Colaborador Invitado / Salvador Alva:
No nos equivoquemos de nuevo. En el desarrollo de las naciones no suele haber atajos, golpes de suerte ni casualidades. La vida de un país es el resultado de nuestras decisiones y de nuestro empeño; lo que hoy hagamos o dejemos de hacer determinará nuestro futuro.
El crecimiento de México debe sustentarse en el desarrollo de talento de calidad mundial.
México cometió errores históricos que hoy nos llevan a clasificar como la economía No. 74 en desarrollo humano, la 65 en ingreso por habitante y una de las 25 más desiguales en distribución del ingreso.
Las percepciones en declive de nuestro nivel de corrupción (No. 135), fortaleza institucional (105), crimen organizado (139) o costo de arrancar un negocio (100), entre otras, son muy preocupantes. Los indicadores de nuestra competitividad educativa lo son aún más.
¿Qué nos pasó? ¿Y qué nos podría pasar si no entendemos las condiciones y exigencias del siglo 21 para generar prosperidad, bienestar y felicidad?
Tomemos como referencia el último cuarto de siglo. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial el mundo se debatía entre tres modelos: libre mercado, socialismo y economía cerrada.
México le apostó a este último y como resultado se rezagó en indicadores como el ingreso por habitante frente a países a los que antes superaba ampliamente, como Corea del Sur.
Pero el indicador más alarmante de México para 1994 era la brecha de 25 tantos entre el 10 por ciento de la población con mayores ingresos y el 10 por ciento con menores, una de las más altas del mundo.
En ese tiempo la tecnología de información dio un gran salto y nacía el uso del Internet, que abría la opción de generar oportunidades de bienestar sin precedente, a la par del riesgo de crear una disparidad digital y social de consecuencias enormes.
Algunos países que habían desarrollado una plataforma de manufactura iniciaron su inmersión en la economía del conocimiento y la innovación. Eso los llevó a mejorar sustancialmente sus instituciones para poder impulsar y atraer al mejor talento, con universidades de investigación locales y extranjeras.
Enviaron a sus mejores estudiantes becados al extranjero y los Gobiernos se digitalizaron para fomentar la eficiencia y la transparencia, detonando el mejor antídoto contra la corrupción.
En desarrollo urbano procuraron la concentración vertical y las ciudades incluyentes y productivas, así como una política migratoria flexible y eficaz para atraer el talento de cualquier lugar del mundo.
En México, hace 25 años entramos en la era del TLCAN y decidimos apostarle a la apertura del mercado de manufactura, con mano de obra calificada, estabilidad macroeconómica, mejora de la infraestructura y logística eficiente.
Fue un avance indudable en comparación a como estábamos. La brecha riqueza/pobreza extrema se redujo de los niveles de 1994 a la fecha de 25 a 16 tantos y logramos generar trabajos que mitigaron notoriamente la emigración neta a Estados Unidos.
México está claramente en un mejor sitio que en 1994, pero el avance no es suficiente. Aquellos países que apostaron a la economía de la innovación y al desarrollo de su talento se distanciaron aún más del nuestro.
El país se dividió a su vez en mayores brechas; las zonas del centro y norte crecieron a tasas cercanas al 5 por ciento y los estados del sur y sureste en general se estancaron. Perdimos una segunda oportunidad de potenciarnos como país.
Ahora estamos en el umbral de un nuevo cambio global con la Revolución 4.0, que nos trae la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología y que separará aún más drásticamente a aquellos que la entiendan y sepan aprovecharla.
Pese a reacciones globalifóbicas, el acelerado cambio tecnológico sigue impulsando al mundo hacia una economía global con plataformas abiertas. Las ciudades y los países ganadores en las siguientes décadas serán aquellos que fomenten inteligentemente la apertura y el emprendimiento y cultiven, atraigan y retengan al mejor talento del planeta.
Un mensaje de los electores en julio fue muy claro: el imperativo nacional consiste en crecer con mucha mayor transparencia y equidad, creando oportunidades más equilibradas para todos, empezando por lo educativo.
Tenemos en este ámbito dos alternativas: acelerar el crecimiento de la cobertura sin atender la calidad, o hacerlo privilegiando a la vez la formación de talento de calidad mundial, sin distingo de condición socioeconómica.
No nos volvamos a equivocar. Talento, talento y más talento es el detonador de la nueva economía a través de la calidad académica, la innovación y el ecosistema de emprendimiento.
No hay país exitoso en la actualidad que no haya optado por este camino. El talento es la única apuesta que nos hará prosperar a todos los mexicanos.
El autor es presidente del Tec de Monterrey.
Fuente: El Reforma
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