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«El arte siempre necesita una pizca de mala leche» | El Correo

«El arte siempre necesita una pizca de mala leche»

Junto a su mujer y sus dos hijos, el escritor leonés acaba de crear una editorial «sostenible» para seguir con la gran aventura de sus diarios

La familia Trapiello al completo. Los hijos, Rafael y Guillermo, junto a sus padres Miriam y Andrés./ R.C.
MIGUEL LORENCI Madrid

Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 68 años) se siente cómodo y libre en los márgenes de la literatura. Y marginal, en el mejor sentido del término, es la editorial «familiar y sostenible» que el escritor ha constituido con Miriam, su mujer, y sus dos hijos, Rafael y Guillermo, para avanzar en su aventura narrativa más ambiciosa: los diarios que con el título de ‘Salón de pasos perdidos’ lleva publicando a lo largo de 30 años y que ya alcanzan 23 volúmenes y 12.000 páginas. Con el nuevo sello, ‘Ediciones del Arrabal’, la serie seguirá creciendo mientras a su autor le quede humor y esa pizca de mala leche «imprescindible» para el arte y para una hazaña como esta. Empezó por entregas en 1989 en ‘Citas’, el suplemento del ‘Diario de Cádiz’, que dirigían Juan Bonilla y José Mateo. El primer volumen ‘El gato encerrado’, fue rechazado por cinco editoriales. Manuel Borrás, amigo de Trapiello y editor de Pre-Textos, lo aceptó y publicó todos los demás.

-Bautizar ‘Ediciones del Arrabal’ su editorial es una declaración de intenciones. ¿Se siente en el arrabal de la literatura?

-Las cosas importantes suelen pasar en los márgenes, sí. En literatura desde luego. Hay que dejar el carril, ir por el campo a través. Sin libertad todo es más difícil.

-Toda una paradoja que sus hijos y su mujer, ‘personajes’ de los diarios, sean ahora sus editores, como el autor de los diarios.

-Tiene su gracia, sí. La idea fue de Rafael, mi hijo mayor. Guillermo la respaldó. Ellos han crecido con los diarios, y conocen mejor que nadie cómo, con el paso del tiempo, se transforman en una novela. Saben distinguir perfectamente lo que es realidad y ficción. Y por eso han decidido hacer que la ficción sea viable, o sea, real.

-¿Qué hace con el pudor un diarista compulsivo?

-La intimidad, la de verdad, no es nunca indiscreta. La intimidad no es más que la parte silenciosa de la naturalidad.

-¿Hay más humor, ironía o mala leche en sus diarios?

-Mala leche siempre hay que tener una pizca, por aquello que decía el limpiabotas del café Varela a propósito de Concha Piquer: sin mala leche no hay arte. Pero solo eso, muy poca. Lo demás hay que dejarlo a la jurisdicción del humor, y este, sea negro o blanco, siempre de cara.

LAS FRASES:

-¿Le han dado estos diarios más disgustos o satisfacciones?

-Disgustos ninguno, que yo recuerde. Satisfacciones bastantes. Sobre todo lectores que no conocía y que han resultado providenciales en mi vida.

-¿Escribe todo como lo piensa u omite y dulcifica algo?

-No, por favor. Si hiciera eso sería un infierno, para mí en primer lugar, pero sobre todo para los demás.

-El que acaba de aparecer, ‘Quasi una fantasía’, es el volumen número 23 de la serie. ¿Cuándo acabará?

-Mientras tenga humor, seguiré.

-Jorge Herralde, editor de Anagrama, rechazó publicarlos y dice que es una garantía, una prueba de que iba por el buen camino.

-Herralde fue el primero en rechazarlos, es verdad. Pero fue también el primero, pasados quince o veinte años, en decir que los lee todos porque le gustan mucho. La vida tiene eso: poder leer lo que no queremos editar y editar lo que no se puede ni leer. Los rechazaron otros cuatro editores, la mayoría con cartas en las que me daban a entender, alguna con patente irritación, que había sido muy presuntuoso por mi parte hacerles perder el tiempo con semejante nadería.

-Cada entrega tiene una media de 3.000 lectores muy fieles y sus cálculos dicen que necesitan 5.000 lectores para que las cuentas salgan.

-Así es. Está claro que no se trata de un negocio. Tampoco podría editar más de cinco mil ejemplares. No disponemos de logística y, además, todos nosotros tenemos nuestros trabajos: mi hijo el mayor es fotógrafo e ingeniero; el menor arquitecto y diseñador, ha hecho el logo y las portadas; Miriam está centrada en sus ensayos y yo escribo muchas otras cosas que publican otros editores. ‘Salón de pasos perdidos’ tiene que llegar a una cifra aceptable, pero sobre todo asumible por nosotros.

-Uno de sus hijos dice que ser editor es la forma más lenta de arruinarse ¿Está de acuerdo?

-En términos generales, sí, sí que estoy de acuerdo. Nuestra obligación está en hacer que suceda lo más tarde posible. Con la literatura es muy difícil hacerse rico. Desde luego a mí no me ha sucedido, ni como escritor ni parece presumible que ocurra editando estos diarios.

-No es la primera vez que se convierte en editor. Ya lo hizo con ‘Trieste’, ‘La Veleta’ y ‘La Ventura’. ¿Qué diferencia esta aventura de aquellas?

-En aquellas el editor propiamente dicho, o sea el que paga las facturas, era o es (porque sigo con ‘La Veleta’) otro. Aquí las facturas las pagamos nosotros. Esto nos ayudará a valorar mucho más el trabajo de quienes como Pre-Textos o Comares han sufragado tantos libros míos.

-¿Publicará en este sello otras cosas además de los diarios?

-Sí, pero solo de la familia. Este otoño, un libro de fotografías de Rafael y Jonás Bel. Y un ensayo de mi mujer sobre los propios diarios y su papel en ellos.

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