Salud y Comida

El Covid-19 y la salud mental

Llegado
septiembre, 2020, el número de casos de Covid-19 registrados en el
mundo alcanza 1,800.000 por semana llegando a un total de 25.506.759 y
851.095 muertes lo que indica que la pandemia continúa, se amplía y complica; y Latinoamérica
la enfrenta con secuelas económico-sociales como el creciente deterioro
mental de la población dados los, hasta ahora, ocho meses de deterioro
de prácticamente toda actividad humana, amén de la generalizada
improvisación de hospitales, clinicas, suministros y personal médico, e
incluso la ampliación obligada y hasta patética de cementerios. La
emboscante presión ha venido a caer en galenos de toda especialidad,
enfermeras y enfermeros e incluso en estudiantes de medicina, farmacia,
curanderos y otros, además de la proliferación de pseudo medicinas y la angurria de comercialiarlas a como dé lugar.

La cantidad de
decesos en nosocomios y otros sitios ha hecho que se agote y hasta se
pierda la capacidad de recepción y tratamiento de enfermos, aumenten las
muertes en casas particulares y otras; amén de la decisión nunca vista
de no poder ver al ser querido muerto en un hospital o clínica por temor
al contagio… además de desalmados pagados que bloquean carreteras,
sobre todo en Bolivia, impidiendo el paso de suministros muy necesarios
en tiempos de la cruel pandemia. Dejar el cadáver de un ser querido en
la calle no puede ser sino psicológica y psiquiátricamente enfermante
para los deudos y allegados, y para el público en general que no cesa de
enterarse.

Demencia (del latín alejado +mens (que es genitivo de mentis) o mente es
una enfermedad por la que se pierde las funciones cognitivas debido al
deterioro progresivo de las funciones cerebrales. Según Wikipedia,
en 2014 hubo 47,5 millones de casos en el mundo y su impacto en la
calidad de vida del enfermo y sus familiares continúa siendo enorme. En
2020 la cifra debe ser mayor. H. Robinson,The Atlantic, y como
referencia dice que la Of. Nac. Estadís., Reino Unido, acaba de decir
que antes de la pandemia, 9.8% de la población del país sufría de alguna
forma de depresión, hoy alcanza el 19,2%. En las Américas la cifra debe
ser todavía mayor porque las circunstancias de vivencia y de
convivencia se han ido deteriorando por razones econo-socio-políticas de
vieja data y este año, con la pandemia, se han visto muy exacerbadas sobre todo por lo inesperada y cundiente.

Perder
el empleo, debilitar e incluso perder el negocio grande o pequeño
excepto quizá el de elaboración y comercialiación de alimentos y otros
suministros como electricidad, agua potable, trasporte, se va notando
que es traumatizante y hasta paralizante lo que afecta la actitud vital
del sufriente proveedor o consumidor-cliente que desde su domicilio se
da cuenta de que no puede decir ni hacer mucho fuera de velar por su
familia con los ahorros que tenga y la esperanza de volver a ser
asalariado por lo menos en cierta medida que de pronto se cumple a
medias o a cuartas, “gracias a Dios.”Es
que el dicho va: “a Dios rogando y con el maso dando” pero es que la
pandemia nos ha quitado o nos va quitando “el maso.” Situación que no
deja de ser deprimente porque se percibe que no tiene salida, lo que
afecta el comportamiento sobre todo en casa. De ahí el inusitado aumento
de lo irracional que se traduce en la violencia familiar y callejera,
todo provocado por la abarcante depresión de la que es víctima una gran
cantidad de gente que hasta hace poco gozaba de mente sana en cuerpo
sano. Y el virus y sus estragos continúan.

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