Veracruz

Carlos Jesús R. – Falaces cifras de la delincuencia en Veracruz

Hay quienes suponen que el presidente López Obrador no cuida su imagen política porque suele andar desaliñado, su postura es muy mala y luce siempre descuidado… Nada más alejado de la realidad, López sabe que la imagen que transmite es la que se alinea a sus objetivos, ergo, el presidente cuida su imagen, sabe de ella, la utiliza…

Para López Obrador la imagen cuenta, y mucho, aunque parezca lo contrario; no caiga usted en el engaño de los zapatos sucios, tampoco sea de los que (para justificar lo desagradablemente visual de algunos personajes) dicen: «La imagen no importa, no hay que ser superficiales», «no se fijen en la imagen, lo que cuenta es la honestidad», «¿De qué sirve un político elegante, si al final es un corrupto?»; pues ese justamente es el logro oculto, alejarnos del debate de lo que hay detrás, ubicarnos en los extremos que no nos permiten observar el juego de elementos, símbolos y mensajes cifrados.

La imagen vive en la mente de quien la percibe a través de los sentidos, especialmente de la visión; nuestra imagen no nos pertenece, le pertenece a quien la procesa. Por eso, es importante que el lector sepa que cuando hablamos de la imagen de las personas, y más aún, de la imagen de los políticos, esté consciente de que no son simples figuras que el ojo ve, es toda una construcción mental que requiere de un proceso de percepción; para dejarlo claro, cuando vemos a un político elegante, pulcro y con buena postura nuestro cerebro lleva a cabo en cuestión de segundos una serie de pasos que comienzan en el sistema nervioso central y terminan en un juicio de valor; y frente a un político desaliñado, encorvado y descuidado también; nadie está exento de tener una imagen, la imagen no es propiedad de unos cuantos, no excluye a nadie, por tal motivo la imagen nos concierne a todos.

La construcción de la imagen pública tiene como objetivo producir efectos en la conducta de los individuos, reacciones, juicios de valor, convertirse en la realidad de quien la percibe, ahí radica su importancia. La imagen pública se convierte en imagen política cuando se busca que el actor político logre su objetivo: diferenciarse y ganar, ¿ganar qué? elecciones, simpatías, negociaciones, adeptos, posiciones, pequeñas y grandes batallas.

No se deje engañar, la imagen política no es una cuestión meramente estética, cuando la reducimos a esa visión, suele ganar el debate quien acusa de banal y superficial a quien aborda el tema de la imagen; esto va mucho más allá, es un conjunto de capacidades, características, habilidades, atributos, estímulos y mensajes que buscan orientar la percepción del público objetivo.

Ahora le pregunto, ¿es usted el público objetivo el presidente? (no pregunto si usted debe estar satisfecho con los actos de gobierno del presidente), ¿considera que el presidente actúa, habla, transmite mensajes verbales y no verbales para agradarle a usted?… Si la respuesta es NO, probablemente usted se sienta molesto con la imagen política del presidente, si la respuesta es SI, lo más seguro es que le transmita una sensación de cercanía (de todo tipo).

La imagen del presidente resulta de una estrategia muy obvia: distinguirse de los políticos del pasado; no se necesitan encuestas al respecto, simplemente salga a la calle y pregunte a los ciudadanos qué palabras le vienen a la mente cuando escuchan el vocablo «política» o «políticos»; la mayoría le responderá con adjetivos negativos, muchos de ellos relacionados con «riqueza», «lujos», «lejanía», «desconexión», «corrupción», «cúpula», «privilegios»…

La estrategia de no parecerse a los políticos del PRI y del PAN, acarrea por supuesto, polarización, es irse al extremo de la diferenciación, lo cual propicia que la otra parte de la población no encuentre coincidencias, pero el presidente está dispuesto a agradar solo a una porción, a la que le reditúa, esa es su meta social. 

La imagen del presidente le funciona bien porque se construyó desde la lógica de la distinción del político estándar; los escenarios, su comunicación verbal y no verbal, los pantalones grandes, los zapatos sucios, su forma de llevar traje (cuando se ve obligado a hacerlo), el Jetta blanco (hace mucho en desuso), los desayunos garnacheros, se asocian y se ven en conjunto, el ciudadano lo une con el repetitivo discurso del fin de los privilegios, de la corrupción y de los lujos. 

Apartando aquello que universalmente es desagradable, debemos saber que la misma imagen puede ser percibida de forma positiva por un porcentaje de la población y de forma negativa por la otra parte. ¿De qué depende? de muchos factores: ideología, formación cultural, expectativas, empatía, tolerancia, esperanzas, educación…

La próxima vez que usted no entienda por qué a pesar de los malos resultados del gobierno encabezado por López Obrador, las encuestas arrojan altos niveles de aceptación a su persona (no a sus acciones de gobierno), piense en el factor imagen, vea el conjunto de mensajes y estímulos. 

La imagen del presidente es coherente, y eso le gusta al cerebro humano, genera confianza; de ahí los zapatos desgastados, como los de cualquier mexicano, la postura encorvada y cansada, como la de cualquier persona mayor que tiene mucho trabajo, los vuelos en aviones comerciales, … Su imagen no causa conflicto, en un alto porcentaje de la población deja la serena sensación de que es como es, y así se le acepta. Y cuando no hay coherencia y se pasa del Jetta blanco al convoy de camionetas blindadas, o a los mensajes en los lujosos escenarios de Palacio Nacional, la gente lo justifica porque previamente ya logró que se solidarizaran con él, que fueran empáticos. Sin duda es un complicado cerco protector que durante años construyó y fomentó.

Este año habrá elecciones y muchos candidatos se presentarán frente a sus ojos, no olvide que muchos de ellos están asesorados y tienen una estrategia, construyeron una imagen política que les puede ayudar a llegar al poder. No deje que la emoción domine su capacidad de razonar, detrás de unos zapatos desgastados puede haber una oscura intención de dominar el espacio público.

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