SOBREAVISO / René Delgado
13 Jul. 2019
El margen de maniobra de Andrés Manuel López Obrador para realizar la transformación del régimen político y el modelo económico es, aun con la impresionante votación obtenida tanto por él como por su movimiento, reducido. Y, claro, conforme avance el sexenio, más se estrechará.
En ello encuentra explicación la prisa por desarmar la estructura vigente y armar aquella que, según la idea, acabará de raíz con la impunidad criminal, la pusilanimidad política, la desigualdad social y la inseguridad pública. Como pocos mandatarios, el tabasqueño ensaya su posibilidad y, en ese ejercicio no exento de contradicciones, atina y desatina en su actuación y acción, encarando la resistencia y la turbulencia, las zancadillas y los tropiezos e, incluso, el miedo y el nerviosismo que el solo anuncio de un cambio de esa magnitud engendra.
En el fondo, el principal adversario del proyecto lopezobradorista es el tiempo. Consciente, su timonel acelera el paso a un ritmo superior al de la capacidad administrativa y gubernamental de su equipo y a un ritmo superior al proceso de maduración supuesto en la concepción, el diseño y la implementación de políticas del alcance pretendido.
El mandatario corre, no camina por el filo de la transformación y, obvio, hacerlo es riesgoso en extremo. Puede llegar a la meta, pero también no llegar. Y, en este caso, no llegar supondría un fracaso correspondiente al tamaño de la apuesta. Mayúsculo. Si falla, arrastrará al país con él, dejándolo en una situación peor aún a aquella en que lo recibió.
Lo uno o lo otro le depara sin duda un lugar en la historia nacional, aunque no necesariamente el que él añora.
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En esa batida contra las manecillas del reloj, la operación del mandatario es harto difícil de conducir, controlar y conciliar.
La dimensión del propósito mayor no garantiza contar con resultados positivos en el corto plazo. Por eso, el afán de asegurar y ampliar su base socio-electoral a partir de una política de beneficios sin intermediarios y, desde luego, el empeño de obtener recursos tanto para ese fin, como para los proyectos de mucho mayor envergadura, destacando desde luego los relativos a la refinería de Dos Bocas y los trenes Maya y Transístmico, donde la obsesión presidencial adquiere sesgo de necedad.
Menudo lío hacerse de recursos sin incurrir en déficit, deuda o imposición de nuevos gravámenes y, en tal circunstancia, la única opción son los ahorros y recortes draconianos que, aun a costa de lastimar a sectores de clase media y perder su respaldo, le permiten mantener viva a su base social, su apuesta económica y alargar los días, las horas y los minutos del reloj sexenal.
En esa operación y con tan estrecho margen de maniobra es donde la instrumentación de políticas provoca temores y nervios, un escándalo tras otro o genera un ruido de tal sonoridad que animan la crítica de los adoradores de seguir haciendo lo de siempre aunque el resultado sea el mismo, de los fanáticos de garantizar la estabilidad a costa de no moverle mucho a las cosas o de los feligreses del gradualismo que, por la moderación del paso hacia el propósito, nunca llegan a donde van o terminan en un sitio distinto al que querían.
Cambiar el tablero donde se juega a concentrar el dinero y la política sobre la base de un principio de complicidad, por otro donde se juegue a dispersar el dinero y la política sobre la base de la solidaridad no es nada sencillo, sobre todo, si se quiere evitar que las piezas caigan o se pierdan.
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Esa parte de la incipiente gestión lopezobradorista es comprensible hasta cierto punto. No así, aquella otra parte que nublada por la idea de operar el cambio a como dé lugar, desecha el uso de la inteligencia y la estrategia.
Esa otra parte de la incipiente gestión que no acaba de fijar prioridades, que convierte incidentes menores en causas irrenunciables, desconoce el límite y el horizonte del mandato recibido, politiza y polariza cuanta diferencia se presenta, o bien, incurre en el exceso de aplicar su fuerza en absurdos planes políticos o descalificar o desprestigiar a quienes cuestionan el proceder de la administración, sean de casa o de fuera.
Esa otra parte, donde los radicales de la regeneración nacional confunden una elección con una revolución o los recién llegados a la causa confunden el palacio de hierro con la Alhóndiga de Granaditas, lejos de ampliar el margen de la transformación, lo reducen y vulneran.
Amparar en la oposición en renta o venta un golpe a la democracia y la legalidad, al ampliar el mandato de Jaime Bonilla en el próximo gobierno en Baja California; calificar de traidor o cobarde al hoy ex secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, cuando sudó porque la turbulencia económica no derivara en tempestad; hacer tabla rasa de la Policía Federal, diciendo que como institución se echó a perder; insistir en la construcción de Dos Bocas y no en la reconfiguración de las refinerías existentes; hacerse de la vista gorda ante el descuadramiento de la esfera de competencias de esta o aquella dependencia, dando lugar a confusiones; comprar pleitos innecesarios que distraen de las tareas principales… acortan, no alargan el tiempo y estrechan el margen de maniobra.
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El amago de una recesión lastima la posibilidad de la transformación y, en medio de la prisa, urge a su timonel a construir historias cortas y ciertas de éxito que oxigenen la otra, la historia de largo aliento. No basta asegurar que el futuro será mejor y distinto, cuando el presente inquieta y tortura.
El tiempo corre y el margen de maniobra se reduce, el presidente López Obrador debería reconsiderar la estrategia y el ritmo de sus pasos, además de poner orden en su equipo.
sobreaviso12@gmail.com
Fuente:https://www.reforma.com/margen-de-transformacion-2019-07-13/op160359?pc=102
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