socialismo.

De todas maneras, esto no es todo. Algo que me impacto fuertemente fue la visita al estado Carabobo, un territorio gobernado por el chavista Rafael Alejandro Lacava, del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Este joven gobernador parece tener una obsesión con el Conde Drácula: él mismo se hace llamar “Drácula”, se transporta en un automóvil negro con la imagen de un vampiro (al automóvil lo llama el “Dracumóvil”), celebra fiestas mensuales a las que llama “Dracufest” y allí vende cervezas a las que denominó “Dracubeer”. Todas las ciudades del estado Carabobo están repletas con el símbolo de un murciélago que representa al gobernador Lacava. Los peajes tienen una imagen inmensa de un murciélago, las patrullas policiales también y el número telefónico de la policía de Carabobo es 0-800 3722852 (es decir, 0-800 DRÁCULA). Todo esto en un estado que se está cayendo a pedazos y donde vivir se hace cada día más difícil.

Esto es Venezuela, un país con algunos de los paisajes más bellos de toda América Latina e incluso del mundo. Un país que en otro momento fue rico, próspero y lo tuvo todo, pero que hace veinte años, luego de largas décadas de socialismo vegetariano, cayó en las garras del peor socialismo carnívoro que ha visto nuestro hemisferio: el chavismo.

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