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Encuentro con el BDSM; mistress profesional exhibe experiencia

Encuentro con el BDSM; mistress profesional exhibe experiencia

CIUDAD DE MÉXICO.

Los burós de colores que forman un círculo en el centro del salón contrastan con las paredes blancas, una imagen que es agradable a simple vista; para muchos sólo sería un simple salón de reuniones, dónde se podrían pasar largas horas charlando de diversos temas.

Burós que podrían ser una buena decoración en una vivienda de clase media; sin embargo, estos sirven para poder  azotar, flagelar y llevar a cabo sesiones de BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo) a mujeres u hombres que contraten a una o un dominante.

Excélsior contacto a la mistress profesional Layla Díaz de León, quién nos contó a detalle las prácticas que realiza dentro del BDSM, para todos aquellos sumisos que requieran su servicio por un tributo que oscila entre los 6 y 10 mil pesos por una sesión de una hora de duración.

La mayoría de sus sumisos son personalidades empresariales, políticos que incluyen legisladores de la Cámara de Diputados o senadores que gustan de estas prácticas que, gracias a un contrato de confidencialidad, nunca sabremos quienes son asiduos a las prácticas BDSM.

La cita fue a las 3 de la tarde en el Centro Cultural de la Diversidad, ubicado en la colonia Roma de la ciudad de México. Una tarde calurosa dónde el tráfico cotidiano, le hizo llegar con 15 minutos de retraso, impacientes la esperábamos en el salón del tercer piso del edificio tipo colonial.

El silencio del salón con grandes ventanas con marco de madera se rompió con el eco de los tacones que golpeaban el piso de madera, tacones de unas botas negras que contrastan con su minifalda color rosa que le dejaban al descubierto parte de sus torneadas piernas.

Un saludo rápido, seguido de una disculpa por el retraso. Sin pudor se despojó de su blusa y minifalda, un olor dulce que se desprendía de un aceite que comenzó a untarse en el cuerpo para lubricar su piel, inundó la habitación. Todo un ritual que se lleva antes de enfundarse en su vestido de látex color negro que lo remata con un toque de perfume Halloween, su predilecto.

La sentencia fue directa. “No entrevistarás a mis sumisos; uno es un próspero empresario y el otro toma decisiones importantes en la Cámara de Diputados, sólo los podrás ver con sus máscaras para evitar ser exhibidos públicamente. Tenemos un contrato de confidencialidad que no se puede violar, no preguntas de quienes son, no preguntas sobre su vida”, el silenció volvió.

Nuevamente se rompe con el choque de los tacones con la madera, con un caminar de modelo recorrió parte del salón con una maleta negra, con paciencia pone sobre los burós de colores sus látigos, floggers y cuerdas que utiliza para sesionar a un diputado federal y un empresario textil.

Layla Díaz de León es licenciada en derecho, madre de familia de dos hijos que combina con la dominación, con las sesiones de BDSM que le produce un extraño placer al causar dolor a sus sumisos, ese placer que también tienen aquellos que reciben el castigo.

Se inició en las diversas prácticas del BDSM de manera inocente, cuando tenía 15 años; su primer sumiso (hombre que le gusta el rol de ser humillado o castigado en la práctica BDSM) fue su novio, a quién castigaba con jalones de cabello, mordidas, seguidas de besos tiernos.

“A los 15 años en la secundaria tenía un novio que me hacía enojar, un día me lo cacheteé en el elevador de mi edificio; él lloró y a mí me gusto. Yo pensé ‘qué mala soy, qué cabrona, que cabrona pobrecito’; pero la realidad es que me gustó. Dije ‘este wey se dejó, él se dejó y entonces yo puedo avanzar más’, y puedo hacer otra cosa más. Siendo adolescentes nos besábamos; yo le jalaba el pelo, lo ahorcaba, lo mordía, eso me gusto, así empezó mi historia”.

Sin medir palabra, camino por todo el salón, su sensual andar dejaba ver su curvilíneo cuerpo que resaltaba en ese vestido negro de látex, su olor a perfume inundó el salón, su mirada se concentró en un sofá negro, se sentó. “Es el momento”, exclamó. “Vengan a mí perros, vengan a mí que soy su ama”, se escuchó con una voz firme y autoritaria.

Dos hombres con máscaras (una de luchador y otra de látex), se postraron de rodillas frente a Layla, le besaron las botas, ella los acariciaba lentamente. Dos hombres que no se les veía el rostro, uno resaltaba por su más de 1.85 de estatura y piel blanca, el otro de aproximadamente 1.65 de estatura piel morena, fue el elegido para ser azotado con un floggers (mango con diversas correas de piel o sintéticas), el chasquido que las tiras de piel sobre su espalda, eran silenciados por los gemidos que emitía a cada golpe.

A pregunta sobre quienes requieren sus servicios, respondió: “Generalmente son hombres y de todo tipo, pero aquellos que tienen por ejemplo algún estatus importante dentro de su trabajo o dentro de la política, es muy disfrazado, muy discreto y justamente es lo que piden, discreción. Yo creo que les atrae, no nada más la parte del BDSM; sino la parte de estar con una mujer agradable, una mujer que los escucha con la que puede tener una serie de temas de conversación, debido a que, si no se queda todo en el instante de la interacción de la sesión, puedan salir a comer para tener una plática”.

Con cada golpe en la espalda, pecho, testículos o piernas viene una caricia que les produce placer. Esta es una sesión poco antes vista, dos sumisos castigados a la vez, una sesión que a nivel individual suele tener un costo o “tributo” que va de los 6 mil a 10 mil pesos, qué consiste en una hora de azotes, humillación, caricias.

“De 6 mil a 10 mil pesos por unos juegos de azotes de impacto, humillación: hay algo de interacción sexual, pero que se queda mucho en el coqueteo, en la provocación, en aquello que tú sumiso, no puedes tener. Pero yo te lo voy a mostrar y te voy a provocar, te voy a llevar al extremo para que tú quieras más y des más económicamente, no siempre es económicamente, a veces son perfumes, ropa, bolsas, cosas materiales que sobrepasan el tributo que se impone”, aseguró Laya León.

Caricias eróticas que no llevan a la intimidad, dentro del contrato que se firma entre dominante y sumiso queda excluido el sexo. Las “mistress” o “dóminas”, no tienen sexo con quienes las contratan, no está permitido, solo es una sesión profesional y bajo los estándares de respeto y del “no, es no” señaló, Layla Díaz de León. 

Su profesión con las actividades de ama de casa, atender su página de internet llamada Raspado de Anis y las sesiones de BDSM son una combinación que lleva a la perfección, siempre y cuando estén dentro de su agenda.

“Sí se vive de esto, siempre y cuando lo combines con otra cosa o dedicándose completamente a esto, y hablo completamente que sería como un trabajo o sea vas a estar dedicada a tus redes sociales, y alimentarlas todos los días a subir fotos aquí, allá y atender a tus sumisos que en ocasiones quieren sesiones tres veces a la semana”.

Seguidora de las mistress Justine Cross y Betty Bondage, Díaz de León se prepara día con día para provocar ese dolor que le da placer a mujeres y hombres que tienen importantes puestos dentro de la política, empresa o vida cotidiana, un placer que, a decir de ella, “todos sentimos en un momento, incluso cuando frotamos una herida que tengamos en el brazo”.

Los puntos

  • El BDSM utiliza diferentes técnicas entre sus participantes, donde desde un principio debe ser de común acuerdo.

Cosas

  • En los encuentros se pueden utilizar cuerdas, cintas, telas, cadenas, esposas o cualquier otro elemento que pueda servir como parte de la técnica.

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