Como ya es costumbre, las palabras del presidente respecto al coronavirus dividían a los mexicanos. Unos tomaban la indiferencia presidencial frente a la crisis sanitaria que nos agobia, como prueba de que las malas noticias eran una exageración de los países ricos; para otros, las actitudes presidenciales eran una pura irresponsabilidad, porque en todo caso sólo le inspiraba chistes y cuchufletas un virus que estaba matando a cientos de personas en España, en Italia, en toda Europa y ahora en Estados Unidos. Pero el presidente hizo una declaración el pasado miércoles que reveló exactamente lo que el virus le importa. Afirmó que la pandemia le “cae como anillo al dedo” a su proyecto político. Esta frase, seguramente dicha al pasar, pone al descubierto la insensibilidad, la falta de empatía y la arrogancia de un presidente al que le importan poco las angustias, el dolor y la ansiedad de sus conciudadanos desempleados, de los informales que han perdido su clientela callejera, de quienes han sido contagiados y no saben si van a sobrevivir la crisis, y de quienes han perdido a seres queridos. ¿Dónde está la compasión que le despertó la madre del Chapo?

¿Como “anillo al dedo” porque gracias a las previsibles pérdidas humanas y materiales va a construir un tren que ya le costó al presupuesto en educación, un aeropuerto y una refinería que en estos tiempos a nadie le importan nada porque todos estamos con la preocupación de sobrevivir? Ni Donald Trump en sus peores momentos es capaz de decir algo como esto. Estas palabras evidencian la desconexión entre el presidente López Obrador y los mexicanos.

Por fin, después de mucho rogarle, el presidente apoyó más en serio las advertencias de la Secretaría de Salud y el gobierno federal siguió los pasos de varios gobiernos locales que habían tomado las medidas aconsejadas por los especialistas y por las agencias internacionales especializadas, para frenar el contagio y la previsible expansión de un virus del que todavía se sabe muy poco.

La pandemia del coronavirus ocupa el tiempo, la mente de buena parte de la humanidad a la que amenaza este enemigo común. Dado que se trata de un fenómeno universal, la crisis ha reanimado la cooperación internacional, la solidaridad entre diferentes países, el papel de Naciones Unidas. Eso será en Europa y tal vez entre otros países de América Latina, pero no en México; por eso su pobrísimo mensaje al G-20 fue una nota discordante. Los líderes mundiales, conmovidos y desconcertados, atendían el llamado del secretario general de Naciones Unidas a la solidaridad, pero Andrés Manuel López Obrador creyó oportuno denunciar el racismo y el imperialismo. Pero de eso no hay que preocuparse. En materia internacional México ha pasado de la invisibilidad a la irrelevancia.

El presidente nos ha dicho que la cultura es más fuerte que cualquier respirador. Me pregunto si cuando la empresa Abbot le ofreció a la Secretaría de Salud los test que ahora se van a aplicar por millones en Estados Unidos, los rechazamos por nacionalistas o por miedo a la contralora. Lo cierto es que dejamos ir esa oportunidad y ahora enfrentamos el peligro con armas culturales. Al menos eso piensa el presidente que nos ha dicho que no hay razón para ver lo que se hace en otros países. ¿Pensará que estamos en ventaja porque nadie más tiene una compañía de bailes regionales como la de Amalia Hernández o porque no hay escapularios con chamoy seco como los mexicanos? Magro consuelo recibimos de las entrecortadas palabras presidenciales que pretenden tranquilizarnos con el mensaje subliminal de que “como México no hay dos”. Pues sí, contestamos. Nadie más tiene un presidente como él.

No sólo en materia sanitaria somos únicos. Nuestras soluciones a los previsibles problemas de una economía paralizada por el virus también son diferentes porque si los demás países se han vuelto todos hacia el keynesianismo para atenuar las terribles consecuencias de la recesión mundial que se anuncia, nuestro presidente ha advertido que su gobierno no dará un quinto a las empresas privadas, pero éstas no pueden despedir a ningún trabajador aun cuando estén cerradas o inactivas. Aquéllas que no respeten el compromiso moral de seguir pagando, corren el riesgo de ser “balconeadas”, exhibidas ante la opinión pública por egoístas y malvadas. Un castigo que parece la versión local de las humillaciones que sufrieron los intelectuales y maestros universitarios chinos durante la revolución cultural, cuando los paseaban por las calles de Pekin con largas orejas de burro.

He llegado a la conclusión de que el presidente no distingue entre el bien y el mal. Me dio la pista su visita a la mamá del Chapo —que debe ser multimillonaria, pero de origen humilde—. Esa condición, a ojos del presidente, la redime, y de paso a su pobre vástago que aunque sea directamente responsable de muchos de los muertos que se le atribuyen al presidente Calderón, no es un fifí, es un hombre del pueblo, por consiguiente más confiable que cualquier “cuello blanco” que ande por ahí.

Para López Obrador ser rico es un pecado capital, y la única diferencia que reconoce en el mundo que lo rodea es la que separa a ricos y pobres. A partir de esa oposición ordena su mundo político y construye una ética muy personal en la que los ricos son los representantes del Malo y los pobres no cometen crímenes, aunque roben y maten con crueldad y sin cuartel, lo hacen por razones sociológicas. No son crímenes, son compensaciones justas.

Esa interpretación es exclusivamente mexicana, porque a nosotros el mundo nos sale sobrando. Por eso también, antes de ponernos guantes quirúrgicos o tapabocas, nos veremos el ombligo.

 

Soledad Loaeza
Profesora-investigadora emérita de El Colegio de México. Premio Nacional de Ciencias y Artes 2010. Su más reciente libro es La restauración de la Iglesia católica en la transición mexicana.

Fuente: https://soledadloaeza.nexos.com.mx/2020/04/como-anillo-al-dedo/