Museos Religiosos y Códigos Éticos
La preocupación y discusión con respecto a la exposición pública de objetos relacionados con tradiciones religiosas vivas, ha ido aumentando progresivamente en la literatura sobre museos y patrimonio cultural. Desde este punto de vista, el discurso internacional de los profesionales de los museos y el patrimonio en la práctica contemporánea en estas instituciones, a menudo enfatizan en la obligación ética de aceptar valores que con frecuencia difieren, sino contraponen, de sus fundamentos y códigos de conducta. Existen numerosos ejemplos en todo el mundo que nos muestran este interesante contexto, y nos permiten hacer un breve análisis sobre lo que parece un “mal encuentro” entre los principios de los “expertos eruditos” y los valores intangibles que defienden los “no expertos”.
Podríamos comenzar delineando el papel de la ética museística, defendiendo el acceso de los visitantes a la exposición de colecciones religiosas que no son públicas, considerando, a su vez, los parámetros especiales que surgen de los proyectos que se ocupan del patrimonio religioso vivo. Para poder hacerlo, primero debemos considerar las normas inevitables impuestas por el sistema de valores de la comunidad monástica y religiosa, y las consiguientes reservas sobre el propósito y el alcance real de las exposiciones y su acceso público. Asimismo, sería recomendable estudiar la ética subyacente, en un esfuerzo por abordar los desafíos y las implicaciones más amplias que tienen los profesionales de los museos y del patrimonio (aquellos que trabajan con comunidades religiosas). Debemos tener en cuenta que los valores establecidos por las partes interesadas evolucionan y se modifican con el tiempo – los estándares éticos son cambiantes y quedan sujetos a revisiones -. Los profesionales de los museos implicados en proyectos relacionados con la religión y su patrimonio deben evitar polémicas, esforzándose activamente por reconciliar las opiniones frecuentemente controvertidas que genera su trabajo.
Por otro lado, cabe mencionar que los códigos de ética se han establecido en los museos como sistemas de principios y reglas que brindan pautas para alcanzar unos “estándares de conducta más elevados” (Edson, 1997: 5). Estos códigos son aplicables a toda la profesión, siendo considerados como deseables y necesarios (Alexander y Alexander, 2008: 310). Según Besterman (2006: 431), “la ética es útil porque traza un camino de principios, ayudando al museo a navegar a través de un territorio moral impugnado”. Para la profesión museística, el objetivo de elevar el nivel de la práctica profesional es doble (Edson 1997: 6): “ayuda a mantener el estatus profesional de la comunidad de los museos”, y “fortalece el papel y las responsabilidades de los museos hacia la sociedad”. En general, la ética museística busca “proporcionar un marco filosófico y útil para todo lo que hace el museo” (Besterman 2006: 431). Tanto las instituciones museísticas nacionales como las internacionales, han generado sus códigos, estableciendo mecanismos para fomentar la adhesión a sus principios éticos. Entre los códigos de ética más citados para los profesionales de los museos se encuentran los propugnados por el Consejo Internacional de Museos (ICOM, 2006), la Asociación Estadounidense de Museos (AAM, 2000) y la Asociación de Museos del Reino Unido (MA, 2008). Por otro lado, los museos, de manera independiente, han formulado también sus propios códigos de ética, que abarcan cuestiones de interés general e incluso aspectos muy especializados de la actividad museística.
El papel de las exposiciones en los museos ha sido fundamental para la interpretación de la cultura material (colecciones, artefactos, etcétera), es su ADN. La presentación de colecciones accesibles al público, y de muchas maneras diferentes, se encuentra entre los principios básicos de la ética museística contemporánea. Algunos museos se han transformado considerablemente en las últimas décadas, evolucionando, no solo en la construcción de entornos de aprendizaje activos para toda clase de personas – focalizándose en el disfrute público (Hooper-Greenhill, 1994: 1-2) -, sino constituyéndose, además, como defensores de la responsabilidad social, asumiendo el papel de ser agentes activos del cambio social (Sandell 2002; Silverman 2010). La accesibilidad universal y la exposición pública de objetos, se han convertido en requisitos básicos para este mencionado rol educativo y social del museo en la actualidad (Dean 1994: 7; Hooper-Greenhill, 1994: 52; ICOM, 2006). Por cierto, mencionar que este concepto de accesibilidad universal anula, por ejemplo, varios artículos del código de ética de la Asociación de Museos en el Reino Unido (MA, 2008).
En un contexto mucho más amplio, la ética de los museos se halla estrechamente vinculada a los desarrollos teóricos en el campo de la gestión del patrimonio cultural, así como a la “democratización” de sus propuestas, a partir de la tendencia de los profesionales del patrimonio (arqueólogos, museólogos, curadores, conservadores, historiadores, etcétera) a ser más autorreflexivos. Por lo tanto, las cuestiones éticas se reflejan en convenciones, encuentros y cartas internacionales relacionadas con la gestión del patrimonio cultural. Esto trae consigo la proliferación de la literatura sobre el valor social y el papel de ese patrimonio- otorgando un mayor énfasis a la gestión del patrimonio integrado- basado en valores, siendo sostenible y fundamentado en la participación de las partes interesadas (Feilden y Jokilehto, 1998; Hall y McArthur, 1998; Clark, 2008). Por otro lado, los principios internacionales han defendido la importancia de la interpretación como medio para facilitar el significado del patrimonio (Carta de Venecia, 1964: Artículos 14-15), siendo el vehículo para promover la protección del mismo (ICOMOS 1990: Artículo 7). Estos documentos internacionales también han resaltado la importancia del acceso y la participación democrática en el patrimonio cultural (véase, por ejemplo, Consejo de Europa, 2005: Artículos 12-14).
The New York Times
Volviendo al tema que nos ocupa hoy, debemos mencionar que el gran desafío para los profesionales de los museos y el patrimonio en todo el mundo, es conciliar los estándares contemporáneos con la práctica, en aquellos casos en que las comunidades religiosas estén directamente involucradas. Las tensiones y conflictos entre las dos partes, a menudo se generan por la existencia de sistemas de valores muy diferentes. De hecho, las comunidades que conviven específicamente con fines religiosos, como es el caso de los monasterios, tienden a seguir formas de vida y fe tradicionales que, por lo general, prestan poca atención a inquietudes tales como la adecuada administración y exhibición de sus colecciones patrimoniales. El discurso internacional sobre la gestión del patrimonio religioso vivo, se centra en cuestiones relacionadas con los conceptos de sitios abiertos y dinámicos, asumiendo una responsabilidad y profesionalidad máxima en los proyectos de restauración, protegiendo adecuadamente sus colecciones, evitando la comercialización de sus bienes- con el reconocimiento del patrimonio de las comunidades indígenas y su origen-, y poniendo especial atención sobre los requisitos de respeto en los lugares sagrados (Carmichael et al., 1994, Layton, 1989, Shackley, 2001). Enfatizar cada vez más en los valores del patrimonio inmaterial – incluidas las tradiciones y expresiones orales, el lenguaje, las artes escénicas, las prácticas sociales, los rituales, los eventos festivos y la artesanía tradicional – ha culminado en la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (UNESCO, 2003), lo que amplía el concepto de patrimonio cultural al incluit también el patrimonio religioso vivo. Las organizaciones internacionales, como la UNESCO, ICOMOS, ICCROM, promueven activamente la gestión del patrimonio sagrado, religioso, vivo e inmaterial (Bortolotto 2007; Stovel et al., 2005; Smith y Akagawa, 2009).
Smolder
Una preocupación clave, respecto a la exposición pública y a la facilitación de un acceso más amplio a los objetos del patrimonio religioso vivo, es la medida en que estas actividades son aceptadas por los custodios de los lugares sagrados. Estos, a menudo, suelen ser reacios o negativos, pues consideran que la colocación de un objeto dentro del contexto de un museo, o simplemente dentro de una vitrina, a veces supone un tratamiento inapropiado o un acto de desacralización. El ímpetu nuevo para la discusión de estos temas ha sido proporcionado, en gran medida, por un discurso más amplio sobre el patrimonio indígena, y en particular por la repatriación de objetos “cambiados de país” y por la exposición de restos humanos. Otorgando la importancia antes mencionada a los valores intangibles, es evidente que a los museos a menudo les resulta muy difícil abordar cuestiones relacionadas con la religión, ya que “no se basa fundamentalmente en los objetos” (Paine, 2000: XIII). Un gran desafío para los profesionales del patrimonio es “gestionar” cualquier asunto religioso, debido a sus complejas realidades y a fenómenos sociales (McNally 2011: 174). En consecuencia, los museos de todo tipo “tienen que lidiar con cuestiones sobre el cuidado de los objetos religiosos y la interpretación de los temas sagrados” (Edwards y Sullivan, 2004). Por ejemplo, en el contexto del patrimonio ortodoxo griego, se ha argumentado recientemente que los objetos que posean un “aura religiosa” (ofrendas religiosas, exvotos, tamatas, etcétera) podrán ser expuestos en los museos siempre que estén adaptados a su entorno físico y a salvo del comportamiento de los visitantes. 2007: 60-66). Si bien el consenso entre los profesionales de los museos es difícil, por no decir imposible, para llegar al establecimiento de unos protocolos en términos de cómo se debe presentar la vida religiosa, se han realizado interesantes intentos para abordar este tema (Paine 2000, 2013; Sullivan y Edwards, 2004). A pesar de las dificultades, el hecho de que exista una mayor conciencia, respeto y sensibilidad hacia los valores religiosos intangibles, sea cual sea la creencia en cuestión, ya puede ser considerado como un gran avance y un enfoque útil en nuestra profesión.
Enormemente contento y satisfecho de haber disfrutado de una experiencia humana realmente enriquecedora y orgulloso de tener alumnos que se implican tanto en las diferentes tareas de los museos, esos maravillosos lugares que conectan a la sociedad con el saber y la cultura en todo el mundo. Gracias clase de La Paz, he aprendido mucho de vosotros, y gracias a la Agencia de Cooperación Cultural de La Paz (Bolivia) del Ministerio de Asuntos Exteriores de España por haberlo hecho posible. Un abrazo muy fuerte a todos. ¡Gracias!
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Fotografía principal: John Dilworth
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