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¡Hasta siempre! Fallece la periodista y escritora Cristina Pacheco

Fallece la periodista y conductora Cristina Pacheco a sus 82 años ¡Hasta siempre Cristina! La periodista y conductora mexicana fallece a los 82 años de edad. Este jueves 21 de diciembre, la periodista mexicana Cristina Romo Hernández , mejor conocida como Cristina Pacheco , falleció a los 82 años de edad. La también escritora, cronista, editora y conductora había anunciado recientemente su despedida del programa ‘Conversando con Cristina Pacheco’ debido a problemas de salud. En Dónde Ir la recordamos con mucho cariño y enviamos nuestras mayores condolencias a su familia y su público. ¡Hasta siempre, Cristina! Gracias por tu calidez y todas tus inolvidables enseñanzas. 11 series de Canal Once para recordar tu infancia Fallece Cristina Pacheco, conductora del programa Aquí Nos Tocó Vivir Este jueves 21 de diciembre, a través de las redes sociales, se anunció el lamentable fallecimiento de la periodista Cristina Pacheco, quien contaba con 82 años de edad. escribió Carlos Brito, Director de Canal Once Con un profundo dolor, quiero compartir la noticia del fallecimiento de nuestra querida Cristina Pacheco. La recordaremos siempre como la mujer que enalteció al Canal Once y a quien le entregó su vida. Mi más sinceras condolencias a su hija y a todos sus seres queridos. El Canal Once está de luto ante la partida de una mujer extraordinaria, en toda la extensión de la palabra. Hasta siempre, Sra. Pacheco. Para recordarla, el Canal Once anunció que habrá un maratón especial en honor a Cristina. Esta será la programación: 21 de diciembre 19:00 – Conversando: Orquesta Basura, último programa de la periodista 22:00h – #EnPersona: Cristina Pacheco 22:30 – Lo mejor de Aquí Nos Tocó Vivir 19:00 – Conversando: Orquesta Basura, último programa de la periodista 22:00h – #EnPersona: Cristina Pacheco 22:30 – Lo mejor de Aquí Nos Tocó Vivir 22 de diciembre 19:00 – Lo mejor de Conversando con cristina Pacheco 19:00 – Lo mejor de Conversando con cristina Pacheco 23 de diciembre 21:30 – Lo mejor de Aquí Nos Tocó Vivir 21:30 – Lo mejor de Aquí Nos Tocó Vivir 24 de diciembre: A partir de las 14:00 – Maratón Aquí Nos Tocó Vivir A partir de las 14:00 – Maratón Aquí Nos Tocó Vivir ¿Quién fue Cristina Pacheco? Cristina Pacheco nació el 10 de octubre de 1941. Estudió Letras Españolas en la FFyL de la UNAM y con el tiempo, se convirtió en una destacada escritora, cronista y periodista de la CDMX. Su labor perodistica abarcó desde la prensa escrita, radio y hasta la conducción de sus propios programas de televisión. Entre ellos destaca su labor como conductora de “Aquí Nos Tocó Vivir” y “Conversando con Cristina Pacheco” , donde compartió historias de vida cotidiana de varios habitantes, resaltando la riqueza cultural y la diversidad en México. Así mismo conversó con persoajes de la literatura, espectáculo y política. Su estilo cercano y su habilidad para conectar con la audiencia la consagraron como referente en el periodismo televisivo. Además de su labor mediática, incursionó en la escritura, dejando un valioso legado literario que explora la identidad, la sociedad y la cultura mexicana. A lo largo de su carrera, recibió reconocimientos y premios por su destacada contribución al periodismo y la cultura en México. Carta de Cristina a su esposo Jose Emilio Pacheco Tras el fallecimiento de Cristina, decidimos recordar la carta póstuma que le escribió a Jose Emilio Pacheco, quien fue el amor de su vida durante 53 años. En ella, la escritora recuerda el primer encuentro que tuvieron, nos narra el dolor que implicó su partida y cierra con un mensaje que parece un anhelo de encontrarse nuevamente en la siguiente vida. Esta carta fue publicada el domingo 2 de febrero de 2014 en la columna ‘Mar de Historias’ del periódico La Jornada, donde Cristina publicó semanalmente durante 34 años de su vida. A continuación, podrás leer el texto íntegro Sombra del Agua: Hotel inspirado en los poemas de Jaime Sabines Mar de historias: El eterno viajero Mar de historias: El eterno viajero

Para suplir nuestras interminables conversaciones, siempre que te ibas de viaje nos llamábamos y nos escribíamos cartas. Las hojas de papel nunca bastaban para que nos dijéramos lo que nos sucedía, a ti en un ambiente nuevo y a mí en el que conoces de sobra porque lo hicimos juntos. Por más cuidadosos que fuéramos siempre se nos olvidaba registrar algo. Para evitar esos huecos se te ocurrió que lleváramos cada uno un diario a partir de nuestra despedida en el aeropuerto o en la estación. Ese registro siempre me ha hecho imaginar que no te has ido, por eso de una vez comienzo mis anotaciones en este cuadernito y no en una libreta, como siempre. Los arreglos para tu viaje fueron muy complicados. Decidir qué ibas a meter en la maleta nos tomó horas, aunque mucho menos que ordenar en folders los textos que pensabas corregir una vez más. No dispuse de un minuto libre para ir a la papelería, así que estoy usando el cuadernito que nos mandó Almudena Grandes: El lector de Julio Verne. Me encanta, porque tiene aspecto de útil escolar, lástima que sea tan delgado. Mañana compraré una libreta gruesa (donde copiaré lo que escriba hoy) y luego otra y otra, porque tu viaje esta vez será muy largo. Por favor, tú también escribe el diario, pero no en papelitos sueltos, sin fecha, que luego tengo que ordenar como si fueran partes de un rompecabezas. II Parto de lo que vivimos apenas esta mañana. Por tomarnos un último café, se nos hizo tarde para ir a la estación. Pese a ser domingo, nos topamos con cuatro manifestaciones y un tráfico endemoniado. Estuvo en peligro tu mayor orgullo: jamás haber perdido un avión o un tren. Para colmo surgió otro inconveniente: todos los estacionamientos llenos. Coincidimos en que te fueras caminando a la estación para registrarte mientras yo me estacionaba. Tardé mucho en lograrlo. Cuando bajé del coche me di cuenta de que habías olvidado tu bufanda. La tomé y corrí tan rápido como me lo permitieron los zapatos de tacón alto. Si me hubiera puesto botas quizás habría llegado a la estación antes de que te pasaran al área destinada a los viajeros. Intenté convencer a un guardia de que me permitiera pasar hasta allí para entregarte tu bufanda. Se negó. Le supliqué y hasta lo hice partícipe de tu vida (cosa que detestas), explicándole que te ibas a una ciudad que estaba a 40 bajo cero. Se estremeció como si fuera él quien iba a padecer un clima tan adverso. Me da vergüenza confesártelo, pero odié a ese hombre sólo porque cumplía con su deber. Traté de ablandarlo llamándolo oficial, pero fue inútil. Me resigné a renunciar a nuestra despedida y al invariable intercambio de recomendaciones y promesas: Júrame que no te quedas triste. Procura dormir en el camino. Cierra muy bien la puerta. Te llamo en cuanto llegue. Debo haber tenido una cara terrible, porque el guardia al fin me permitió pasar. Entré en el andén en el momento en que subías la escalerilla con la cabeza vuelta hacia la entrada. Sé que me viste, oí que me gritaste algo que no alcancé a entender. Supongo que repetías la promesa habitual: Te llamo en cuanto llegue. Sentí desesperación, necesidad de abrigarte el cuello y corrí pegada a las vías, pero no alcancé el tren y mucho menos a la altura del vagón en que ibas. Te imaginé quitándote el abrigo y metiendo al maletero la mochila con el libro que quisiste llevarte, los folders, una colección de bolígrafos bic de punto grueso y al fondo de todo la Mont Blanc de la edición Schiller que te regalé para tu cumpleaños. Te fascinó desde que la viste anunciada en una revista y decidí comprártela en secreto. De otro modo me lo habrías prohibido, bajo el argumento de que: es demasiado cara. No gastes en mí. Por hacerte un obsequio recibí otro maravilloso: tu expresión de felicidad cuando probaste la pluma en una servilleta de papel. Mejor no recordar tanto. Vuelvo a lo de esta mañana. Cuando el tren desapareció en la curva me eché tu bufanda sobre los hombros. Sentí la misma tranquilidad que cuando estás de viaje y me pongo tus calcetines o tu suéter que siempre huele a esa loción barata que prefieres. III Al salir de la estación no pude recordar en dónde había estacionado el coche. Durante el tiempo que caminé para encontrarlo se me olvidó que te habías ido y llamé a la casa para decírtelo. Claro que no obtuve respuesta. Imaginé los cuartos vacíos, silenciosos y sentí apremio de llenarlos con el rumor de mis pasos. A pesar de mi urgencia me detuve en una librería. Recorrí todos los pasillos, miré cada anaquel, me asomé a las mesas de novedades. Mi comportamiento despertó las sospechas de los empleados y de una mujer-policía multicolor: cabello granate, párpados azules, mejillas cobrizas, labios fucsia y uñas verdes. Adiviné sus dudas para elegir esa paleta y el tiempo que le habría tomado maquillarse. Acabé por admirarla y le sonreí, pero ella siguió observándome desconfiada, lista para actuar en caso necesario. La situación habría sido menos incómoda si le hubiera dicho a la mujer-policía que si iba de un lado a otro se debía a que estaba haciendo comparaciones entre los libros para llevarme el más grueso, el que me aloje y me acompañe durante el primer techo de tu ausencia. Después de consultar índices y hacer sumas me decidí por Los Thibault. Sus seis tomos alcanzan mil 830 páginas con letra pequeña. Tomando en cuenta que mi trabajo me deja poco tiempo libre, calculo que leer esta novela me tomará muchos meses, aunque menos de los que tardarás en regresar. Si estuvieras aquí y te mostrara mi primera compra desde que te fuiste dirías: Este libro lo tenemos. ¿Para qué trajiste otro? Pues para no ver tus anotaciones en los márgenes, las marcas que dejaste, la ceniza de tu cigarro que cayó entre las hojas. En las circunstancias actuales, encontrarme con esas huellas me lastimaría. IV En cuanto abrí la puerta te grité el saludo de siempre, ya sabes cuál. Subí a tu cuarto rápido, como si estuvieras esperándome. No estabas, pero encontré la ropa que dejaste tirada, el encendedor que diste por perdido y la cachucha con que te protegías de la luz artificial para ahorrar vista, según tus propias palabras. Luego hice lo de siempre al mediodía: bajé a la cocina para hacer café. Aunque no lo creas resulta muy difícil y requiere de cierto valor preparar una sola porción de lo que sea cuando siempre has hecho dos. Con la taza en la mano salí al patio y puse a funcionar la fuente para que subiera el rumor del agua que te recuerda el mar. Ya casi llené el cuadernito de Almudena. Le pondré la fecha de hoy: 26 de enero. Mañana escribiré en la primera libreta de las muchas que tendré que llenar contándote mi vida hasta el día en que vuelvas. Ya sé que esta vez no será pronto. En cierta forma es mejor: me darás tiempo de cumplir con todos tus encargos, entre ellos encontrar la pluma negra con la que tenías mejor letra. Esto me recuerda otro de mis pendientes: descifrar lo que escribiste en hojas sueltas las noches anteriores a tu viaje. Hice una pausa. Me levanté del escritorio porque reapareció frente a tu ventana el colibrí que tanto te gustaba. Si él regresó, es imposible que no regreses tú.

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