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Las desventajas de ser invisible

Son invisibles: llegan temprano, limpian los cuartos, sacan la basura, arreglan la cocina, lavan los trastes, a veces la ropa, algunas planchan, otras cocinan, las más cuidan niños, otras los perros, pero comparten el ser invisibles. A pesar de la condescendencia con que se les trate, para el debate público no existen.

Nunca hablamos del trabajo doméstico a no ser que sea para pedir referencias y saber cuánto tenemos que pagar por la limpieza de casa, el cuidado de los hijos o por contratar un chofer.

El trabajo doméstico es una gran expresión de la desigualdad y por estos días en que, gracias a Alfonso Cuarón y su película Roma, nuestras élites están hablando del tema, qué mejor que voltear a verlo.

Observo que nuestros políticos y periodistas celebran la orden de la Suprema Corte para que el Seguro Social no discrimine y les dé pleno derecho a las trabajadoras domésticas, lo cual no está mal, pero es apenas un inicio.

Esa resolución aplica sobre todo para quienes ya recibían Seguro Social, que ahora deberá ser completo y no solo para quienes se afilien voluntariamente.

Sin embargo, son las menos. La mayoría seguirá sujeta a las frías leyes del mercado, donde su trabajo ni siquiera llega a visibilizarse pese a ser un acompañante indisoluble de la globalización de capitales; son la nueva servidumbre, como bien apunta Saskia Sassen.

Por lo pronto hagamos lo que pide Marcelina Bautista, fundadora del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar, y precursora del fallo de la Corte. Empecemos por tratar con dignidad a las trabajadoras del hogar, dejemos de hacer invisible su trabajo y paguemos lo que la ley marca, pero, sobre todo, hablemos de desigualdad.

Porque, como diría Galileo, la desigualdad aún se mueve. De hecho es cada día peor y tres décadas de neoliberalismo no hicieron más que acentuarla contra todo discurso del “primero hay que generar riqueza para después distribuirla”, pues la prueba es que en ese lapso el crecimiento se ha concentrado en unas cuantas manos, las de los cuatro personajes que acumulan el PIB nacional: Slim, Salinas Pliego, Larrea y Bailleres.

En 1994 el PIB per cápita en México era de 2 mil 200 dólares por habitante, en 2017 subió a 8 mil 900, pero los indicadores de desigualdad son peores.

Según el coeficiente de Gini, que mide cuán desiguales somos, tenemos 0.48 de acuerdo con datos oficiales, aunque expertos calculan que en realidad debemos andar por 0.65 y si pensamos que mientras más cerca del uno estemos es peor, pues qué decir.

Vivimos en un país mucho más injusto que hace tres décadas. Mi generación tiene una enorme deuda con México, pues no ha sido capaz de remediar esta inequidad. Nací en los sesenta, al igual que Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, pero también que Alfonso Cuarón y Claudia Sheinbaum. Vivimos nuestra adolescencia en los setenta y ochenta y nuestra vida adulta ha transcurrido sobre todo de los noventa para acá. En el balance no hemos logrado construir una sociedad más justa que en la que nos tocó crecer; quizá sí más democrática, pero aún con una desigualdad que hiere.

Por eso la prisa, por eso tenemos que dejar la invisibilidad.

hector.zamarron@milenio.com

Source

http://www.milenio.com/opinion/hector-zamarron/afinidades-selectivas/las-desventajas-de-ser-invisible

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