AMLOMETRO Política y gobierno

¿Quién engaña al Presidente?

 

18/04/2019 | 􏰂 03:04 |

Alfonso Zárate

El reino del Rey Goose va al precipicio por un camino empedrado con buenas intenciones. Nadie se lo dice, sin embargo. Armando Fuentes, Catón

Una de las mentiras más repetidas dice que el presidente de la República es el hombre mejor informado de este país, porque a su escritorio llegan los reportes reservados de la inteligencia militar, de la naval y de lo que queda del Cisen, además de la información clasicada de los distintos ramos de la administración pública.

Pero lejos de ser así, el presidente suele estar sujeto a tantos engaños que pueden llegar a nublar su entendimiento de la realidad. Sus asistentes “procesan” la información, la sintetizan y la hacen digerible e, incluso, llegan a inventar o manipular datos para evitarle malos ratos o para probarle que sus ideas, así sean chispazos u ocurrencias, dan resultados asombrosos. De esta manera se va engañando al presidente y se le va convirtiendo en el hombre providencial que deviene por seis años (a veces menos); también, en ocasiones, le acercan rumores o chismes que acentúan sus desconanzas y sus miedos y lo vuelven un personaje que no encuentra otra explicación a sus fallas —cuando no hay forma de ocultarlas— que la perversidad o la mezquindad de sus adversarios.

La frase “yo tengo otros datos”, que repite con frecuencia López Obrador, expresa nítidamente la inuencia de consejeros que hacen malabares con las cifras para, en el extremo, negar informes ociales con tal de complacerlo; resulta lamentable que una y otra vez se tengan que desmentir los anuncios presidenciales.

Los funcionarios honestos, los que no están dispuestos a jugar ese juego de engaños y se atreven a decirle la verdad por dura que sea, poco a poco empiezan a generar desconanza y son apartados del primer círculo. Remar contra el coro de aplaudidores (dentro y fuera del gobierno), es ponerse en la mira.

Ninguno de sus colaboradores se atreve, por ejemplo, a decirle al titular del Ejecutivo que “corresponde al Estado el monopolio en el uso de la violencia legítima” (Weber) y que hacer uso de la fuerza pública, sin excesos, para restablecer el orden, no es represión, que represión es la que ahogó en sangre el mitin del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas; que represión es la que desataron los “halcones” en la avenida Rivera de San Cosme contra los muchachos que se manifestaban pacícamente el jueves de Corpus de 1971… Pero que usar la fuerza pública para liberar vías de comunicación o para impedir el asalto y robo a ocinas públicas, así esté disfrazado de lucha social, es una tarea que ningún gobierno democrático debe eludir… tampoco le advierten que la honestidad es una condición necesaria pero no suciente para los funcionarios públicos, que además se les debe exigir experiencia, capacidad administrativa y ecacia y que aceptar un cargo para el que no tienen aptitudes es también un acto de corrupción.

Con apenas cuatro meses en el poder, a este gobierno se le está haciendo bolas el engrudo. La escasez de gasolina que dañó anchas franjas del territorio nacional o los apagones en la península de Yucatán, llevan al gobierno a suponer la presencia de sabotajes, pero la ineptitud no es sabotaje.

El buen ejemplo y los exhortos presidenciales no bastan para frenar el crecimiento de homicidios, secuestros y extorsiones y, en materia económica, estamos transitando del estancamiento de las últimas tres décadas a una franca recesión: en el primer bienio de esta administración, la economía no crecerá ni siquiera a un mediocre dos por ciento, aunque el presidente tenga otros datos.

López Obrador necesita acercarse a la realidad real, no la que le pintan los miembros de su círculo íntimo; necesita evadir ese circuito de aduladores o ignorantes que no le advierten sobre los desarreglos que generan decisiones erróneas, como la cancelación del nuevo aeropuerto o la pretensión de enmendar la Constitución mediante un memorándum.

Cada vez parece más difícil que el presidente López Obrador tenga la sensatez para reconocer, antes de que sea demasiado tarde, la inviabilidad nanciera de la renería de Dos Bocas; para admitir los riesgos del nuevo sistema aeroportuario o la errónea apuesta del Tren Maya. ¿Seguirá desestimando las advertencias de instituciones mexicanas y extranjeras serias porque él tiene otros datos? ¿Hacia dónde nos dirigimos? El camino del infierno está asfaltado de buenas intenciones.

Presidente de GCI. @alfonsozarate

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