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Cuando todo reabra, ¿seguirán ahí los museos de arte? | National Geographic

Un ejemplo es Pittsburgh, una ciudad de 300 000 habitantes que alberga 50 museos y centros culturales, el legado de su riqueza industrial a principios del siglo XX. Steven Knapp, el nuevo ejecutivo de los cuatro Museos Carnegie, empezó a trabajar el 1 de febrero, semanas antes de que se declarara el confinamiento gubernamental en Pensilvania.

Durante los primeros días de la pandemia, Knapp y los líderes de otras instituciones locales (la Fallingwater de Frank Lloyd Wright, el Centro Cultural Afroestadounidense August Wilson) organizaron videollamadas de Zoom bimensuales para elaborar pautas de seguridad y protocolos de reapertura.

«Para una ciudad de su tamaño, Pittsburgh es una de las ciudades culturales más ricas del país. Queríamos que la gente volviera y sintiera que había vivido una experiencia agradable», dijo Knapp. Esto significó que, cuando los museos empezaron a reabrir durante el verano, había pegatinas de distanciamiento social en el suelo, guardias que garantizaban el uso obligatorio de mascarillas y, en la mayoría de los establecimientos, entradas programadas.

Gracias a las medidas de seguridad, los museos de Pittsburgh consiguieron índices de participación superiores a los de los museos nacionales. «En julio hubo un cuarto del tráfico normal. Ahora tenemos un 40 o 50 por ciento y hasta un 80 por ciento de la participación del año pasado», contó Knapp. «Ha sido una cuestión de gestionar el tráfico y mantener los patrones de tráfico unidireccional».

En Ohio, el Museo de Arte de Toledo —con sus impresionantes obras de arte renacentistas— ha registrado un aumento de los visitantes primerizos durante la pandemia. ¿Por qué? «Es normal, es una forma de salir de casa», contó el director Adam M. Levine. Cree que los visitantes de los museos buscan entretenimiento, estímulo y lecciones sobre cómo han soportado otras personas los momentos duros en el pasado.

Los museos se adaptan a tiempos difíciles

Los museos tienen una amplia gama de modelos de negocio; algunos dependen en gran medida de las donaciones, otros de las tarifas de entrada o de los alquileres para eventos especiales. Muchos no prevén que sus ingresos recuperen los niveles del 2019 hasta dentro de un año, como mínimo. Pero algunos museos apoyados por los impuestos locales o por grandes donaciones tienen futuros financieros menos nefastos.

Incluso los museos que no están amenazados con la extinción o por los recortes se han visto afectados por la pandemia. El Museo de Arte de San Luis (SLAM, por sus siglas en inglés), abierto desde 1879 en la ciudad junto al río Misuri, ha tenido que renovar su programa de exposiciones, ya que los prestadores internacionales se han mostrado reacios a enviar sus tesoros al extranjero sin garantías de cómo ni cuándo regresarán las obras. Sus comisarios de exposiciones decidieron «trabajar con lo que tenemos», explicó el portavoz Matthew Hathaway. Esto dio lugar a Storm of Progress («Tormenta de progreso»), una exposición de 120 obras de artistas alemanes que figuraban en las existencias del SLAM.

«Nos enorgullecemos de tener una colección alemana que podría rivalizar con cualquiera fuera de Alemania», declaró Hathaway. «Posee un vínculo directo con nuestra comunidad y nuestra cultura. Lo que podíamos hacer era obvio». La exhibición resultante muestra obras como Cristo y la pecadora (1917) del pintor Max Beckmann, una oda a la no violencia, y los irónicos diagramas de Sigmar Polke.

«Los museos echan un vistazo a sus propias colecciones y piensan: “¿Cómo reproducimos esto de una forma que no nos habíamos planteado?”», dijo Hathaway.

La pandemia como catalizador creativo

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