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Murió Federico Delgado, un fiscal que encontró fisuras para soñar con un sistema judicial más democrático | Tenía 54 años | Página|12

En un mundo en el que dominan los trajes y las corbatas, la remera negra y los jeans de Federico Delgado marcaban la diferencia. La bicicleta con la que solía llegar a Comodoro Py al alba, también. Habitante de los tribunales de Retiro desde hace décadas, hijo díscolo de la justicia criminal federal, Delgado siguió yendo hasta julio a la fiscalía del quinto piso en la que todos lo llamaban “Fede”, pese a que el cáncer avanzaba inexorablemente. Abogado y politólogo, murió a los 54 años, rodeado de sus hijos, cuenta uno de sus amigos cercanos. 

– ¿Usted es fiscal?– le preguntó, divertida, Mirtha Legrand cuando Delgado fue al programa a presentar el libro que acababa de publicar con la periodista Catalina D’Elía.

– Aunque no lo parezca– retrucó, rápido, él.

A Delgado le divertía su personaje provocador: el fiscal que había abjurado de los trajes y de los autos oficiales, el que andaba con una pulserita de Atlanta, el que contaba que había llegado al cargo por una designación “a dedo” y el que escribía dictámenes con citas de filósofos políticos. O el fiscal que había pedido, a principios de año, que se investigara uno de los tabúes de los últimos tiempos: el viaje de jueces y fiscales a Lago Escondido.

En 1990 llegó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA) por cierta inclinación hacia las ciencias sociales. Antes de recibirse en 1993, un compañero de la carrera le dijo que le convenía entrar como meritorio a tribunales para bajar de la abstracción que se manejaba en las aulas. Ese compañero lo llamó tiempo después para decirle que se había abierto una vacante en un juzgado penal ordinario. De esa forma, ingresó a Tribunales. En Comodoro Py, pese a su fama de rebelde, llegó a ser quien se quedaba con la firma de Germán Moldes cuando entraba de licencia.

La crisis de 2001 lo sorprendió en el ojo de la tormenta. Con su colega Eduardo Freiler eran quienes investigaban los sobornos en el Senado –que terminaron con la salida de Carlos “Chacho” Álvarez del gobierno de la Alianza– y el megacanje de Domingo Cavallo. Delgado solía decir que algunas de las arrugas que surcaban su cara habían aparecido en esos días; las otras se las debía al sol.

En ese diciembre endemoniado para la historia política reciente, Delgado presentó una denuncia penal después de ver cómo la Policía Federal Argentina (PFA) arremetía contra las Madres en Plaza de Mayo. Estuvo en las calles y, al calor de esa crisis, decidió que necesitaba nuevos elementos para entender a ese país que parecía hacerse añicos. Se anotó en la carrera de Ciencia Política en la UBA, donde se maravillaba con los teóricos de Rubén Dri o las clases de Filosofía y Métodos de Jorge Lulo.

En sus días de estudiante tuvo cierto acercamiento a expresiones trotskistas, como el Partido Obrero (PO) o el Nuevo Movimiento al Socialismo (MAS). “Un periférico”, se definía él. “No era un militante hecho y derecho”, decía.

“Con Fede dimos muchas batallas juntos, la megacausa del Primer Cuerpo, los sobornos en el Senado, los bolsos de (José) López, los que lo conocimos desde el afecto no olvidaremos su amplía sonrisa, su lucidez para el análisis jurídico o político, y su franqueza”, lo despidió en su Instagram el juez federal Daniel Rafecas.

Delgado acompañó a Rafecas en la investigación del Primer Cuerpo de Ejército, la mayor megacausa por crímenes de lesa humanidad. También impulsó otras investigaciones. Solía decir que le interesaba conocer el entramado que posibilitó el golpe: en esa línea, promovió la pesquisa sobre el llamado Grupo Perriaux –en alusión a Jaime Perriaux, el ministro de Justicia de la dictadura de la Revolución Argentina– que le daba sustento ideológico a la dictadura de Jorge Rafael Videla.

Como fiscal también impulsó investigaciones sobre delitos sexuales en los centros clandestinos o sobre el rol de las empresas –como Mercedes Benz o la Ford–. Quiso indagar a monseñor Emilio Grasselli, pero nunca consiguió el apoyo del juez Julián Ercolini. Se hizo eco de la investigación de Página/12 sobre la espía que se infiltró en Madres de Plaza de Mayo y reunió documentación que terminó aportando a la megacausa ESMA. Fue, además, el fiscal de la causa del plan sistemático de robo de bebés. Abuelas de Plaza de Mayo lo saludó por su compromiso con el proceso de Memoria, Verdad y Justicia. “Ojalá que su ejemplo viva en las nuevas generaciones dentro de los tribunales”, escribieron en su Twitter.

En una entrevista que le concedió a Memoria Abierta, habló del rol pedagógico de los juicios de lesa humanidad para las generaciones que no vivieron el horror de los campos de concentración. “Lo que yo más rescato de estos juicios –además de los componentes normativos que tienen en cuanto a definir qué es el bien y qué es el mal– es que han dejado grietas que permiten pensar en un sistema judicial mucho más democrático”, dijo. 

El presidente Alberto Fernández lo despidió en su cuenta de Twitter con palabras sentidas por su honestidad y como uno “de esos fiscales que tanta falta le hacen al país”. No habrá despedidas formales para Delgado. El martes por la tarde, un café en el bar Varela-Varelita que tanto le gustaba al fiscal, cuenta su amigo Pablo Slonimsqui. 

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