Turismo

LOS VIAJES DE BASHÖ (1)

Le estuvo comentando muchos días  Bashō a Hisae Izumi cosas de su último viaje.  Sentados en su cabaña, pasaban las tardes charlando y Bashō le fue contando que  aquel largo viaje le había durado  dos años y medio. “ Pensaba  — le confesó Bashō—que con las penalidades del viaje mis canas se multiplicarían en lugares  tan lejanos y tan conocidos de oídas como nunca vistos. Pero me decía también que la violencia misma del deseo de ver aquellos sitios apartaba toda preocupación y me repetía ¡he de regresar vivo! Así uno de esos  días llegué a la posada de Soka. Me dolían los huesos, molidos por la carga que llevaba. “ Repose sosegado esta noche — me dijo  el posadero —: aunque su almohada sea un manojo de hierbas.” Por la mañana descubrí una cascada. Existe allí una cascada en el pico de una cueva y cae la cascada en un abismo verde de mil  rocas. Penetré en la cueva y desde el fondo vi a la cascada precipitarse en el vacío. Comprendí por qué la llamaban “ Cascada – vista — de – espaldas”. Me senté y escribí:

Cascada – ermita:

devociones de estío

por un  instante.

Luego seguí viaje. Visité el Señorío de Kurobane. Cerca de allí se encuentra la Piedra que mata. El administrador del Señorío me prestó un caballo y también un ayudante que me acompañara. Detrás de la montaña, junto al manantial de aguas termales, se halla  la Piedra que Mata. El veneno que destila sigue siendo de tal modo activo que no se puede distinguir el color de las arenas en que se extiende, tan espesa es la capa formada por las abejas y mariposas que caen muertas apenas la rozan.  Unos días después llegué al Paso de Shirakawa. El paso de Shirakawa es uno de los tres más famosos del Japón, el más querido por los poetas. En mis oídos soplaba el viento del otoño y en mi imaginación brillaban las “hojas rojeantes” de las que habla el poema de Yorimasa, del siglo Xll:

En la capital

Vi los arces verdes;

Hoy veo caer

rojeantes sus hojas:

paso de Shirakawa.

Pasé luego por el río Abukuma. Bordeé la Laguna de los Reflejos, pero como el día estaba nublado nada se reflejaba en ella. En la posada del río Suga lo primero que hicieron al verme fue preguntarme : “ ¿Cómo atravesó el paso de Shirakawa?”. En verdad, estaba desasosegado por un viaje tan largo y mi cuerpo tan cansado como mi espíritu Además, la riqueza del paisaje y tantos recuerdos del pasado me impedían la  paz  necesaria para la concentración. Y sin embargo allí mismo escribí:

Al plantar el arroz

 cantan:  primer encuentro 

con la poesía.

Hisae seguía escuchando todas aquellas vicisitudes del viaje, apenas se atrevía a intervenir ni a interrumpir, y estaba fascinada”

José Julio Perlado

(del libro ”Una dama japonesa”)

(relato inédito)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

(Imágenes— 1- Sciobo japonese/ 2- estampa japonesa)

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