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Una revolución

Un proceso gradual o reformista las enerva: quieren el cambio y lo quieren ya

 

Jorge Volpi

en REFORMA

22 Feb. 2020

 

No queremos verla. Nos resistimos a verla. Cerramos los ojos para no verla. Estamos frente a una revolución y, porque nos llena de ansiedad, porque estamos aterrados con la idea de perder el lugar que durante tanto tiempo hemos conservado, los hombres preferimos negarla, decir que se trata de una sacudida momentánea o un fenómeno pasajero. Nos equivocamos. Es una revolución justa y necesaria. La revolución de las mujeres que hoy encabezan mujeres jóvenes en todo el mundo.

Durante milenios, la mitad de la población construyó un sistema que ha oprimido o discriminado a la otra. En una historia cargada de infinitas desigualdades, la impuesta por los hombres contra las mujeres ha sido la más amplia. Quienes pertenecemos a la primera mitad hemos construido un modelo, el heteropatriarcado, cuyas estructuras siempre han estado a nuestro servicio, diseñadas para proteger nuestros privilegios y asegurar nuestro poder.

Como en todos los movimientos enarbolados contra un grupo dominante, las distintas olas del feminismo se han batido para conseguir cada vez más derechos y condiciones de igualdad para las mujeres, arrebatándonos espacios que nos eran exclusivos -del voto a las decisiones sobre el propio cuerpo-, pero hasta ahora la dinámica ha consistido en adecuar un sistema imaginado por hombres para dar cabida a las mujeres. Mucho se ha avanzado, pero en pocas ocasiones las mujeres han sido arquitectas de un sistema que sigue siendo reactivo a la igualdad plena.

No importa hacia dónde dirijamos la mirada, hoy vemos mujeres jóvenes que no se conforman con moderar el heteropatriarcado, sino que claman por destruirlo. No es casual que su lema sea tan parecido al que animó el fin del socialismo real: “Se va a caer”. Un proceso gradual o reformista las enerva: quieren el cambio y lo quieren ya. Están desesperadas y furiosas porque las desigualdades se perpetúan y sólo son enfrentadas con eufemismos, promesas o el constante mansplaining de los hombres. Quieren pintar monumentos o despedazar símbolos de la opresión machista porque la violencia perpetrada en su contra no disminuye.

Si bien se trata de una revolución global, en México las condiciones para las mujeres son peores: somos una de las sociedades más desiguales del planeta y la justicia simplemente no existe. En nuestro país nadie paga por sus crímenes, en especial ningún hombre que comete actos de violencia contra las mujeres. De diez feminicidios al día, si acaso uno se resuelve. Y, en el caso de otros delitos de género, es probable que la cifra esté en torno al uno por ciento de los que se cometen. La ira se torna, de pronto, imprescindible.

Como en toda revolución, entre las jóvenes que la enarbolan hay grupos moderados, pragmáticos y radicales, y faltará ver las dinámicas establecidas entre sus integrantes. Mientras tanto, los hombres no entendemos nada porque no parecemos dispuestos siquiera a intentarlo. En estos días de furia, marcados por los asesinatos de Ingrid y Fátima, el ejemplo de López Obrador resulta el más significativo: un luchador social siempre preocupado por la desigualdad que por primera vez perdió el pulso social y en una semana arruinó su Presidencia -como le ocurrió a Peña Nieto con los estudiantes de Ayotzinapa- al no haber sido capaz de mostrar la menor empatía hacia dos víctimas que se han convertido en los rostros visibles de esta revolución.

Más que una burla, su obtuso decálogo posterior es la prueba de que no sólo él, sino su gobierno, no comprende a sus ciudadanas. El desdén del Presidente es, en realidad, el de todos nosotros. Estamos obligados a reconocer que esta revolución es necesaria, a tratar de comprenderla y a encontrar nuestro nuevo, modesto sitio en ella. Los pasos siguientes han de dirigirse en dos direcciones: erradicar la cultura heteropatriarcal que alienta la desigualdad y la violencia de género y, siguiendo la furia de las mujeres, exigir un sistema de justicia transparente y eficaz que garantice el fin de la impunidad. A todos nos corresponde que este modelo injusto y brutal al fin se caiga.

@jvolpi

Fuente:https://www.reforma.com/una-revolucion-2020-02-22/op174756?pc=102

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