Arte & entretenimiento

Eduardo Basualdo. Cuando el arte invade el espacio – ROOM Diseño

La instalación y la intervención del espacio son las claves de Eduardo Basualdo. Este artista argentino —que se ha hecho fuerte usando el aluminio negro como herramienta creativa— inauguró en junio exposición en Berlín, después de exhibir –antes y después del confinamiento— una de sus piezas más emblemáticas en la galería de arte madrileña Max Estrella. Hemos charlado con él vía Zoom para comprender su GPS artístico.

Me dirigí a la Galería Max Estrella. “Por favor”, pensé, “que todavía no hayan quitado La Magdalena de Proust.” Durante varios meses —incluidos los del confinamiento—, en esta muestra colectiva han convivido trabajos de Bernardí Roig, Erwin Wurm o Duane Michals entremezcladas con las de Diana Fonseca o Hans Op de Beeck. Llamé al timbre. Yo iba ahí por Eduardo Basualdo, por su roca negra colgante. Había podido ver gran cantidad de fotos a través de la pantalla, pero todo buen observador del arte entenderá que una pieza cuyo protagonista es el volumen no puede valorarse de esa manera. Había quedado en hablar esa misma tarde con su autor, y tenía que verla en persona.


The End of Ending. Eduardo Basualdo
The End of Ending

Shedding (Muda). Eduardo Basualdo
Shedding (Muda)

Una de las primeras preguntas que quise hacer a Eduardo Basualdo cuando su cara apareció en el recuadro de Zoom fue cómo descubrió el aluminio negro con el que ha construido gran parte de su carrera. Me refiero a Madre del río, Shedding o Teoría. Todas ellas han sido creadas en distintos momentos y bajo diferentes premisas, pero tienen un concepto en común: su presencia genera tensión y consigue convertir la más bella sala de exposiciones en un recinto fatigoso.

“Es un material que sirve específicamente para cubrir luces en el teatro, lo descubrí mientras trabajaba con obras lumínicas. La primera vez que lo usé en una instalación fue con The end of ending, donde un volumen gigantesco ocupaba casi la totalidad de la galería. La idea era ingresar a una sala donde no hubiera más espacio, incomodar al espectador, colocarle en la tesitura de querer entrar en un lugar en el que no es bienvenido, en el que no cabe”. De eso habla The end of ending. Supe después que Basualdo se refiere a la vida, a la que uno es arrojado y en la que no siempre es bien recibido: “A veces no encuentras tu sitio porque el mundo no hace otra cosa que expulsarte, porque este mundo se basa en la premisa de que primero naces y luego debes ganarte la vida en condiciones a veces imposibles”.

“Lo más valioso que puede tener el ser humano es contar con la presencia del otro, la atención. Terminé creando instalaciones para hacer foco en el momento: poder enfatizar en el usted está aquí ahora”.

“La imagen de The end of ending surgió como eso que lo ocupa todo, como un cáncer, como un parásito gigante que expulsa al propio huésped —a ti—. Como si un pensamiento perturbador apareciera en nuestra cabeza y empezara a crecer, pudiendo volverte loco o incluso matarte. Pero lo has creado tú, es tuyo, está en tu mente”. Esto es exactamente la roca: la personalización de nuestro lado más oscuro que, aun cuando no lo miras, sabes que sigue presente, colgando a tu lado, encima, detrás de ti. Eduardo Basualdo habla de sí mismo para hablar de los demás, de la condición humana y de los temas trascendentales que le conciernen, como lo son la verdad, la muerte, la existencia, los límites o la moral. Siempre representados mediante dualidades, polos opuestos conectados por una fina línea.


La caída. Eduardo Basualdo
La caída

La caída. Eduardo Basualdo
La caída

Atención y ficción

El simple hecho de necesitar la presencia del otro para explicar parte de la propia obra determina cuán importante es la figura del público para Basualdo. No es algo que esté presente en una sola ocasión: está en todos y cada uno de sus escenarios. Si en The end of ending la gente se ve obligada a transitar dificultosamente entre la roca y las paredes de la sala, en Indivisible debe intervenir físicamente para descubrir el pasillo secreto que esconde, y en La isla es imprescindible entrar de uno en uno dentro de ella. 

“La idea es que en la sala no haya espacio, incomodar al espectador, colocarle en la tesitura de querer entrar en un lugar en el que no es bienvenido, en el que no cabe. A veces no encuentras tu sitio porque el mundo no te necesita. De eso habla The end of ending”.

“Yo creo que lo más valioso que puede tener el ser humano es contar con la presencia de otro ser, con su atención. Terminé creando instalaciones para hacer foco en el momento presente, para poder enfatizar el usted está aquí ahora”. El contexto donde son mostradas es siempre un punto de partida importante para el artista. Cómo dialogar con un espacio muchas veces agobiado de estímulos y generalmente atravesado por dinámicas sociales de entretenimiento, como sucede los museos y las bienales. Por eso, nos dice, cuando alguien se enfrenta con uno de sus proyectos intenta que prevalezca el vínculo personal.

Las creaciones de Eduardo Basualdo son pensadas para un espectador. A pesar de que pueden ser visitadas por muchos a la vez, siempre existe algún dispositivo que subraya la presencia personal y genera un momento de intimidad entre el espectador y la pieza. Como si fueran dos organismos equivalentes que se encuentran por primera vez. Sus instalaciones están diseñadas desde una especie de “dramaturgia del espacio” donde los movimientos del público en la sala están pautados según el tempo de la historia que Basualdo quiere contar. Lo que vamos viendo a medida que entramos es fundamental para él.

La presencia del yo en el arte

En la vida de un artista creación y biografía van de la mano. Crecen paralelamente, al mismo tiempo que se conforma su idea de arte y su visión del mundo. Lo personal se convierte en materia sobre la que reflexionar y compartir. “Para mí el arte es ese lugar a donde uno lleva cosas que le han impresionado o conmovido. Es un territorio para una segunda oportunidad en la que procesar algo que no te da tiempo durante la vida cotidiana”. 

No obstante, otros factores pueden irrumpir en este momento creativo, como comisiones o invitaciones a exhibiciones cuyo tema está predeterminado. Un ejemplo de esto es la exposición inaugurada este verano en Berlín, donde Basualdo pone en escena creaciones que corresponden a diferentes momentos de su producción: “Libre Albedrío es un proyecto que surge como invitación de la galería PSM a mostrar obras de los últimos años relacionadas con la idea de yuxtaposición entre interior y el exterior. La muestra incluye Voluntad, un portón metálico de garaje que se mueve constantemente cerrando el paso de los visitantes y volviéndolo a abrir minutos después. O Párpados que consiste en cortinas de voile traslúcidas instaladas en ambas caras de las ventanas de la galería. Mientras la cortina del interior se mantiene inmóvil, la del exterior se agita con el viento de la ciudad”


La Magdalena de Proust. Eduardo Basualo. Galería Max estrella Madrid
La Magdalena de Proust. Galería Max estrella Madrid

Está claro que uno nunca puede hacer algo que no tenga nada que ver consigo, que se separe de lo que ha leído, de lo que ha visto, de lo que le ha pasado, de donde ha nacido. Para Basualdo la muerte de su madre supuso un punto de inflexión. “Mi trabajo por aquel entonces se había vuelto un poco más frío, atravesado por formas de producir mecánicas, como intervenciones en los espacios dados. Pero en ese momento tuve la necesidad de volver a dibujar y reconectarme con la imaginación y la representación”. Brumaria fue realizada en ese contexto. 

Anteriormente había presentado Freelancer —un helicóptero en marcha encerrado en el cubo blanco— y Perspectiva de ausencia —la puerta giratoria que se abre al final de un muelle de pescadores—. “En la puerta yo veo el límite de la vida y de la ciudad. Como si Buenos Aires fuera una isla de la que no se puede escapar y ese horizonte sobre el río, el lugar por donde esperamos que llegue alguien nuevo”.

Ambas propuestas están cargadas de referencias a su ciudad natal, a pesar de haber viajado de lado a lado del globo, entre ferias, muestras, talleres y bienales. “Nunca le presté atención a las etiquetas regionalistas, no sé si lo que hago puede ser asociado al arte latinoamericano. Siento que mis temas son universales, hablan de las dificultades de comprender el mundo, de cómo encontrar tu sitio en él, la tensión entre el cuerpo y la mente”. Reconocer de dónde procede uno es una labor complicada que se resuelve “después de haberse probado distintos trajes”, nos dice.

Regresar al origen

Eduardo me presentó a su hijo, lo puso ante la cámara y me saludó tímido. Venían de construir un móvil en el jardín con molinos pequeños, de esos con los que juegan los niños. Está seguro de que de ahí va a nacer su próximo proyecto: algo que recogiera lo cósmico y lo artificial a través del aire. De nuevo antagonismos: noche y día, oscuridad y luz, molino y viento artificial. Se echó a reír. La idea suena tan idílica como anecdótica. “Quizás soy demasiado curioso, todo lo que me rodea termina formando parte de mi obra. Lo mismo me pasa con mis lecturas, soy muy permeable a las palabras de los otros”.

Eduardo Basualdo se refiere a sus referentes, entre los que están Byung-Chul Han, Giorgio Agambem o Peter Sloterdijk, de quienes extrae el incansable cuestionamiento sobre el funcionamiento de la sociedad y de nuestra posición como seres “independientes” que viven bajo un estado de soberanía. Trabaja siguiendo un programa de pensamiento pero al mismo tiempo fantasea con dedicarse al hacer por hacer sin tener que justificarlo bajo ningún tipo de paraguas teórico. Investigar, dar rienda suelta a las conexiones inconscientes. 

La biografía artística de Basualdo es cambiante, sufre una metamorfosis constante. Como sus intereses. Pero al final, ahí está lo sublime de la materialización y lo que para mí es algo parecido a una etiqueta de calidad: “que la estética personal se constituya como algo que uno no puede evitar”.

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