El almirante José Rafael Ojeda, secretario de Marina, expuso ayer en la mañanera temas de la seguridad en el aeropuerto de la Ciudad de México.
Al arranque de su exposición, sobre cómo desde febrero la Armada de México ha recuperado carteras o celulares robados, o devuelto a sus propietarios objetos olvidados, entre ellos un bolso con casi 100 mil pesos, uno podría pensar en el triste papel que pone este gobierno a los calificados marinos. Pero bien visto, el reporte del titular de la Marina entraña una tragedia nacional de varias dimensiones.
De los casos expuestos por el almirante Ojeda se deduce la eficiencia que han logrado para evitar delitos. Pero en cada uno de ellos también se expone una proclividad canija de la gente, no necesariamente empleada de la terminal, a delinquir.
Por ejemplo: una persona olvida un celular en un mostrador de una farmacia, y la de atrás se lo chinga (encuentro que la palabra robar se queda corta ante la gandallez). U otra persona olvida su cartera, de inmediato una más se percata, la ordeña del efectivo y la desecha. Otra más en uno de los filtros de seguridad se chinga una laptop que alguien había, obviamente, sacado a la respectiva charola en ese trámite. Y así con videojuegos o joyas.
¿Qué nos pasa?, diría el clásico ochentero. En todos los casos presumidos por el almirante Ojeda se pudo recuperar lo robado. Pero, y el pero importa, al ser encontrados los rateros fingieron inocencia. Hasta que se les mostró que estaban grabados in fraganti, para citar a Oscar Cadena (RIP), que no tuvieron más remedio que regresar computadora, celular o efectivo. Una chulada de ciudadanos.
La otra dimensión de esta tragedia es que, en voz del funcionario, nadie quiso levantar denuncia: impunidad 100 ciento. No faltará quien diga que pues si uno va a viajar lo último que tiene es tiempo de sobra para perderlo en un Ministerio Público, y es cierto, mas la moraleja es que todos esos lo volverán a intentar, pues si la pena fue devolver lo agadallado, la próxima vez se cuidarán de que no esté a la vista la Marina o una cámara. ¡Ah, ese pueblo bueno que somos los mexicanos!
Ya habrá tiempo de que el almirante Ojeda hable de si terminaron con las graves extorsiones a extranjeros que se han denunciado en Migración del AICM. Por lo pronto, enhorabuena, secretario.
La segunda tragedia ocurrió el fin de semana pasado y es terrible. La golfista potosina Lidy Villalba murió acribillada por, según las pesquisas, un soldado en los límites de Zacatecas y Jalisco. Una muerte absurda. Una en la que por desgracia siempre lamentamos, victimizando a la víctima, que ésta haya decidido transitar de noche por carretera. A veces temes que te encuentren los criminales, otras que te confundan con ellos.
El país se nos está haciendo chico, y los días para disfrutarlo también. Hay que olvidarse de visitar Jerez, Zacatecas, o de ir a los Altos de Jalisco; pensársela dos veces para viajar por Michoacán, tachar de la lista a Colima, y un largo etcétera de tramos carreteros que son intransitables o que equivalen a una ruleta rusa. Y de tarde-noche, o de madrugada, más. Cancelemos de plano de las leyes el derecho al libre tránsito.
Lidy Villalba es el nuevo rostro de una tragedia que consume decenas de vidas diarias sin mayor ruido o reclamo social. En el caso de la potosina habrá castigo, pero en los demás homicidios la norma es el olvido de la justicia y de la sociedad por igual.
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