Denise Dresser
08 Jul. 2019
Qué desconcertante votar por un gobierno de izquierda que empuja políticas de derecha. Qué asombroso apoyar una opción supuestamente progresista y presenciar su conservadurismo. Una izquierda que apuesta a la petrolización y la carbonización en vez del medio ambiente y las energías renovables. Una izquierda que promueve la “voucherización” en lugar de una red de seguridad social tejida desde el gobierno. Una izquierda que rechaza la regulación para contener el rentismo extractivo de la cúpula empresarial y se asesora con sus principales representantes. Una izquierda que tonifica la mano dura del populismo penal en lugar de la mano democrática del debido proceso. Una izquierda que fortalece a las Fuerzas Armadas mientras debilita los controles civiles. Una izquierda que amplifica la voz de las iglesias al mismo tiempo que apaga a los medios públicos. Una izquierda que encoge al Estado, dificultando la tarea de corregir desigualdades producidas por el mercado o los monopolios. Una izquierda que dice poner primero a los pobres, pero en realidad está poniendo primero al Presidente y a sus preferencias.
Esas afinidades electivas que harían feliz a cualquier conservador, a cualquier miembro del Partido Republicano. Hay aspectos del lopezobradorismo que se asemejan al trumpismo. La renuencia a aumentar impuestos, la afición por la desregulación, el desdén por el Estado, el ataque a los medios, la apuesta al nacionalismo, la señalización del enemigo saboteador, la cartilla moral para llenar el vacío del individualismo neoliberal. Para AMLO y Trump el cochinero ha sido provocado por los poco patrióticos y los privilegiados, definidos según la necesidad política del momento. Los científicos, los técnicos, las élites, los policías, los médicos, las mujeres trabajadoras, los burócratas. Y el problema con las políticas instrumentadas hasta el momento -cuyo objetivo es “drenar el pantano” o “destruir para transformar”- es que probablemente no producirán los resultados prometidos. Pueden terminar empobreciendo a muchos, y enriqueciendo a los de siempre.
Eso es lo que ocurre cuando la izquierda auto-nombrada así enarbola una agenda contradictoria al llegar al poder. Ataca las prerrogativas de la burocracia pero mantiene intactos los privilegios de la élite empresarial. Recorta el gasto en ciencia e innovación pero se rehúsa a aumentar impuestos o invertir en educación. Propone gravar las propinas de los meseros pero deja intocadas las fortunas de los oligarcas. Despotrica contra el neoliberalismo pero no concreta acciones para corregir sus peores defectos. Dice que odia los mercados pero no sugiere medidas para que operen mejor. Critica a la “mano invisible” pero no la reemplaza por la mano intervencionista. Encara la pobreza pero con medidas que incrementan la discrecionalidad. Solo corta y recorta, adelgaza y desprotege, entrega becas pero no produce programas viables y verificables de largo plazo. La izquierda amloísta no ha desarrollado un plan para transitar del capitalismo oligopólico/rentista al capitalismo democrático/progresista. Haría bien en mirar lo que está proponiendo la candidata demócrata Elizabeth Warren y su asesor económico Gabriel Zucman, incluyendo impuestos a multimillonarios. Haría bien en leer el último libro de Joseph Stiglitz, People, Power and Profits: Progressive Capitalism for an Age of Discontent. Ahí están las ideas para crear riqueza y distribuirla mejor, para combatir la extracción de rentas y promover la redistribución de beneficios, para enfrentar la desigualdad enfatizando el aumento en la productividad.
El modelo económico de México ha sido profundamente injusto. Ha concentrado la riqueza y politizado el combate a la pobreza. Ha engendrado una clase política rica a expensas de un pueblo pobre. Ha permitido la depredación pública y solapado la depredación privada. Pero no es problema ideológico: el capitalismo disfuncional es común denominador de sexenios populistas y neoliberales. Y la única forma de arreglarlo es con un ideario de izquierda progresista, que crea en los mercados y se aboque a lograr que funcionen mejor. Que crea en la intervención del Estado y no sólo en la entrega de apoyos directos del Presidente. De otra manera, la izquierda lopezobradorista se volverá una caricatura de sí misma, atrapada en la contradicción perpetua de lo que presume ser pero no es.
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