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El alfa y el omega, el arte y la Inteligencia Artificial

“El martes me convertiré en el arte y el artista, en el alfa y el omega. Comenzará una nueva era artística entre humanos y robots”. Con esta ligeramente pretenciosa frase, la archiconocida robot Sophia anunciaba la salida a subasta esta semana de su primera colección de obras. La puja más alta por su pieza Sophia Instantiation ya supera los 100.000 euros, y puede que la cifra aumente en las horas de plazo que quedan hasta que se publiquen estas líneas.

Como no sé mucho de arte, no tengo claro si 100.000 euros es una cantidad adecuada para un vídeo de 12 segundos, que es en lo que consiste la pieza. Lo que sí sé es que esta no es ni de lejos la primera creación artística elaborada por una máquina, por mucho que Sophia se autodenomine como el alfa y el omega de esta tendencia.

En 2018, la obra titulada Retrato de Edmon Belamy se convirtió en la primera pieza generada por una inteligencia artificial (IA) en salir a subasta. Y no solo eso, acabó vendiéndose por más de 350.000 euros, frente a los cerca de 10.000 euros que Christie’s estimó que alcanzaría.

Hay varias diferencias entre ambas piezas. En primer lugar, la de 2018 se subastó en un soporte físico. Aunque la IA creó la obra en formato digital, el colectivo Obvious, responsable de pulir el algoritmo, la imprimió y la colocó en un marco dorado, como cualquier cuadro al uso. Sin embargo, el vídeo de Sophia se está subastando en MP4, es decir, en formato virtual.

¿Quién pagaría 100.000 euros por un clip de vídeo que se puede duplicar fácilmente? Aquí reside otra de las grandes diferencias entre ambas piezas. La de Obvious era única porque fue la única que imprimieron. La de Sophia es única gracias a la tecnología de los token no fungibles (o NTF, por sus siglas en inglés), un concepto criptográfico para identificar un producto digital exclusivo, una especie de certificado de autenticidad virtual, rastreable e inviolable.

Pero la obra de Sophia tampoco es la primera que se comercializa mediante NTF. Hace un par de semanas, el diseñador gráfico Mike Winkelmann, conocido como Beeple, se convirtió en uno de los tres artistas más valorados del planeta cuando su pieza digital The First 5000 Days, que también incorporaba NTF, se vendió por casi 60 millones de euros en otra subasta en Christie’s.

Así que no sé de dónde se saca Sophia eso de que “comienza una nueva era artística entre humanos y robots”. Es cierto que esta autómata lanzada en 2016 por la empresa hongkonesa Hanson Robotics representa uno de los mayores avances de la IA actual. En sus cinco años de vida, ha recorrido muchísimo más mundo que la mayoría de los humanos, ha aparecido en programas como El Hormiguero y ha dado innumerables entrevistas y conferencias.

No sé de dónde se saca Sophia eso de que ‘comienza una nueva era artística entre humanos y robots’

Y, aunque a diferencia de otras inteligencias artificiales que solo existen dentro de un ordenador, el cuerpo metálico y cableado de Sophia sí le permite sostener un pincel para pintar sobre un lienzo; la intersección entre la tecnología y el arte no solo no es nueva, sino que cada vez adquiere más formas y mayor relevancia.

Los algoritmos de transferencia de estilo, por ejemplo, existen desde hace años. Estos sistemas se dedican a identificar los patrones que definen un estilo pictórico, como el de Van Gogh, o musical, como el de Bach. Una vez que los dominan, pueden crear sus propias piezas basadas en dichos patrones o aplicarlos sobre obras preexistentes.

La IA responsable del Retrato de Edmon Belamy funcionaba así. Y, de hecho, su venta generó una gran polémica, ya que no estaba claro a quién pertenecía la obra, ¿al modelo informático, a Obvious, o al desarrollador que escribió el código que el colectivo de artistas utilizó como base para crear su IA?

Desde luego, el ordenador no iba a reclamar su parte. Y dado que el código base de la IA podría compararse con los lienzos y pinceles que usaba Van Gogh, supongo que es lícito decir que la pieza fue obra del colectivo. Pero la realidad es que ellos no la crearon, del mismo modo que el artista Andrea Bonaceto, con el que ha colaborado Sophia, tampoco es responsable sus obras.

Además, Arabia Saudita concedió su nacionalidad al robot en 2017, así que la máquina podría tener derecho a quedarse con las ganancias de la subasta. Aunque, claro, en aquel país las mujeres requieren la aprobación de un hombre para hacer prácticamente cualquier cosa, así que supongo que el dinero finalmente se lo quedará Bonaceto o, en última instancia, Hanson Robotics.

Más allá del tema de la autoría y del derecho de los robots a la propiedad privada, estas nuevas formas de crear arte a través de la tecnología nos obligan a revisitar el propio concepto de la creatividad, donde el debate también está servido.

Mientras que algunos filósofos afirman que es una cualidad intrínsecamente humana e inimitable por las máquinas, hay futurólogos convencidos de que algún día la IA llegará a superar todas nuestras capacidades, incluida la imaginación. Aunque este es un debate en el que sí que no quiero meterme, porque ni soy futuróloga, ni artista, ni filósofa, ni el alfa y el omega de nada.

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