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El Presidente electo y sus obras

Gobernar es decidir, aunque acabes por consultar. Al final se trata de una decisión, tal y como está haciendo Andrés Manuel López Obrador con el nuevo aeropuerto, donde terminará por hacer lo que quiera, amparado en la consulta.

Con esa consulta asistimos a una puesta en escena donde presenciamos cómo un político astuto —quizá el más— trata de rectificar un compromiso de campaña que encontró muy costoso cumplir: cancelar el nuevo aeropuerto.

Pero si algo no le falla al Presidente electo es el olfato político y sabe que tras la consulta, su decisión estará legitimada.

Su visión estratégica, en cambio, no es tan acertada, como le ocurrió con los segundos pisos.

Siendo López Obrador jefe de Gobierno de Ciudad de México, hace 17 años, el ingeniero David Serur y el estructurista José María Riobóo se le acercaron y lo convencieron de utilizar el derecho de vía del Periférico y el Viaducto con una técnica novedosa para construir un segundo piso para automóviles.

Una década antes el mismo Riobóo había impulsado sus estructuras de columnas, trabes y ballenas para construir un monorriel sobre el Periférico, un proyecto de transporte público, desde Satélite hasta Paseo de la Reforma. La historia habría sido distinta, pero lo frenaron los vecinos de Polanco.

La nueva oferta era más atractiva. Su edificación emplearía a decenas de miles de personas, detonaría la industria de la construcción y la economía, elevaría la productividad, resolvería un problema de congestión vehicular, traería “beneficios ambientales”, sería muy vistosa y le daría amplios réditos políticos.

Así fue, tres años después López Obrador los inauguró acompañado de Ricardo Salinas, el cardenal Norberto Rivera, el rector Juan Ramón de la Fuente, Emilio Azcárraga, Moisés Saba y José Gutiérrez Vivó, entre otros.

De entonces a la fecha, las principales ciudades del mundo han dejado de construir vialidades elevadas —son como ríos venenosos, dice el urbanista Enrique Peñalosa— y comenzaron a tirar esas barreras urbanas.

Seúl, Madrid, Boston, Portland, Milwaukee, Dallas, San Francisco y Nueva York han dicho adiós a esas vialidades. En CdMx, en cambio, se hicieron más y López Obrador sigue orgulloso de esos segundos pisos, así lo presumió hace 15 días:

“Me acuerdo que cuando me propuse hacer los segundos pisos hubo una campaña en contra… y si me hubiese detenido, no se hubieran hecho esos segundos pisos”, dijo en Campeche, donde también expuso: “el Tren Maya va, me canso ganso”.

Y sí, esas obras irán, sin duda. Así será con el resto de proyectos que ocuparán a esta administración: el aeropuerto, las refinerías, las nuevas universidades, la reforestación y la descentralización. No hay espacio para mucho más.

Cualquiera que sea el resultado de la consulta, nada detendrá a López Obrador de las metas que se trace.

Con los segundos pisos se equivocó, ojalá no pase lo mismo con el nuevo aeropuerto.

¿Esas son las obras que necesita México? En su diagnóstico sí y tiene la legitimidad del voto para lograrlo. El tiempo juzgará.

hector.zamarron@milenio.com

@hzamarron

Source

http://milenio.com/opinion/hector-zamarron/afinidades-selectivas/el-presidente-electo-y-sus-obras

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