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Días de Soltar | Crónicas de una Selección anunciada – El Sol de Cuernavaca | Noticias Locales, Policiacas, sobre México, Morelos y el Mundo

El año es mil novecientos noventa y ocho. La sede: mi salón de segundo de primaria. La escena comienza con mi maestra entrando con una tele, esa clásica que venía en una mesa con rueditas y tenía una videocasetera. En mis épocas, antes del proyector, la tele se convirtió en instrumento de apoyo educativo para las maestras, pero llegado el mundial, en la fuente de inspiración para lo que sería una corta carrera de futbolista, trunca porque ¿adivinen?.. sí, me lastimé la rodilla. Pero esa es otra historia.

Mis compañeros y yo, cada uno desde su pupitre, veíamos a un México que iba perdiendo 2-0 contra los belgas –inserte aquí la ya clásica broma con doble sentido sobre la habilidad futbolística de la selección europea en cuestión, que no se vio en el 98 pero sí en Rusia 2018-. En fin, al minuto 56, Alberto García Aspe había clavado el primer gol de México y el partido, trabado en la media cancha estaba ardiendo. German Villa, hoy director del Instituto del Deporte del Estado, recuperó un balón en media cancha, que después el Cabrito Arellano llevó hacia arriba y cruzó con clase a Ramón Ramírez que venía subiendo por la banda izquierda, quien con clase centró a la derecha donde pasado el segundo poste venía entrando al área chica nuestro hoy, honorable gobernador, quien alcanzó a volar como Superman a la inversa, con las patas por delante, y tocó ligeramente el esférico para colarlo entre el portero belga y el poste. 2-2 minuto 65. En el salón explotamos de alegría desmedida y los libros volaron, hasta la maestra brincaba de emoción. Ese día Cuauhtémoc Blanco ganó la popularidad que necesitaba para ganar la elección a gobernador, veinte años después.

Hemos jugado en muchas Copas del Mundo. Siete, para ser exactos, que se han escapado de nuestras manos (sic). Somos una nación acostumbrada a soñar con algo que no tenemos la capacidad deportiva de lograr. El famoso 5to partido se ha vuelto un mito, tan inalcanzable como el Olimpo para los mortales. ¿Por qué si México tiene una de las principales diez o doce ligas del mundo, no podemos llegar a los mejores ocho o cuatro en un mundial, y ya no digamos campeones? Porque ese no es el fin último del fútbol. Lo deportivo pasa a segundo término, por debajo del negocio. La liga mexicana es muy competitiva en tanto el número de aficionados, arraigo de los equipos, venta de boletos para estadios, mercancía de los equipos y espacio en televisión. El partido México vs. Argentina se convirtió en uno de los eventos televisivos más vistos en nuestra tele local. Por eso los partidos amistosos son en USA, donde pagan en dólares, en vez de partidos en Alemania, Camerún o Buenos Aires, donde sí estaría el crecimiento deportivo, pero habría que invertirle para llegar. Para los tomadores de decisiones en el fútbol mexicano, es mejor negocio llegar a llenar estadios en un amistoso en USA, que llegar a la final del Mundial.

El negocio es la venta de ilusiones, no el reconocimiento deportivo. El Tata Martino es un profesional, que gana millones de pesos al año, muchos más que varios de los mejores seleccionadores que hoy compiten en el Mundial. Esa cantidad no es porque tenga la capacidad de llevarnos a la final, sino a cambio de ser el chivo expiatorio que cargará con la negatividad de que no pasemos este año, probablemente, ni de la fase de grupos (este artículo se escribió previo al partido vs. Arabia Saudita). Que el Tata, cuando se vaya, nos deje un librito con análisis de datos y experiencias para crecer en lo deportivo sumará, probablemente, pero no será el objetivo principal. Ya sabíamos desde antes de llegar a Qatar que no íbamos con una selección competitiva. Eso es consecuencia de una erosión natural, sobre todo cuando los recursos se invierten en hacer más dinero y no en hacer más fútbol.

El año es mil novecientos noventa y ocho. La sede: mi salón de segundo de primaria. La escena comienza con mi maestra entrando con una tele, esa clásica que venía en una mesa con rueditas y tenía una videocasetera. En mis épocas, antes del proyector, la tele se convirtió en instrumento de apoyo educativo para las maestras, pero llegado el mundial, en la fuente de inspiración para lo que sería una corta carrera de futbolista, trunca porque ¿adivinen?.. sí, me lastimé la rodilla. Pero esa es otra historia.

Mis compañeros y yo, cada uno desde su pupitre, veíamos a un México que iba perdiendo 2-0 contra los belgas –inserte aquí la ya clásica broma con doble sentido sobre la habilidad futbolística de la selección europea en cuestión, que no se vio en el 98 pero sí en Rusia 2018-. En fin, al minuto 56, Alberto García Aspe había clavado el primer gol de México y el partido, trabado en la media cancha estaba ardiendo. German Villa, hoy director del Instituto del Deporte del Estado, recuperó un balón en media cancha, que después el Cabrito Arellano llevó hacia arriba y cruzó con clase a Ramón Ramírez que venía subiendo por la banda izquierda, quien con clase centró a la derecha donde pasado el segundo poste venía entrando al área chica nuestro hoy, honorable gobernador, quien alcanzó a volar como Superman a la inversa, con las patas por delante, y tocó ligeramente el esférico para colarlo entre el portero belga y el poste. 2-2 minuto 65. En el salón explotamos de alegría desmedida y los libros volaron, hasta la maestra brincaba de emoción. Ese día Cuauhtémoc Blanco ganó la popularidad que necesitaba para ganar la elección a gobernador, veinte años después.

Hemos jugado en muchas Copas del Mundo. Siete, para ser exactos, que se han escapado de nuestras manos (sic). Somos una nación acostumbrada a soñar con algo que no tenemos la capacidad deportiva de lograr. El famoso 5to partido se ha vuelto un mito, tan inalcanzable como el Olimpo para los mortales. ¿Por qué si México tiene una de las principales diez o doce ligas del mundo, no podemos llegar a los mejores ocho o cuatro en un mundial, y ya no digamos campeones? Porque ese no es el fin último del fútbol. Lo deportivo pasa a segundo término, por debajo del negocio. La liga mexicana es muy competitiva en tanto el número de aficionados, arraigo de los equipos, venta de boletos para estadios, mercancía de los equipos y espacio en televisión. El partido México vs. Argentina se convirtió en uno de los eventos televisivos más vistos en nuestra tele local. Por eso los partidos amistosos son en USA, donde pagan en dólares, en vez de partidos en Alemania, Camerún o Buenos Aires, donde sí estaría el crecimiento deportivo, pero habría que invertirle para llegar. Para los tomadores de decisiones en el fútbol mexicano, es mejor negocio llegar a llenar estadios en un amistoso en USA, que llegar a la final del Mundial.

El negocio es la venta de ilusiones, no el reconocimiento deportivo. El Tata Martino es un profesional, que gana millones de pesos al año, muchos más que varios de los mejores seleccionadores que hoy compiten en el Mundial. Esa cantidad no es porque tenga la capacidad de llevarnos a la final, sino a cambio de ser el chivo expiatorio que cargará con la negatividad de que no pasemos este año, probablemente, ni de la fase de grupos (este artículo se escribió previo al partido vs. Arabia Saudita). Que el Tata, cuando se vaya, nos deje un librito con análisis de datos y experiencias para crecer en lo deportivo sumará, probablemente, pero no será el objetivo principal. Ya sabíamos desde antes de llegar a Qatar que no íbamos con una selección competitiva. Eso es consecuencia de una erosión natural, sobre todo cuando los recursos se invierten en hacer más dinero y no en hacer más fútbol.

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